Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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¿Pero qué? ¿Qué hay en el aire alto más que el aire alto, que no es nada? ¿Qué hay en el cielo más que un color que no es suyo? ¿Qué hay en esos harapos de menos que nubes, de que ya dudo, más que unos reflejos de luz materialmente incidentes de un sol ya sumiso? ¿Qué hay en todo esto sino yo? Ah, pero el tedio es eso, sólo eso. ¡Es que en todo esto -cielo, tierra, mundo-, lo que hay en todo esto no es sino yo!

28-9-1932.

315

eternamente a la luz del sol que no hay, y de la luna que no puede haber.

316

El lema que hoy más requiero para definición de mi espíritu es el de creador de indiferencias. Más que otra, querría que mi actuación por la vida fuese la de educar a los demás para que sientan cada vez más para sí mismos, y cada vez menos según la ley /dinámica/ de la colectividad…

Educar en esa antisepsia espiritual, gracias a la cual no puede haber contagio de vulgaridad, me parece el más constelado destino del pedagogo /íntimo/ que yo querría ser. Que cuantos me leyesen aprendiesen – poco a poco sin embargo, como requiere el asunto – a no experimentar sensación alguna ante las miradas ajenas y las opiniones de los demás, y ese destino enguirnaldaría de sobra [296]el estancamiento escolástico de mi vida.

La imposibilidad de hacer ha sido siempre en mí una enfermedad de etiología metafísica. Hacer un gesto ha sido siempre, para mi sentimiento de las cosas, una perturbación, un desdoblamiento, en el universo exterior; moverme me ha dado siempre la impresión de que no dejaría intactas las estrellas ni los cielos sin cambio. Por eso, la importancia metafísica del más pequeño gesto adquirió pronto un relieve atónito dentro de mí. He adquirido ante el hacer un escrúpulo de honestidad trascendental que me inhibe, desde que lo he fijado en mi conciencia, de tener relaciones muy acentuadas con el mundo palpable.

¿1915?

317

La vida práctica siempre me ha parecido el menos cómodo de los suicidios. Hacer ha sido siempre para mí la condenación violenta del sueño injustamente condenado. Tener influencia en el mundo exterior, alterar cosas, transponer entes, influir en la gente -todo esto me ha parecido siempre de una substancia más nebulosa que la de los devaneos. La futilidad inmanente de todas las formas de la acción ha sido, desde mi infancia, una de las medidas más queridas de mi desapego hasta de mí.

Hacer es reaccionar contra uno mismo. Influenciar es salir de casa.

Siempre que he meditado en lo absurdo que era que, donde la realidad substancial es una serie de sensaciones, hubiese cosas tan complicadamente sencillas como comercios, industrias, relaciones sociales y familiares, tan desoladoramente incomprensibles ante la actitud interior del alma para con la idea de la verdad… [297]

318

De mi abstención de colaborar en la existencia del mundo exterior resulta, entre otras cosas, un fenómeno psíquico curioso.

Al abstenerme interiormente de la acción desinteresándome de las cosas, consigo ver al mundo exterior, cuando reparo en él. Con una objetividad perfecta. Como nada interesa o conduce a tener razón para alterarlo, no lo altero.

Y así consigo (…)

319

Todo esfuerzo es un crimen porque todo gesto es un sueño inerte.

320 Estética de la Indiferencia

Ante cada cosa, lo que el soñador debe procurar sentir es la clara indiferencia que ella, en cuanto cosa, le causa.

Sabe, como un inmediato instinto, abstraer de cada objeto o acontecimiento lo que puede tener de sonable, dejando muerto en el Mundo Exterior todo cuanto tiene de real -he ahí lo que el sabio debe tratar de realizar en sí mismo.

No sentir nunca sinceramente sus propios sentimientos, y elevar su pálido triunfo al punto de mirar indiferentemente a sus propias ambiciones, ansias y deseos; pasar por sus alegrías y angustias como quien pasa por lo que [298]no le interesa…

El mayor dominio de sí mismo es la indiferencia por sí mismo, estándose, alma y cuerpo, por la casa y la quinta donde el destino quiso que pasásemos nuestra vida.

Tratar sus propios sueños e íntimos deseos altivamente, en grand seigneur , (…), poniendo una íntima delicadeza en no reparar en ellos. Tener el pudor de sí mismo; percibir que en nuestra presencia no estamos solos, que somos testigos de nosotros mismos, y que por eso importa comportarse ante nosotros mismos como ante un extraño, con una estudiada y serena línea exterior, indiferente por hidalga, y fría por indiferente.

Para que no descendamos ante nuestros ojos basta con que nos acostumbremos a no tener ambiciones ni pasiones, ni deseos, ni esperanzas, ni impulsos, ni desasosiego. Para conseguir esto, acordémonos siempre de que estamos en nuestra presencia, que nunca estamos solos, para que podamos estar a nuestras anchas. Y así dominaremos el tener pasiones y ambiciones porque pasiones y ambiciones son desescudarnos; no tendremos deseos ni esperanzas porque deseos y esperanzas son gestos bajos e inelegantes; ni tendremos impulsos y desasosiegos porque la precipitación es una indelicadeza para con los ojos de los demás, y la impaciencia es siempre una grosería.

El aristócrata es aquel que nunca olvida que jamás está solo; por eso los usos y los protocolos son /atributo/ de las aristocracias. Interioricemos al aristócrata. Arranquémoslo a los salones y /a los jardines/ y pasémoslo a nuestra alma y a nuestra conciencia de que existimos. Estemos siempre ante nosotros con protocolos y usos, con gestos estudiados y para-(los)-otros.

Cada uno de nosotros es todo un barrio [299], […], conviene que al menos tornemos elegante y distinguida la vida de ese barrio, que en las fiestas de nuestras sensaciones haya refinamiento y recato, y […] sobria la cortesía en los banquetes de nuestros pensamientos. En torno a nosotros, podrán las otras almas erigir sus barrios sucios y pobres; marquemos claramente dónde acaba y comienza el nuestro, y que desde la fachada de las casas hasta las alcobas de nuestras timideces, todo sea hidalgo y sereno, construido con una /sobriedad/ o sordina de exhibición. Saber encontrar a cada sensación el modo sereno de realizarse. Hacer al amor reducirse apenas a una sombra de ser sueño de amor, pálido y trémulo intervalo entre las crestas de dos pequeñas olas en las que da el claro de luna. Convertir al deseo en una cosa inútil e inofensiva, en una especie de sonrisa delicada del alma a solas consigo misma; hacer de ella una cosa que nunca piense en realizarse ni en decirse. Al odio, adormecerlo como a una serpiente prisionera, y decir al miedo que de sus gestos sólo guarde la agonía en la mirada, y en la mirada de nuestra alma, única actitud compatible con el ser estética.

321

Si existiese en el arte el oficio de perfeccionador, yo tendría en la vida (de mi arte) una función…

Tomar la obra hecha por otro, y trabajar sólo en perfeccionarla. Así, tal vez, fue hecha la Ilíada…

¡Sólo el no hacer el esfuerzo de la creación primitiva!

¡Cómo envidio a los que escriben novelas, que las empiezan y las hacen, y las terminan! Sé imaginarlos, capítulo a capítulo, a veces con las frases del diálogo y las que están entre el diálogo, pero no sabría decir en el papel esos sueños de escribir […]

322

Hubo un tiempo en que me irritaban las cosas que hoy me hacen sonreír. Y una de ellas, que casi todos los días me recuerdan, es la insistencia con que los hombres cotidianos y activos en la vida se sonríen de los poetas y de los artistas. No siempre lo hacen, como creen los pensadores de los periódicos, con un aire de superioridad. Muchas veces lo hacen con cariño. Pero es siempre como quien acaricia a un niño, alguien ajeno a la certeza y a la exactitud de la vida.

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