Joseph Conrad - La línea de sombra

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El capitán Ellis -especie de hada feroz- había sacado del cajón de su escritorio un nombramiento de capitán casi tan milagrosamente como en un cuento de hadas. Pero un mando es una idea abstracta, y sólo me pareció una maravilla de segundo orden, hasta que hube entrevisto como en un relámpago que implicaba la existencia concreta de un barco.

¡Un barco! ¡Mi barco! Aquel barco era mío; la posesión y custodia de él me pertenecía más absolutamente que ninguna otra cosa en el mundo; él iba a ser el objeto de mi responsabilidad y devoción; me esperaba allá lejos, encadenado por un sortilegio, incapaz de moverse, de vivir, de recorrer el mundo hasta que yo no hubiese llegado -semejante a una princesa encantada-. Su llamamiento me había venido del cielo, en cierto modo. Yo jamás había sospechado su existencia; ignoraba su aspecto; apenas había oído su nombre y, sin embargo, he aquí que estábamos ya indisolublemente unidos para una cierta porción de nuestro futuro, destinados a hundirnos o a navegar juntos.

Una pasión súbita, hecha de ávida impaciencia, corrió de repente por mis venas y despertó en mí una sensación de vida intensa que hasta entonces había ignorado y que no he vuelto a experimentar después.

Entonces descubrí hasta qué punto era yo marino de corazón, de pensamiento y, por así decirlo, físicamente; un hombre que sólo se interesaba por el mar y los barcos: el mar, el único mundo que contaba, y los barcos, piedra de toque de la virilidad, del temperamento, del valor y la fidelidad… y del amor.

Fue un momento delicioso; un momento único. Me puse de pie en un salto y durante un largo rato caminé arriba y abajo por la habitación. No obstante, cuando pasé al comedor, ya había recobrado el dominio de mí mismo. Una 'completa inapetencia era la única huella que quedaba de mi agitación.

Tras declarar mi intención de trasladarme a pie al muelle, en vez de hacerlo en coche, el desgraciado administrador -preciso es reconocerlo- dio pruebas de gran actividad, buscando a los culis que debían transportar mi equipaje. Partieron al fin, llevando todo lo que me pertenecía -a excepción de un poco de dinero que llevaba en el bolsillo- colgado de una larga pértiga. El capitán Giles se ofreció a acompañarme.

Seguimos el umbroso paseo de árboles que atravesaba la explanada. Bajo los árboles, reinaba una frescura relativa. El capitán Giles se echó a reír y declaró:

– Conozco a alguien que se alegrará de no volver a verlo.

Adiviné que se refería al administrador. Hasta el último momento, el divertido hombrecillo me había mostrado un rostro malhumorado y temeroso. Expresé a mi compañero la sorpresa que me causaba el que aquel individuo hubiese querido jugarme una tan mala pasada sin razón alguna.

– ¿Acaso no comprende usted que lo que él deseaba era desembarazarse de nuestro amigo Hamilton, haciéndole obtener el puesto en su lugar? De ese modo se habría desembarazado de él para siempre, ¿comprende usted?

– ¡Cielos! -exclamé, sintiéndome ligeramente humillado-. ¿Es posible? ¡Se necesita estar loco! ¡Ese holgazán arrogante y descarado! En la vida habría conseguido… Y, no obstante, sí, casi lo había logrado, pues, al fin y al cabo, la Oficina del Puerto tenía que enviar a alguien.

– Cierto. Hasta un imbécil como nuestro administrador puede tornarse peligroso a veces -declaró sentencioso el capitán Giles-. Y precisamente porque es un imbécil -agregó, desarrollando complaciente su pensamiento en voz baja. Luego, a manera de demostración, continuó-: Pues nadie que tenga sentido común quiere arriesgarse a perder el único empleo que puede salvarlo de la miseria, por el simple placer de evitar una contrariedad, una pequeña molestia. ¿No es cierto?

– Sin duda -respondí, conteniendo la risa que me producía la manera misteriosa y a la vez vaga con que me revelaba las conclusiones de su sabiduría, como si éstas fuesen el fruto de operaciones ilícitas-. Pero ese individuo me parece realmente un poco chiflado. A la fuerza tiene que serlo.

– ¡Desde luego! Y yo creo que todos lo somos un poco aquí abajo -declaró con tranquilidad.

– ¿No hace usted excepciones? -pregunté, deseoso de conocer su opinión.

Permaneció en silencio un buen rato y luego, volviendo bruscamente en sí, declaró:

– ¿Por qué había de hacerlas? Lo mismo dice Kent de usted.

– ¿De veras? -exclamé, y de pronto me sentí lleno de amargura contra mi antiguo capitán-. Pues no dice eso en el certificado de su puño y letra que llevo en el bolsillo. ¿Le ha dado a usted algún ejemplo de mi extravagancia? Con tono conciliador, el capitán Giles me explicó que aquello no pasaba de ser una observación amistosa, a propósito de la manera brusca con que había abandonado yo, sin razón aparente, su barco.

Al oírlo, no pude por menos de gruñir.

– ¡Ah!…, abandonado su barco… -Y apreté el paso.

El capitán Giles se mantuvo a mi lado, en medio de la profunda oscuridad de la avenida, como si su conciencia le impusiese el deber de

desembarazar a la colonia de un personaje indeseable. Jadeaba levemente, lo que le daba cierto patetismo. Pero yo no me sentía conmovido. Por el contrario, encontraba en ello una especie de placer malévolo.

No obstante, aminoré la marcha, casi hasta detenerme, y exclamé:

– Lo que yo deseaba ante todo era encontrar algo nuevo. Sentía que ya era tiempo. ¿Es ésta una prueba de extravagancia?

Giles no contestó. Salimos de la avenida. Sobre el puente que atravesaba el canal, una forma oscura iba y venía como si esperase algo o a alguien.

Era un policía malayo, descalzo y con uniforme azul. La luz de un reverbero hacía brillar tenuemente el galón de plata de su gorra. Tímidamente, miró hacia nosotros.

Antes de que hubiésemos llegado a su altura, dio media vuelta y nos precedió en dirección al muelle, del que apenas nos separaba un centenar

de metros. Cuando llegamos allí, encontré a mis culis en cuclillas. Habían conservado la pértiga sobre los hombros, y todo lo que me pertenecía, colgado aún de la pértiga, yacía por tierra, entre ellos. En el muelle no había absolutamente nadie, a excepción del agente de policía, que nos saludó.

Según parece, había detenido a los culis por parecerle sospechosos y les había prohibido el acceso al muelle; pero, a una señal mía se apresuró a levantar el veto. Los dos impasibles individuos, después de levantarse al mismo tiempo y lanzando un débil gemido, comenzaron a trotar sobre las planchas, mientras yo me preparaba para despedirme del capitán Giles, que permanecía inmóvil, como un hombre cuya misión toca a su fin. Preciso era confesar que la había cumplido bien. Y mientras yo buscaba una frase de circunstancias, he aquí que se me adelantó, diciéndome:

– Me temo que no van a faltarle los embrollos y las preocupaciones…

Le pregunté qué le hacía pensar eso, y contestó que su experiencia del mundo en general: un barco alejado durante tanto tiempo de su puerto, la imposibilidad de comunicar por telégrafo con la compañía, y muerto y enterrado el único hombre que podía explicar las cosas…

– Y además, usted, novato en estos asuntos -declaró, con tono que no admitía réplica y a manera de conclusión.

– No insista-le dije-. Lo sé de sobra. Antes de mi marcha habría deseado recibir de usted siquiera una pequeña dosis de su experiencia. Pero como esto no puede hacerse en diez minutos, no vale la pena pedírselo. Además, la chalupa está esperándome. Pero la verdad es que no me sentiré realmente tranquilo hasta encontrarme con mi barco en pleno océano índico.

Evasivamente, observó el capitán Giles que de Bangkok al océano índico había una buena distancia, y al murmullo de su voz, como a la débil luz de una linterna sorda, entreví por un instante un largo cinturón de islas y arrecifes extendiéndose entre aquel barco desconocido que era mío y la libertad de las grandes aguas del globo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La línea de sombra»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La línea de sombra»

Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x