Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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Suenan -deben ser las ocho las que no cuento- campanadas de horas de campanario o reloj grande. Despierto de mí debido a la trivialidad de haber horas, clausura que la vida social impone a la continuidad del tiempo, frontera en lo abstracto, límite en lo desconocido. Despierto de mí y, mirando a todas las cosas, ahora ya lleno de vida y de humanidad acostumbrada, veo que la niebla que se ha salido de todo el cielo, salvo lo que en el azul flota de todavía no bien azul, me ha entrado verdaderamente en el alma, y al mismo tiempo ha entrado en la parte de dentro de todas las cosas, que es por donde ellas tienen contacto con mi alma. He perdido la visión de lo que veía. Me he cegado con vista. Siento ya con la trivialidad del conocimiento. Esto, ahora, no es ya la Realidad: es simplemente la Vida.
…Sí, la Vida a la que yo también pertenezco, y que también me pertenece a mí; no ya la Realidad, que es sólo de Dios, o de sí misma, que no contiene misterio ni verdad, que, puesto que es real o finge serlo, en algún lugar existirá fija, libre de ser temporal o eterna, imagen absoluta, idea de un alma que fuese exterior.
Vuelvo lentos los pasos más rápidos de lo que creo hacia la puerta por la que subiré de nuevo a casa. Pero no entro; sigo hacia delante. La Plaza de la Figueira [131], bostezando venderes [ sic ] de varios colores, me cubre desparroquiándose el horizonte de vendedor ambulante [132]. Avanzo lentamente, muerto, y mi visión ya no es nada: es sólo la del animal humano que ha heredado sin querer la cultura griega, el orden romano, la moral cristiana y todas las demás ilusiones que forman la civilización en la que siento.
¿Dónde estarán los vivos?
84
Enrollar el mundo alrededor de nuestros dedos, como un hilo o una cinta con la que jugase una mujer que sueña a la ventana.
Todo se resume, en fin, en procurar sentir el tedio de modo que no duela.
Sería interesante poder ser dos reyes al mismo tiempo (: ser, no un alma de ellos dos, sino las dos almas.)
¿1914?
85
Le he pedido tan poco a la vida, y ese mismo poco la vida me lo ha negado. Un haz de parte del sol, un campo […], un poco de sosiego con un poco de pan, no pesarme mucho el conocer que existo, y no exigir nada de los demás ni exigir ellos nada de mí. Esto mismo me ha sido negado, como quien niega la sombra no por falta de buenos sentimientos, sino para no tener que desabrocharse la chaqueta […]
Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre he estado, solo como siempre estaré. Y pienso si mi voz, aparentemente tan poca cosa, no encarna la substancia de millares de voces, el hambre de decirse de millares de vidas, la paciencia de millones de almas sumisas como la mía, en el destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin resquicios. En estos momentos, mi corazón late más alto debido a mi conciencia de él. Vivo más porque vivo mayor. Siento en mi persona una fuerza religiosa, una especie de oración, una semejanza de clamor. Pero la reacción contra mí me baja de la inteligencia… Me veo en el cuarto piso alto de la Calle de los Doradores, me siento con sueño; miro, sobre el papel medio escrito, la vida vana sin belleza y el cigarro barato […] sobre el secante viejo. ¡Aquí yo, en este cuarto piso, interpelando a la vida! haciendo prosa […]
86
Pienso a veces que nunca saldré de la Calle de los Doradores. Y esto escrito, entonces, me parece la eternidad.
87 Sinfonía de una Noche Inquieta
Dormía todo como si el universo fuese una equivocación; y el viento, fluctuando indeciso, era una bandera sin forma desplegada sobre un cuartel sin ser.
Se desgarraba cosa ninguna en el aire alto y fuerte, y los marcos de las ventanas sacudían los cristales para que al lado de acá [133]se oyese. En el fondo de todo, callada, la noche era el túmulo de Dios (el alma sufría con pena de Dios).
Y, de repente -un nuevo orden de las cosas universales se movía sobre la ciudad-, el viento silbaba en el intervalo del viento, y había una noción dormida de muchas agitaciones en la altura. Después, la noche se cerraba como una trampilla, y un gran sosiego daba ganas de haber estado durmiendo.
(Posterior a 1923.)
88
No es en los anchos campos o en los jardines grandes donde veo llegar la primavera. Es en los pocos árboles pobres de una plazuela de la ciudad. Allí, el verdor destaca como una dádiva y es alegre como una tristeza buena.
Amo estas plazuelas solitarias, intercaladas entre calles de poco tránsito, y sin más tránsito, ellas mismas, que las calles. Son claros inútiles, cosas que esperan, entre tumultos distantes. Son de aldea en la ciudad.
Paso por ellas, subo cualquiera de las calles que afluyen a ellas, después bajo de nuevo esa calle, para regresar a ellas. Vista desde el otro lado es diferente, pero la misma paz deja dorarse de añoranza súbita -sol en el ocaso- el lado que no había visto a la ida.
Todo es inútil y yo lo siento como tal. Cuanto viví se me ha olvidado como si lo oyera distraído. Cuanto seré no lo recuerdo como si lo hubiera vivido y olvidado.
Un ocaso de congoja leve flota vago en torno a mí. Todo se enfría, no porque se enfríe, sino porque he entrado en una calle estrecha y la plazuela ha cesado.
31-5-1932.
89
Doblaron la curva del camino y eran muchas jóvenes. Venían cantando por la carretera, y el sonido de sus voces era felices [134]. Ellas, no sé lo que serían. Las escuché un rato de lejos, sin sentimiento propio. Una amargura por ellas me sintió en el corazón.
¿Por su futuro? ¿Por su inconsciencia? No directamente por ellas o, ¿quién sabe?, tal vez tan sólo por mí.
(Posterior a 1923.)
90
La crueldad del dolor -gozar y sufrir, por gozar la propia personalidad consubstanciada con el dolor. El último refugio sincero del ansia de vivir y de la sed de gozar;
Amores crueles
Serás quien yo quiera. Haré de ti un ornamento de mi emoción puesta donde quiero, y como quiero, dentro de mí. Contigo no tienes nada. No eres nadie, porque no eres consciente; apenas vives.
Mi espíritu está […] como hacen los clásicos, y con lo que dicen los decadentes.
91
La tragedia principal de mi vida es, como todas las tragedias, una ironía del Destino. Recuso la vida real como una condenación; recuso el sueño como una liberación innoble. Pero vivo lo más sórdido y lo más cotidiano de la vida real; y vivo lo más intenso y lo más constante del sueño. Soy como un esclavo que se emborracha por la siesta -dos miserias en un solo cuerpo.
Si veo nítidamente, con la claridad con [que] los relámpagos de la razón hacen destacarse de la negrura de la vida a los objetos cercanos que nos la forman, lo que hay de vil, de laso, de abandonado y de facticio, en esta Calle de los Doradores que es para mí la vida entera -esta oficina sórdida hasta su médula de gente, este cuarto mensualmente alquilado donde no sucede otra cosa que vivir un muerto, esta tienda de ultramarinos de la esquina a cuyo dueño conozco como la gente conoce a la gente, estos muchachos de la puerta de la taberna antigua, esta inutilidad trabajosa de todos los días iguales, esta repetición persistente de los mismos personajes, como un drama que consistiese tan sólo en el escenario, y el escenario estuviese del revés…
Pero veo también que huir de esto sería o dominarlo o repudiarlo, y yo no lo domino, porque no lo excedo dentro de lo real, ni lo repudio porque, sueñe lo que sueñe, me quedo siempre donde estoy.
¡Y el sueño, la vergüenza de huir hacia mí, la cobardía de tener como vida esa basura del alma que los otros sólo tienen en el sueño, en la figura de la muerte con que roncan, en la calma con que parecen vegetales que han progresado!
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