Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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23-3-1930.
303
Tengo por una intuición que para las criaturas como yo ninguna circunstancia material puede ser propicia, ningún caso de la vida tener una solución favorable. Si ya por estas razones me aparto de la vida, ésta contribuye también a que yo me aparte. Esas sumas de hechos que, para los hombres vulgares, inevitabilizarían el éxito, tienen, cuando a mí se refieren, otro resultado cualquiera, inesperado y adverso.
Me nace, a veces, de esta constatación una impresión dolorosa de enemistad divina. Me parece que sólo por una disposición consciente de los hechos, de modo que me resulten maléficos, la /serie de desastres/ que define a mi vida podría haberme acontecido. Resulta de todo esto que, para mi esfuerzo, yo no intento nada demasiadamente. La suerte, si quiere, que venga a estar conmigo. Sé de sobra que mi mayor esfuerzo no logra la consecución que en otros tendría. Por eso me abandono a la suerte, sin esperar mucho de ella. ¿Para qué? Mi estoicismo es una necesidad orgánica. Necesito acorazarme contra la vida. Como todo estoicismo no pasa de ser un epicureismo severo, deseo, cuanto es posible, hacer que mi desgracia me divierta. No sé hasta qué punto lo consigo. No sé hasta qué punto consigo algo. No sé hasta qué punto se puede conseguir algo…
Donde otro vencería, no por su esfuerzo, sino por una inevitabilidad de las cosas, yo, ni por esa inevitabilidad, ni por ese esfuerzo, venzo o vencería.
Quizás he nacido espiritualmente un día corto de invierno. La noche ha llegado pronto a mi ser. Sólo en frustración y abandono puedo realizar mi vida.
En el fondo, nada de esto es estoico. Es tan sólo en las palabras donde está la nobleza de mi sufrimiento. Me quejo como un niño enfermo. Me amohíno como un ama de casa. Mi vida es enteramente fútil y enteramente triste.
304
Las cosas claras consuelan, y las cosas al sol consuelan. Ver pasar a la vida bajo un día azul me compensa de muchas cosas. Olvido indefinidamente, olvido más de lo que podía recordar. Mi corazón translúcido y aéreo se penetra de la suficiencia de las cosas, y me basta mirar cariñosamente. Nunca he sido yo otra cosa que una visión incorpórea, desnuda de toda el alma salvo un vago aire que pasó y veía.
305
Todo cuanto es acción, sea la guerra o el raciocinio, es falso; y todo cuanto es abdicación es falso también.
¡Ojalá pudiese yo saber cómo no hacer ni abdicar de hacer! Sería ésa la Corona-de-sueño de mi gloria, el Cetro-de-silencio de mi grandeza.
Yo, ni siquiera sufro. Mi desdén por todo es tan grande que me desdeño a mí mismo; que, como desprecio los sufrimientos ajenos, desprecio también los míos y así aplasto bajo mi desdén a mi propio sufrimiento.
/Ah/ pero así sufro más… Porque dar valor al propio sufrimiento le pone el oro [¿ideal?] del orgullo. Sufrir mucho puede producir la ilusión de ser el Elegido del Dolor. Así (…)
306 Intervalo doloroso
Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor.
Ojalá fuese un niño que echa barcos de papel en el estanque de una quinta con un dosel-rústico de entrelazamientos de emparrado que pone ajedreces de luz y sombra verde en los reflejos sombríos de la poca agua.
Entre mí y la vida hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla.
¿Raciocinar mi tristeza? ¿Para qué, si el raciocinio es un esfuerzo? Y quien es triste no puede esforzarse.
Ni siquiera abdico de esos gestos triviales de la vida de los que tanto querría abdicar. Abdicar es un esfuerzo, y yo no poseo el del alma con que esforzarme.
¡Cuántas veces me aflige el no ser el accionador [293]de aquel coche, el conductor de aquel tren! ¡Cualquier trivial Otro supuesto, cuya vida, por no ser mía, deliciosamente se me penetra de yo quererla y se me empostiza [294]ajena!
Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa. La noción de la vida como un Todo no me agobiaría los hombros del pensamiento.
Mis sueños son un refugio estúpido, como un paraguas contra un rayo.
Soy tan inerte, tan pobrecillo, tan falto de gestos y de actos.
Por más que por mí me embreñe, todos los atajos de mi sueño van a dar en los claros de la angustia.
Incluso yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en que el sueño huye de mí. Entonces, las cosas se me aparecen claras. Se desvanece la niebla de que me rodeo. Y todas las aristas visibles hieren a la carne de mi alma. Todas las durezas miradas me lastiman lo que en mí las sabe [295]durezas. Todos los pesos visibles de objetos me pesan por dentro del alma.
Mi vida es como si me golpeasen con ella.
307
Vivir una vida desapasionada y culta, al relente de las ideas, leyendo, soñando, y pensando en escribir, una vida lo suficientemente lenta como para estar siempre al borde del tedio, lo bastante meditada como para nunca caer en él. Vivir esa vida lejos de las emociones y en la emoción de los pensamientos. Estancarse al sol, doradamente, como un lago oscuro rodeado de flores. Tener, en la sombra, esa hidalguía de la individualidad que consiste en no insistir para nada con la vida. Ser en el volteo de los mundos como un polvo de flores que un viento desconocido levanta por el aire de la tarde, y el torpor del anochecer deja bajar en el lugar del acaso, indistinto entre cosas mayores. Ser esto con un conocimiento seguro, ni alegre ni triste, reconocido al sol de su brillo y a las estrellas de su alejamiento. No ser más, no tener más, no querer más… La música del hambriento, la canción del ciego, la reliquia del viandante desconocido, las huellas en el desierto del camello descargado sin destino…
308
Me flota en la superficie del cansancio algo de áureo que está sobre las aguas cuando el sol concluido las abandona. Me veo como el lago que he imaginado, y lo que veo en ese lago soy yo. No sé cómo explicar esta imagen, o este símbolo, o este yo en que me figuro. Pero lo que tengo por cierto es que veo, como si en realidad lo viese, un sol por detrás de los montes, lanzando rayos perdidos sobre el lago que los recibe en oro oscuro.
Uno de los maleficios de pensar es ver cuándo se está pensando. Los que piensan con el raciocinio están distraídos. Los que piensan con la emoción están durmiendo. Los que piensan con la voluntad están muertos. Yo, sin embargo, pienso con la imaginación, y todo cuanto debería ser en mí o razón, o angustia, o impulso, se me reduce a algo indiferente y distante, como este lago muerto entre rocas donde el último sol flota alargadamente.
Porque me he parado, se han estremecido las aguas. Porque he reflexionado, el sol se ha recogido. Cierro los ojos lentos y llenos de sueño, y no hay dentro de mí sino una región lacustre donde la noche empieza a dejar de ser día en un reflejo castaño oscuro de aguas de las que surgen algas.
Porque he escrito, nada he dicho. Mi impresión es que lo que existe existe siempre en otra región, más allá de los montes, y que hay grandes viajes por hacer, si tuviéramos alma con la que tener pasos.
He cesado, como el sol en mi paisaje. No queda, de lo que ha sido dicho o visto, sino una noche ya cerrada, llena de un brillo muerto de lagos, en una planicie sin patos salvajes, muerta, fluida, húmeda y siniestra.
28-3-1932.
309
…en el desaliño triste de mis emociones confusas…
Una tristeza de crepúsculo, hecha de cansancios y de renuncias falsas, un tedio si siento algo, un dolor como de un sollozo parado o de una verdad conseguida. Se despliega en el alma distraída este paisaje de abdicaciones -paseos de gestos abandonados, macizos altos de sueños ni siquiera bien soñados, inconsecuencias, como muros de boj que separan caminos vacíos, suposiciones, como viejos estanques sin surtidor vivo, todo se enmaraña y se visualiza pobre en el desaliño triste de mis sensaciones confusas.
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