Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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310

Hay un sueño de la atención voluntaria, que no sé explicar, y que frecuentemente me ataca, si de cosa tan esfumada se puede decir que ataca a alguien. Voy por una calle como quien está sentado, y mi atención, despierta a todo, tiene todavía la inercia de un reposo del cuerpo entero. No sería capaz de desviarme conscientemente de un transeúnte opuesto. No sería capaz de responder con palabras, o siquiera, dentro de mí, con pensamientos, a una pregunta de cualquier casual que hiciese escala en mi casualidad coincidente. No sería capaz de tener un deseo, una esperanza, cualquier cosa que representase un movimiento, no ya de la voluntad de mi ser completo, sino hasta, si así puedo decirlo, de la voluntad parcial y propia de cada elemento en que soy descomponible. No sería capaz de pensar, de sentir, de querer. Y ando, avanzo, vago. Nada en mis movimientos (me doy cuenta porque los demás no se dan cuenta) transfiere hacia lo observable el estado de estancamiento en que voy. Y este estado de falta de alma, que sería cómodo, seguramente, en un echado o en un recostado, es singularmente incómodo, hasta doloroso, en un hombre que va andando por la calle.

Es la sensación de una ebriedad de inercia, de una borrachera sin alegría, ni en ella, ni en su origen. Es una enfermedad que no tiene sueño de convalecer. Es una muerte alacre.

311

Considerar nuestra mayor angustia como un incidente sin importancia, no sólo en la vida del universo, sino en la de nuestra misma alma, es el principio de la sabiduría. Considerar esto en la misma mitad de esa angustia es la sabiduría entera. En el momento en que sufrimos parece que el dolor humano es infinito. Pero ni el dolor humano es infinito, pues nada humano hay que sea infinito, ni nuestro dolor vale más que el ser un dolor que sentimos nosotros.

Cuántas veces, bajo el peso de un tedio que parece ser locura, o de una angustia que parece ir más lejos que ella, me paro, dudando, antes de rebelarme, dudo, al pararme, antes de divinizarme. Dolor de no saber lo que es el misterio del mundo, dolor de que no nos amen, dolor de que sean injustos con nosotros, sofocando y agarrando, dolor de muelas, dolor de zapatos apretados -¿quién puede decir cuál es el mayor en sí mismo, cuanto más en los demás, o en la generalidad de los que existen?

Para algunos que me hablan y me escuchan, soy un insensible. Soy, sin embargo, más sensible -creo- que la vasta mayoría de los hombres. Lo que soy, no obstante, es un sensible que se conoce y que, por lo tanto, conoce a la sensibilidad.

Ah, no es verdad que la vida sea dolorosa o que sea doloroso pensar en la vida. Lo que es verdad es que nuestro dolor sólo es serio y grave cuando lo fingimos tal. Si somos naturales, se pasará lo mismo que ha llegado, se esfumará como ha crecido. Todo es nada, y nuestro dolor en ello.

Escribo esto bajo la opresión de un tedio que parece no caber en mí, o necesitar de algo más que mi alma para tener donde estar; de una opresión de todos y de todo que me estrangula y desvaría; de un sentimiento físico de la incomprensión ajena que me perturba y aplasta. Pero levanto la cabeza hacia el cielo azul ajeno, expongo la cara al viento inconscientemente fresco, bajo los párpados después de haber visto, olvido la cara después de haber sentido. No me siento mejor, pero me siento diferente. Verme me libera de mí. Casi sonrío, no porque me comprenda, sino porque, habiéndome vuelto otro, he dejado de poder comprenderme. En lo alto del cielo, como una nada visible, una nube pequeñísima es un olvido blanco del universo entero.

5-4-1933.

312

He llegado a ese punto en que el tedio es una persona, la ficción encarnada de mi convivencia conmigo mismo.

¿1932?

313

La oportunidad es como el dinero, que, además, no es más que una oportunidad. Para quien actúa, la oportunidad es un episodio de la voluntad, y la voluntad no me interesa. Para quien, como yo, no actúa, la oportunidad es el canto de la falta de sirenas. Tiene que ser despreciado con voluptuosidad, colocado alto para ningún uso.

Tener ocasión de… En ese campo se colocará la estatua de la renuncia.

Oh anchos campos al sol, el espectador para quien estáis vivos os contempla desde la sombra.

El alcohol de las grandes palabras y de las anchas frases que como olas elevan la respiración de su ritmo y se deshacen sonriendo, en la ironía de las culebras de espuma, en la magnificencia triste de las penumbras.

314

Nadie ha definido todavía, con un lenguaje comprensible para quien no lo haya experimentado, lo que es el tedio. Aquello a lo que algunos llaman tedio no es más que aburrimiento; aquello a lo que otros lo llaman, no es sino malestar; hay otros, todavía, que llaman tedio al cansancio. Pero el tedio, aunque participe del cansancio, y del malestar, y del aburrimiento, participa de ellos como el agua participa del hidrógeno y del oxígeno de que se compone. Los incluye sin parecerse a ellos.

Si unos dan así al tedio un sentido restringido e incompleto, uno u otro le presta una significación que en cierto modo lo trasciende -como cuando se llama tedio al disgusto íntimo y espiritual de la variedad y de la incertidumbre del mundo. Lo que hace abrir la boca, que es el aburrimiento; lo que hace cambiar de posición, que es el malestar; lo que hace no poder moverse, que es el cansancio -ninguna de estas cosas es el tedio; pero tampoco lo es el sentimiento profundo de la vacuidad de las cosas, mediante el cual se libera la aspiración frustrada, el ansia desilusionada se levanta, y se forma en el alma la simiente de la que nace el místico o el santo.

El tedio es, sí, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio de haberse vivido; el tedio es, en verdad, la sensación carnal de la vacuidad prolija de las cosas. Pero el tedio es, más que esto, el aburrimiento de los otros mundos, existan o no; el malestar de tener que vivir, aunque otro, aunque de otro modo, aunque en otro mundo; el cansancio, no sólo de ayer y de hoy, sino de mañana también, (y) de la eternidad, si la hay, (y) de la nada, si él es la eternidad. No es solamente la vacuidad de las cosas y de los seres lo que duele en el alma cuando siente tedio: es también la vacuidad de otra cosa cualquiera, que no las cosas y los seres, la vacuidad de la propia alma que siente el vacío, que se siente vacío, y que en él de sí misma se enoja y se repudia.

El tedio es la sensación física del caos y de que el caos lo es todo. El aburrido, el malestante, el cansado, se sienten presos en uña celda estrecha. El disgustado de la estrechez de la vida se siente esposado en una celda grande. Pero el que tiene tedio se siente preso en libertad ordinaria en una celda infinita. Sobre el que se aburre, o tiene malestar, o fatiga, pueden derrumbarse los muros de la celda, y enterrarlo. Al que se disgusta de la pequeñez del mundo pueden caérsele las esposas, y él huir; o dolerse de no poder quitárselas, y él, con sentir el dolor, revivirse sin disgusto. Pero los muros de la celda infinita no nos pueden soterrar, porque no existen; ni siquiera nos pueden hacer vivir por el dolor las esposas que nadie nos ha puesto.

Y esto es lo que siento ante la belleza plácida de esta tarde que termina impereciblemente. Miro al cielo alto y claro, donde cosas vagas, rosadas, como sombras de nubes, son un plumón impalpable de una vida alada y lejana. Bajo los ojos hacia el río, donde el agua, no más que levemente trémula, es de un azul que parece espejado desde un cielo más profundo. Alzo de nuevo los ojos al cielo, y ya hay, entre lo que de vagamente coloreado se deshilacha sin harapos en el aire invisible, un tono glacial de blanco empañado, como si también algo de las cosas, donde son más altas y ordinarias, tuviese un tedio material propio, una imposibilidad de ser lo que es, un cuerpo imponderable de angustia y de desolación.

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