Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Existen también los paisajes y las vidas que no han sido completamente interiores. Ciertos cuadros, sin subido relieve artístico, ciertos óleo-grabados que había en paredes con las que he convivido muchas horas -pasan a ser realidad dentro de mí. Aquí, la sensación era otra, más hiriente y /triste/. Me quemaba no poder estar allí, fuesen reales o no. ¡No ser yo, al menos, una figura más, dibujada junto a aquel bosque al claro de luna que había en un grabado pequeño de un cuarto donde dormí de más pequeño! ¡No poder pensar que estaba allí oculto, en el bosque a la orilla del río, por aquel claro de luna eterno (aunque mal dibujado), viendo al hombre que pasa en una barca por debajo de la inclinación del sauce! Entonces, el no poder soñar enteramente me dolía. Las facciones de mi nostalgia eran otras. Los gestos de mi desesperación eran diferentes. La imposibilidad que me torturaba pertenecía a otro orden de angustia. ¡Ah, no tener todo esto un sentido en Dios, realización conforme al espíritu de nuestros deseos, no sé dónde, por un tiempo vertical, consubstanciado con la dirección de mis nostalgias y de mis devaneos! ¡No haber, por lo menos sólo para mí, un paraíso hecho de esto! No poder yo encontrar a los amigos que he soñado, pasear por las calles que he creado, despertar, entre el ruido de los gallos y de las gallinas y el rumorear matutino de la casa, en la quinta en que me supuse… y todo esto más perfectamente organizado por Dios, puesto en ese orden perfecto para existir, en la precisa forma para tenerlo yo, que ni mis propios sueños llegan sino a la falta de […] conciencia del espacio íntimo que entretienen esas pobres realidades.

Levanto la cabeza de encima del papel en que escribo… Es pronto todavía. Apenas ha pasado el mediodía y es domingo. El mal de la vida, la enfermedad de ser consciente, entra en mi propio cuerpo y me perturba. ¡No haber islas para los incómodos, alamedas vetustas, inencontrables por otros, para los aislados en el soñar! ¡Tener que vivir y, por poco que sea, que hacer cosas; tener que rozarse con el hecho de que haya otra gente, también real, en la vida! Tener que estar aquí escribiendo esto, por serme preciso para el alma el hacerlo, e, /incluso esto/, no poder soñarlo apenas, expresarlo sin palabras, hasta sin conciencia, mediante una construcción de mí mismo en música y desvanecimiento, de modo que me subiesen las lágrimas a los ojos sólo de sentirme expresarme, y yo floreciese, como un río encantado, por lentos declives de mí mismo, cada vez más hacia lo inconsciente y lo Distante, sin sentido ninguno excepto /Dios/.

334 Segunda parte

Lo que de primordial hay en mí es la costumbre y la manera de soñar. Las circunstancias de mi vida, desde niño solo y tranquilo, otras fuerzas tal vez, moldeándome de lejos, por heredamientos oscuros, a su siniestro corte, han hecho de mi espíritu una constante corriente de devaneos. Todo lo que soy reside en esto, e incluso aquello que en mí parece más lejos de poner de relieve al soñador, pertenece sin escrúpulo al alma de quien únicamente sueña, elevada a su más alto grado.

Quiero, para mi propio gusto de analizarme, ir, a medida que esto me acomode, poniendo en palabras los procesos mentales que en mí son uno solo, ése, el de una vida consagrada al sueño, de un alma educada tan sólo en soñar.

Viéndome desde fuera, como casi siempre me veo, soy un inepto para la acción, perturbado ante el tener que dar pasos y hacer gestos, inhábil para hablar con los demás, sin lucidez interior para entretenerme con lo que provoque esfuerzo a mi espíritu, ni secuencia física para aplicarme a ningún mero mecanismo de entretenimiento trabajando.

Esto es natural que yo sea. El soñador se entiende que sea así. Toda realidad me perturba. El habla de los demás me sumerge en una angustia enorme. La realidad de las demás almas me sorprende constantemente. La vasta red de inconsciencias que es toda acción que veo me parece una ilusión absurda, sin coherencia plausible, nada.

Pero si se cree que desconozco los trámites de la psicología ajena, que yerro en la percepción clara de los motivos y de los íntimos pensamiento de los demás, se producirá un error sobre lo que soy.

Porque yo no soy un soñador, sino que soy exclusivamente un soñador. La costumbre única de soñar me ha proporcionado una extraordinaria nitidez de visión interior. No sólo veo con espantoso y a veces perturbador relieve las figuras y los decorados de mis sueños, sino que con igual relieve veo mis ideas abstractas, mis sentimientos humanos -lo que me queda de ellos-, mis secretos impulsos, mis actitudes psíquicas ante mí mismo. Afirmo que mis propias ideas abstractas, yo las veo en mí, yo las veo con una interior visión real en un espacio interior. Y, así, mis meandros me son más visibles en sus mínimos [ sic ].

Por eso, me conozco enteramente y, a través de conocerme enteramente, conozco enteramente a toda la humanidad. No hay un bajo impulso, como no hay una noble intención que no haya sido relámpago en mi alma; yo sé con qué gestos se muestra cada uno. Bajo las máscaras, que usan las malas ideas, de buenas o indiferentes, incluso dentro de nosotros y por los gestos, las conozco por quienes son. Sé lo que en nosotros se esfuerza por engañarnos. Y así, a la mayoría de los que veo los conozco mejor que ellos a sí mismos. Me aplico muchas veces a sondearlos, porque así los vuelvo míos. Conquisto el psiquismo que explico, porque para mí soñar es poseer. Y así se ve cuan natural es que yo, soñador como soy, sea el analítico que me reconozco.

Entre las pocas cosas que me gusta leer, destaco, por eso, las piezas teatrales. Todos los días suceden en mí piezas, y yo conozco a fondo cómo se proyecta un alma en la proyección del Mercator, planamente. Me entretengo poco, además, con esto; tan constantes, vulgares y enormes son los errores de los dramaturgos. Nunca me ha satisfecho ningún drama. Conociendo la psicología humana con una claridad de relámpago que sondea todos los rincones con una sola mirada, el grosero análisis y construcción de los dramaturgos me hiere, y lo poco que leo de este género me disgusta como un borrón de tinta atravesado en la escritura.

Las cosas son la materia de mis sueños; por eso aplico una atención distraídamente superatenta a ciertos detalles de lo Exterior.

Para darle relieve a mis sueños, necesito conocer cómo es como los paisajes reales y los personajes de la vida se nos aparecen en relieve. Porque la visión del soñador no es como la visión del que ve las cosas. En el sueño, no se da el posarse la vista sobre lo importante y lo no importante de un objeto que hay en la realidad. Sólo lo importante es lo que ve el soñador. La realidad verdadera de un objeto es sólo parte de él; el resto es el pesado tributo que paga a la materia a cambio de existir en el espacio. De manera semejante, no hay en el espacio realidad para ciertos fenómenos que en el sueño son palpablemente reales. Un ocaso real es imponderable y transitorio. Un ocaso de sueño es fijo y eterno. Quien sabe escribir es el que sabe ver sueños claramente (y es así) o ver en sueños la vida, ver la vida inmaterialmente, sacándole fotografías con la máquina del devaneo, sobre la que los rayos de lo pasado, de lo inútil y de lo circunscrito no tienen acción, y dan negro en la placa espiritual.

En mí, esta actitud, que el mucho soñar me ha enquistado, me hace ver siempre, en la realidad, la parte que es sueño. Mi visión de las cosas suprime siempre en ellas lo que mi sueño no puede utilizar. Y así vivo siempre en sueños, incluso cuando vivo en la vida. Mirar a un ocaso en mí o a un ocaso en lo Exterior es para mí lo mismo, porque veo de la misma manera, puesto que mi visión está cortada igualmente.

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