Joseph Conrad - La línea de sombra

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Vi a Ransome de pie ante mí.

– ¿Cómo va el segundo? -le pregunté con tono de ansiedad-. ¿Continúa sin sentido?

– Realmente, capitán, es curioso lo que le pasa-me dijo Ransome, que evidentemente estaba desconcertado-. No ha abierto la boca y tiene los ojos cerrados. Pero a mí me hace el efecto de un sueño profundo, y nada más. Acepté esta manera de ver como la menos mala o, en todo caso, la menos molesta. Desvanecimiento profundo o profundo sueño, por el momento era preciso dejar a Mr. Burns abandonado a sí mismo. Ransome declaró de pronto: -Me parece que necesita usted un abrigo, capitán.

– Creo lo mismo -convine con un suspiro. Pero no me moví. Realmente, lo que necesitaba eran miembros nuevos. Mis brazos y mis piernas me parecían completamente inútiles, completamente inutilizables. Ya no me hacían daño. Me levanté, no obstante, para cubrirme con el abrigo que me trajo Ransome. Y cuando me propuso llevar a Gambril a proa, contesté: -Bien. Voy a ayudarle a bajarlo al puente.

Me di cuenta de que estaba en perfecto estado de hacerlo. Entre ambos, levantamos a Gambril, que trató de comportarse valientemente, pero no por ello dejó de suplicarnos, una y "otra vez, con tono lastimero:

– ¡No me dejéis caer al llegar a la escala! ¡No me dejéis caer al llegar a la escala!

La brisa -una verdadera brisa-, esta vez continuó soplando. Al levantarse el sol, logramos por medio de una cuidadosa maniobra del timón, y aprovechando el mar tranquilo, que las vergas de trinquete se escuadreasen por sí mismas; y ya sólo tuvimos que tirar de los cabos. De los cuatro hombres que había tenido conmigo durante la noche, sólo vi a dos. Al preguntar por los otros, me enteré de que habían cedido a la enfermedad. Aunque sólo pasajeramente, me atreví a esperar.

Los diversos trabajos que debíamos efectuar a proa nos ocuparon durante varias horas; los hombres que me quedaban sólo podían moverse lentamente, deteniéndose con frecuencia para tomar aliento. Uno de ellos observó:

– Todo parece pesar a bordo cien veces más de su peso.

Ésa fue la única queja que oí. No sé lo que hubiéramos hecho sin Ransome. Compartió nuestro trabajo, silencioso también, con una sonrisa glacial en los labios.

De vez en cuando, le murmuraba yo: «Poco a poco, Ransome, no se apresure», y por toda respuesta me lanzaba una mirada rápida.

Cuando se hubo hecho cuanto se podía hacer para la seguridad del barco, desapareció en su cocina. Algún tiempo después, yendo a echar una mirada a proa y estando abierta la puerta de la cocina, lo vi sentado sobre el cofre, ante la hornilla, con la cabeza echada hacia atrás y apoyada contra el tabique. Tenía los ojos cerrados; sus manos -tan hábiles y solícitas- mantenían abierta su delgada camisa de algodón, dejando patéticamente al desnudo su robusto torso, agitado por un jadear doloroso y difícil. No me oyó. Me retiré en silencio y regresé a la toldilla para relevar a Frenchy, que en aquel momento comenzaba a tener bastante mal aspecto. Me dio la ruta con mucha exactitud y se esforzó por alejarse con paso ligero, pero, antes de que desapareciera de mi vista, lo vi tambalearse por dos veces.

Me quedé, pues, solo en la popa, sosteniendo el timón de mi barco, que huía bajo el viento, cabeceando de vez en cuando con violencia, y hasta dando algún que otro bandazo. Casi de inmediato reapareció Ransome ante mí, trayendo una bandeja en la mano. La sola vista del alimento

despertó mi voracidad. Ransome se hizo cargo del timón, mientras yo me sentaba sobre el cuartel de la escotilla para tomar mi desayuno.

– Esta brisa parece haber cambiado a nuestros hombres -dijo Ransome-. Los ha abatido a todos.

– Sí -repuse-. Me parece que usted y yo todavía somos los únicos que servimos para algo en el barco.

– Frenchy pretende estar todavía lleno de ánimo. No sé, pero lo dudo -prosiguió Ransome, con su sonrisa pensativa-. Es un excelente muchacho. Pero suponga usted, capitán, que este viento empieza a soplar en redondo cuando estemos cerca de tierra, ¿qué haríamos entonces?

– Si la brisa cambiase bruscamente al hallarnos cerca de tierra, o encallaremos o seremos desarbolados, o ambas cosas a la vez. No habría modo de evitarlo. Actualmente, el barco es el que nos lleva a nosotros, no nosotros a él, y todo lo que podemos hacer es mantener derecho el timón. Es un barco sin tripulación.

– Sí, todos han caído -convino Ransome tranquilamente-. De vez en cuando voy a proa a echarles un vistazo, pero nada más puedo hacer por ellos.

– Yo, el barco y todos los que van a bordo le debemos mucho a usted, Ransome -le dije calurosamente.

Hizo como si no hubiese oído nada y continuó gobernando en silencio hasta que estuve en situación de reemplazarlo. Me cedió el timón, recogió la bandeja y, como última noticia, me informó de que Mr. Burns había despertado y parecía querer subir a cubierta.

– No sé cómo impedírselo, capitán. En realidad, no puedo permanecer abajo todo el tiempo. Eso era realmente imposible, pero, justamente en aquel momento apareció Mr. Burns sobre cubierta, arrastrándose con pena hacia la popa, envuelto siempre en su enorme abrigo. No pude verlo sin sentir un terror muy comprensible. Oírle divagar sobre las astucias de un muerto cuando me era preciso llevar el timón de un barco arrastrado por un furioso impulso y tripulado por unos cuantos hombres agonizantes, era una perspectiva terrorífica.

Pero las primeras observaciones que hizo eran, tanto por su tono como por su contenido, perfectamente razonables. En apariencia, no conservaba el menor recuerdo de la escena de la noche anterior; y, si lo tenía, no dejó traslucir nada. Ni siquiera habló demasiado. Se sentó sobre la lumbrera, con aspecto de sentirse muy deprimido, pero aquella fuerte brisa que había abatido los últimos restos de mi tripulación, parecía insuflar en su cuerpo un vigor nuevo con cada soplo. Casi se podía seguir la mejoría con la mi rada. Para probar su estado, hice intencionadamente una alusión al difunto capitán, y me sorprendió comprobar que Mr. Burns no manifestaba mayor interés al respecto. Brevemente, con cierta verbosidad vindicativa, habló de las iniquidades de aquel viejo bandido, concluyendo, de modo inesperado:

– Me parece, capitán, que un año antes de su muerte había empezado ya a perder la cabeza. ¡Maravillosa curación! Difícilmente pude concederle toda la admiración que merecía, pues me era preciso gobernar, sin distraer mi atención ni por un instante. Comparada con la lentitud desesperante de los días precedentes, nuestra marcha era vertiginosa. Dos surcos de espuma brotaban bajo nuestra roda; el viento cantaba con un acento vibrante que en otras circunstancias habría sido para mí la expresión de toda la alegría de vivir. Cada vez que la vela mayor crujía como si fuese a desgarrarse sobre las jarcias, Mr. Burns me dirigía una mirada aprensiva. -¿Qué quiere usted que haga, Mr. Burns? No se puede arriarla. Casi deseo que el viento se la lleve. El horrible estruendo que hace me exaspera.

Mr. Burns se retorció las manos y gritó con brusquedad:

– ¿Y cómo hará usted, capitán, para entrar en el puerto sin tripulación para la maniobra?

Me era imposible decírselo.

Pues bien, cuarenta horas después, poco más o menos, entramos, sin embargo, en el puerto. La virtud exorcizadora de la insensata risa de Mr. Burns había vencido al maléfico espectro, roto el diabólico hechizo y apartado la maldición. Por lo pronto, ya nos encontrábamos entre las manos de una providencia benévola y enérgica que nos impulsaba hacia delante…

Nunca olvidaré la última noche, oscura, ventosa y estrellada. Yo llevaba el timón. Mr. Burns, después de haberme hecho prometer que lo despertaría si sucedía algo, se había dormido rápidamente sobre cubierta, cerca de la bitácora. Los convalecientes necesitan el sueño. Ransome, apoyado contra el mástil de mesana, con una manta sobre las piernas, permanecía inmóvil, pero creo que no cerró los ojos ni por un instante. Frenchy, aquella encarnación de la jovialidad, dominado todavía por la ilusión de sentirse remozado, había insistido en acompañarnos, pero, respetuoso de la disciplina, se había tendido al extremo de la toldilla, lo más lejos posible, junto al armero para los baldes.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La línea de sombra»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La línea de sombra»

Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x