Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Y es siempre la misma sucesión de las mismas frases… «Y entonces dijo ella…» y el tono habla de la intriga de ella. «Si no fue él, fuiste tú…» y la voz que responde se eleva en una protesta que ya no oigo. «Lo dijiste, sí señor, lo dijiste…» y la voz de la costurera afirma estridentemente «mi madre dice que no quiere…» «¿Yo?» y el asombro del muchacho que trae el almuerzo envuelto en papel parafinado no me convence, ni debe de convencer a la rubia sucia. «A lo mejor era…» y la risa de tres de las cuatro chicas cerca de mi oído, la obscenidad que (…) «Y entonces yo me puse delantito del tipo, y allí misino, en su cara: en su cara, ¿eh, Pepe…?» y el pobre diablo miente, pues el jefe de la oficina -sé por la voz que el otro contendiente era jefe de la oficina que desconozco- no le recibió en el circo, entre las secretarias, el gesto de gladiador de /palabras/ [125]. «…Y entonces me fui a fumar al retrete…» ríe el pequeñajo de las culeras oscuras.

Otros, que pasan solos o juntos, no hablan, o hablan y yo no lo oigo, pero todas las voces me resultan claras mediante una transparencia intuitiva y rota. No me atrevo a decir -no me atrevo a decírmelo a mí mismo por escrito, aunque luego lo rompiese- lo que he visto en las miradas ocasionales, en su dirección involuntaria y baja, en sus atravesamientos sucios. No me atrevo porque, cuando se provoca el vómito, es preciso provocar sólo uno.

«El tipo estaba tan gordo que no veía que la escalera tenía escalones» [126]. Levanto la cabeza. Este muchachote, por lo menos describe. Y esta gente, cuando describe, es mejor que cuando siente, porque al describir se olvida de sí. Se me pasa la náusea. Veo al tipo. Le veo fotográficamente. Hasta la jerga inocente me anima. Bendito aire que me da en la frente -el tipo tan grueso que no veía que la escalera era de escalones- tal vez ¡a escalera por la que la humanidad sube a tumbos, palpándose y atropellándose en la falsedad pautada del declive de acá del zaguán.

La intriga, la maledicencia, la jactancia hablada de lo que no se ha osado hacer, el contentamiento de cada pobre bicho vestido con la conciencia inconsciente [127]de su propia alma, la sexualidad sin lavado, los chistes como cosquillas de mono, la horrorosa ignorancia de la falta de importancia de lo que son… Todo esto me produce la impresión de un animal monstruoso y despreciable, hecho, en lo involuntario de los sueños, de las cortezas húmedas de los deseos, de los restos desmenuzados de las sensaciones.

10-4-1930.

81

¡Cuánto tiempo hace que no escribo! He pasado, en unos días, varios siglos de renuncia insegura. Me he estancado, como un lago desierto, entre paisajes que no existen.

Mientras tanto, me corría bien la monotonía variada de los días, la sucesión nunca igual de las horas iguales, la vida. Corría bien. Si durmiese, no me correría de otro modo. Me he estancado, como un lago que no existe, entre paisajes desiertos.

Es frecuente el desconocerme -lo que sucede con frecuencia a los que se conocen… Me hago compañía en los varios disfraces con que estoy vivo. Poseo, de cuanto muda, lo que siempre es lo mismo; de cuanto se hace, lo que no es nada.

Recuerdo, lejano en mí, como si viajara para dentro, la monotonía, todavía diferente, de aquella casa provinciana… Allí pasé la infancia pero no sabría decir, si quisiese hacerlo, si con más o menos felicidad que paso la vida de hoy. Era otro el quien soy que vivía allí: son vidas diferentes, distintas, incomparables. Las mismas monotonías, que las aproximan por fuera, eran sin duda diferentes por dentro. No eran dos monotonías, sino dos vidas.

¿Con qué propósito me acuerdo?

El cansancio. Recordar es un descanso, porque no es hacer.

Qué de veces, para que el descanso sea mayor, recuerdo lo que no fui, y no hay nitidez ni añoranza en mis memorias de las provincias [128]en que estuve como los que moran, tabla a tabla del entarimado, oscilo el oscilo [129]de otras, en la vastas salas donde nunca viví.

De tal modo me he convertido en la ficción de mí mismo que cualquier sentimiento natural que tengo, desde luego, desde que nace, se me transforma en un sentimiento de la imaginación: la memoria en sueños, el sueño en olvidarme de él, el conocerme en no pensar en mí.

De tal modo me he desnudado de mi propio ser que existir es vestirme. Sólo disfrazado es cuando soy yo. Y, en torno a mí, todos los ocasos incógnitos doran, al morir, los paisajes que nunca veré.

31-3-1934.

82

Cultivo el odio a la acción como una flor de estufa. Me alabo conmigo mismo de mi clarividencia de la vida.

¿1915?

83

En la niebla leve de la mañana de media-primavera, la Baja despierta entorpecida y el sol nace como con lentitud. Hay una alegría sosegada en el aire con mitad de frío, y la vida, al soplo leve de la brisa que no hay, tirita vagamente por el frío que ya ha pasado, por el recuerdo del frío más que por el frío, por la comparación con el verano próximo, más que por el tiempo que está haciendo.

No han abierto todavía las tiendas, salvo las lecherías y los cafés, pero el reposo no es de torpor, como el del domingo; es tan sólo de reposo. Un rastro rubio se antecede en el aire que se revela, y el azul se colorea pálidamente a través de la bruma que se extingue. El movimiento comienza poco a poco por las calles, destaca la separación de los peatones, y en las pocas ventanas abiertas, madrugan también apariciones. Los tranvías trazan a medio-aire [130]su surco móvil amarillo y numerado. Y, de minuto en minuto, sensiblemente, las calles se desdesiertan.

Fluctúo, atención sólo de los sentidos, sin pensamiento ni emoción. Me he despertado temprano; he salido a la calle sin prejuicios. Examino como quien medita. Veo como quien piensa. Y una leve niebla de emoción se levanta absurdamente ante mí; la bruma que va saliendo de lo exterior parece que se me infiltra lentamente.

Sin querer, siento que he estado pensando en mi vida. No me di cuenta, pero así ha sido. Creí que solamente veía y oía, que no era más, en este recorrido ocioso, que un reflejador de imágenes, un biombo blanco sobre el que la realidad proyecta colores y luz en vez de sombras. Pero era más, y no lo sabía. Era también el alma que se niega, y mi propio abstracto observar era también una negación.

Se entolda el aire de falta de niebla, se entolda de luz pálida, en la que parece que se ha mezclado la niebla. Me doy cuenta súbitamente de que el ruido es mucho mayor, que existe mucha más gente. Los pasos de los más transeúntes son menos apresurados. Aparece, rompiendo su ausencia y la menor prisa de los demás, el correr andado de las pescaderas, la oscilación de los panaderos, monstruos con cesto, y [la] igualdad divergente de las vendedoras de todo lo demás se desmonotoniza sólo en el contenido de las cestas, donde los colores divergen más que las cosas. Los lecheros cencerrean, como llaves huecas y absurdas, las latas desiguales de su oficio andante. Los policías detienen la circulación en los cruces, mentís uniformado de la civilización al movimiento invisible de la subida del día.

Ojalá, en este instante lo siento, fuera alguien que pudiese ver esto como si no tuviese con ello más relación que el verlo: ¡contemplarlo todo como si fuera el viajero adulto llegado hoy a la superficie de la vida! No haber aprendido, del nacimiento en adelante, a dar sentidos dados a todas estas cosas, poder verlas con la expresión que tienen separadamente de la expresión que les ha sido impuesta. Poder conocer en la pescadera su realidad humana independiente de que se la llame pescadera, y de saber que existe y que vende. Ver al policía como Dios lo ve. Fijarse en todo por vez primera, no apocalípticamente, como revelaciones del Misterio, sino directamente, como floraciones de la Realidad.

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