—Gracias, pero prefiero no hacerme demasiadas ilusiones. La situación sigue siendo muy precaria. —Las desalentadoras palabras de Kay no se correspondían con su irreprimible sonrisa de satisfacción—. ¿Cómo le va a Robbie en la guardería, Louise?
—Bueno, vuelve a venir —dijo una de las asistentes sociales—. No ha faltado ningún día en las tres últimas semanas, lo que supone un cambio muy significativo. Lo trae su hermana. Viste ropa que le queda pequeña, generalmente sucia, pero habla de la bañera y las comidas en casa.
—¿Y cómo se porta?
—Presenta retraso en el desarrollo. Su dominio del lenguaje es muy limitado. No le gusta que entren hombres en la guardería. Cuando viene algún padre, nunca se le acerca; se queda junto a las educadoras y se pone muy nervioso. Y un par de veces… —añadió, consultando sus notas— lo han visto imitando actos claramente sexuales, con otras niñas o cerca de ellas.
—Decidamos lo que decidamos, creo que no tenemos motivos para sacarlo del registro de población de riesgo —opinó Kay, y las demás expresaron su aprobación con un murmullo.
—Por lo que veo, todo depende de que Terri no abandone vuestro programa y siga sin consumir droga —le dijo la supervisora a Nina.
—Sí, desde luego, eso es fundamental —coincidió Kay—, pero me preocupa que, aunque no esté consumiendo heroína, no satisfaga todas las necesidades de Robbie. Da la impresión de que es Krystal quien lo está criando, y ella es una chica de dieciséis años con muchos problemas…
(Parminder recordó lo que le había dicho a Sukhvinder un par de días atrás.
«¡Krystal Weedon! ¡Esa estúpida! ¿Es eso lo que aprendiste estando en el mismo equipo que Krystal Weedon, a rebajarte a su nivel?»
A Barry le caía bien Krystal. Veía en ella cosas que eran invisibles para los demás.
Un día, hacía ya mucho tiempo, Parminder le había contado a Barry la historia de Bhai Kanhaiya, el héroe sij que atendía las necesidades de los heridos en la batalla, tanto de su bando como del bando enemigo. Cuando le preguntaron por qué ofrecía su ayuda indiscriminadamente, Bhai Kanhaiya contestó que la luz de Dios brillaba en todas las almas, y que él no sabía distinguir entre ellas.
«La luz de Dios brillaba en todas las almas.»
Parminder había llamado estúpida a Krystal Weedon y había insinuado que era inferior. Barry jamás habría dicho algo así. Se avergonzó de sí misma.)
—… había una bisabuela que por lo visto ayudaba a cuidarlo, pero…
—Ha muerto —dijo Parminder antes de que lo dijera nadie—. Enfisema y derrame cerebral.
—Sí —dijo Kay sin dejar de consultar sus notas—. Y eso nos devuelve a Terri. Ella también estuvo bajo la tutela de los servicios sociales. ¿Ha asistido a algún taller para padres?
—Nosotros los ofrecemos, pero hasta ahora nunca ha estado en condiciones de seguir ninguno —respondió la mujer de la guardería.
—Si aceptara hacer uno de esos cursos y asistiera a las clases, seguramente la situación mejoraría mucho —opinó Kay.
—Si nos cierran la clínica —terció Nina, de Bellchapel, dirigiéndose a Parminder—, supongo que Terri tendrá que ir a su consultorio a que le administren la metadona.
—Dudo mucho que Terri hiciera eso —opinó Kay antes de que la doctora pudiera contestar.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Parminder, molesta.
Las otras mujeres se quedaron mirándola.
—Pues que coger autobuses y recordar citas no es la especialidad de Terri —explicó Kay—. En cambio, para ir a Bellchapel sólo tiene que andar un poco.
—Ah —dijo Parminder, abochornada—. Sí. Lo siento. Sí, supongo que es verdad.
(Había creído que Kay estaba aludiendo a la queja por la muerte de Catherine Weedon, que estaba insinuando que no creía que Terri Weedon confiara en ella.
«Concéntrate en lo que dicen. ¿Qué te pasa?»)
—Bueno, recapitulemos —dijo la supervisora mientras revisaba sus notas—. Nos encontramos ante un caso de negligencia materna con intervalos de atención adecuada. —Exhaló un suspiro, más de exasperación que de tristeza—. La crisis inmediata ya está superada: Terri ha dejado de consumir droga; Robbie vuelve a ir a la guardería, donde podemos vigilarlo; y no hay ninguna preocupación urgente por su seguridad. Como dice Kay, Robbie tiene que seguir en el registro de población de riesgo… Propongo que volvamos a reunirnos dentro de cuatro semanas.
La reunión se prolongó otros cuarenta minutos. Una vez terminada, Kay acompañó a Parminder al aparcamiento.
—Le agradezco mucho que haya venido personalmente. La mayoría de los médicos de cabecera se limitan a enviar un informe.
—Era mi mañana libre. —Lo dijo para quitarle importancia, porque no soportaba quedarse sola en casa sin nada que hacer; pero Kay creyó que lo decía para recibir más elogios, y se los ofreció.
Llegaron al coche de la doctora y Kay dijo:
—Usted es miembro del concejo parroquial, ¿verdad? ¿Le ha pasado Colin los datos de Bellchapel que le di?
—Ah, sí. Un día tendríamos que hablar de eso. Está en el orden del día de la próxima reunión.
Pero después de que Kay le diera su número de teléfono y se marchara, agradeciéndole su asistencia una vez más, Parminder volvió a concentrarse en Barry, el Fantasma y los Mollison. Iba conduciendo por los Prados cuando un sencillo pensamiento que llevaba rato intentando sepultar se coló por fin, traspasando sus defensas.
«Quizá sí que estaba enamorada de él.»
Andrew se había pasado horas tratando de decidir qué ropa ponerse para su primer día de trabajo en La Tetera de Cobre. El conjunto que por fin había elegido colgaba en el respaldo de la silla de su dormitorio. Una pústula de acné particularmente furiosa en la mejilla izquierda había decidido aumentar de tamaño hasta casi reventar, y Andrew había llegado al extremo de experimentar con el maquillaje de Ruth, que había cogido a hurtadillas de su cómoda.
El viernes por la noche, mientras ponía la mesa en la cocina pensando en Gaia y las cercanas siete horas seguidas de proximidad con ella, su padre volvió del trabajo en un estado que Andrew jamás le había visto. Simon estaba muy apagado, casi desorientado.
—¿Dónde está tu madre?
Ruth salió, muy afanosa, de la despensa.
—¡Hola, Simoncete! ¿Cómo…? ¿Qué pasa?
—Me han despedido. Dicen que por reducción de plantilla.
Ruth se llevó las palmas a las mejillas con gesto de espanto, y al punto corrió hacia su marido, le echó los brazos al cuello y lo estrechó.
—¿Por qué? —le susurró.
—Por ese mensaje —contestó Simon—. En la puta página web. También se han cargado a Jim y Tommy. O aceptábamos la reducción, o nos echaban por la puta cara. Y con unas condiciones de mierda. Menos de lo que recibió Brian Grant.
Andrew se quedó muy quieto, y poco a poco fue calcificándose en un monumento de culpa.
—Mierda —dijo Simon, con la cabeza apoyada sobre el hombro de su mujer.
—Ya encontrarás otra cosa —le susurró ella.
—Por aquí cerca seguro que no.
Se sentó en una silla de la cocina sin quitarse el abrigo, y echó un vistazo alrededor, al parecer demasiado aturdido para hablar. Ruth no se separaba de él, consternada, cariñosa y llorosa. Andrew se alegró al detectar en la mirada catatónica de Simon aquel histrionismo exagerado tan propio de él. Eso lo ayudó a no sentirse tan culpable. Siguió poniendo la mesa sin decir nada.
La cena transcurrió en un ambiente lúgubre. Paul, informado de la noticia familiar, estaba aterrado, como si su padre pudiera acusarlo a él y responsabilizarlo de su desgracia. Simon se comportó como un auténtico mártir cristiano durante el primer plato, herido pero muy digno ante una persecución injustificada.
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