Ramón Valle-Inclán - Tirano Banderas - Novela de tierra caliente

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Tirano Banderas: Novela de tierra caliente: краткое содержание, описание и аннотация

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Novela excepcional y única en el paisaje literario de su tiempo, es considerada con frecuencia como la obra maestra de Valle-Inclán. Sobre el trasfondo de las dictaduras presidencialistas hispanoamericanas y las grandes revoluciones del siglo XIX, teje don Ramón una narración en la que el auténtico protagonista es el pueblo, y el tema central la degradación del hombre por el hombre. Un imaginario país, Santa Fe de Tierra Firme, vive sometido a la dictadura del general Santos Banderas, hombre "cruel y vesánico" al que se enfrenta una oposición empujada por alucinados románticos visionarios con aires de redentores místicos. A través del proceso esperpentizador, pone Valle el dedo acusador allí donde duele, denunciando y fustigando cualquier sistema político que rebaje la condición humana a las fronteras de la animalidad. Pero el auténtico prodigio de Tirano Banderas está en la lengua utilizada: fascinadora y desazonante. Valle-Inclán ofrece aquí un documento excepcional en el que quedan unidas para siempre las dos orillas de nuestra lengua, su infinita variedad concreta.

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– Creo que nosotros estamos los primeros.

Se miró los pies con la vaga inquietud de llevar recogida una pierna del pantalón. Sentía la picadura de la morfina. Se le aflojaba una liga. ¡Catastrófico! ¡Y el Ministro del Brasil se había puesto los guantes amarillos de Don Celes!

IV

El Decano del Cuerpo Diplomático -Sir Jonnes H. Scott, Ministro de la Graciosa Majestad Británica- exprimía sus escrúpulos puritanos en un francés lacio, orquestado de haches aspiradas. Era pequeño y tripudo, con un vientre jovial y una gran calva de patriarca: Tenía el rostro encendido de bermejo cándido, y una punta de maliciosa suspicacia en el azul de los ojos, aún matinales de juegos e infancias:

– Inglaterra ha manifestado en diferentes actuaciones el disgusto con que mira el incumplimiento de las más elementales Leyes de Guerra. Inglaterra no puede asistir indiferente al fusilamiento de prisioneros, hecho con violación de codas las normas y conciertos entre pueblos civilizados.

La Diplomacia Latino-Americana concertaba un aprobatorio murmullo, amueblando el silencio cada vez que humedecía los labios en el refresco de brandy-soda el Honorable Sir Jonnes H. Scott. El Ministro de España, distraído en un flirt sentimental, paraba los ojos sobre el Ministro del Ecuador, Doctor Aníbal Roncali -un criollo muy cargados de electricidad, rizos prietos, ojos ardientes, figura gentil, con cierta emoción fina y endrina de sombra chinesca-. El Ministro de Alemania, Von Estrug, cambiaba en voz baja alguna interminable palabra tudesca con el Conde Chrispi, Ministro de Austria. El representante de Francia engallaba la cabeza, con falsa atención, media cara en el reflejo del monóculo. Se enjugaba los labios y proseguía el Honorable Sir Jonnes:

– Un sentimiento cristiano de solidaridad humana nos ofrece a todos el mismo cáliz para comulgar en una acción conjunta y recabar el cumplimiento de la legislación internacional al respecto de las vidas y canje de prisioneros. El Gobierno de la República, sin duda, no desoirá las indicaciones del Cuerpo Diplomático. El Representante de Inglaterra tiene trazada su norma de conducta, pero tiene al mismo tiempo un particular interés en oír la opinión del Cuerpo Diplomático. Señores Ministros, éste es el objeto de la reunión. Les presento mis mejores excusas, pero he creído un deber convocarles, como decano.

La Diplomacia Latino-Americana prolongaba su blando rumor de eses laudatorias, felicitando al Representante de Su Graciosa Majestad Británica. El Ministro del Brasil, figura redonda, azabachada, expresión asiática de mandarín o de bonzo, tomó la palabra, acordando sus sentimientos a los del Honorable Sir Jonnes H. Scott. Accionaba levantando los guantes en ovillejo. El Barón de Benicarlés sentía una profunda contrariedad: El revuelo de los guantes amarillos le estorbaba el flirteo. Dejó su asiento, y con una sonrisa mundana, se acercó al Ministro Ecuatoriano:

– El colega brasileño se ha venido con unas terribles lubas de canario.

Explicó el Primer Secretario de la Legación Francesa, que actuaba de Ministro:

– Son crema. El último grito en la Corte de Saint James.

El Barón de Benicarlés evocó con cierta irónica admiración el recuerdo de Don Celes. El Ministro del Ecuador, que se había puesto en pie, agitados los rizos de ébano, hablaba verboso. El Barón de Benicarlés, gran observante del protocolo, tenía una sonrisa de sufrimiento y simpatía ante aquella gesticulación y aquel raudal de metáforas. El Doctor Aníbal Roncali proponía que los diplomáticos hispano-americanos celebrasen una reunión previa bajo la presidencia del Ministro de España: Las águilas jóvenes que tendían las alas para el heroico vuelo, agrupadas en torno del águila materna. La Diplomacia Latino-Americana manifestó su conformidad con murmullos. El Barón de Benicarlés se inclinó: Agradecía el honor en nombre de la Madre Patria. Después, estrechando la mano prieta del ecuatoriano, entre sus manos de odalisca, se explicó dengoso, la cabeza sobre el hombro, un almíbar de monja la sonrisa, un derretimiento de camastrón la mirada:

– ¡Querido colega, sólo acepto viniendo usted a mi lado como Secretario!

El Doctor Aníbal Roncali experimentó un vivo deseo de libertase la mano que insistentemente le retenía el Ministro de España: Se inquietaba con una repugnancia asustadiza y pueril: Recordó de vieja pintada que le llamaba desde una esquina, cuando iba al Liceo. ¡Aquella vieja terrible, insistente como un tema de gramática! Y el carcamal, reteniéndole la mano, parecía que fuese a sepultarla en pecho: Hablaba ponderativo, extasiando los ojos con un cinismo turbador. El Ministro Ecuatoriano hizo un esfuerzo y se soltó:

– Un momento, Señor Ministro. Tengo que saludar a Sir Scott.

El Barón de Benicarlés se enderezó, poniéndose el monóculo:

– Me debe usted una palabra, querido colega.

El Doctor Aníbal Roncali asintió, agitando los rizos, y se alejó con una extraña sensación en la espalda, como si oyese el siseo de aquella vieja pintada, cuando iba a las aulas del Liceo: Entró en el corro, donde recibía felicitaciones el evangélico Plenipotenciario de Inglaterra. El Barón, erguido, sintiéndose el corsé, ondulando las caderas, se acercó al Embajador de Norteamérica. Y el flujo de acciones extravagantes al núcleo que ofrecía incienso a la diplomacia británica, atrajo al formidable Von Estrug, Representante del Imperio Alemán. Satélite de su órbita era el azafranado Conde Chrispi, Representante del Imperio Austro-Húngaro. Habló confidencial el yanqui:

– El Honorable Sir Jonnes Scott ha expresado elocuentemente los sentimientos humanitarios que animan al Cuerpo Diplomático. Indudablemente. ¿Pero puede ser justificativo para intervenir, si-quiera sea aconsejando, en la política interior de la República? La República, sin duda, sufre una profunda conmoción revolucionaria, y la represión ha de ser concordante. Nosotros presenciamos las ejecuciones, sentimos el ruido de las descargas, nos tapamos los oídos, cerramos los ojos, hablamos de aconsejar… Señores, somos demasiado sentimentales. El Gobierno del General Banderas, responsable y con elementos suficientes de juicio, estimará necesario todo el rigor. ¿Puede el Cuerpo Diplomático aconsejar en estas circunstancias?

El Ministro de Alemania, semita de casta, enriquecido en las regiones bolivianas del caucho, asentía con impertinencia políglota, en español, en inglés, en tudesco. El Conde Chrispi, severo y calvo, también asentía, rozando con un francés muy puro, su bigote de azafrán. El Representante de Su Majestad Católica fluctuaba. Los tres diplomáticos, el yanqui, el alemán, el austriaco, ensayando el terceto de su mutua discrepancia, poníanle sobre los hilos de una intriga, y experimentaba un dolor sincero, reconociendo que en aquel mundo, su mundo, todas las cábalas se hacían sin contar con el Ministro de España. El Honorable Sir Jonnes H. Scott había vuelto a tomar la palabra:

– Séame permitido rogar a mis amables colegas de querer ocupar sus puestos.

Los discretos conciliábulos se dispersaban. Los Señores Ministros, al sentarse, inclinándose, hablándose en voz baja, producían un apagado murmullo babélico. Sir Scott, con palabra escrupulosa de conciencia puritana, volvía a ofrecer el cáliz colmado de sentimientos humanitarios al Honorable Cuerpo Diplomático. Tras prolija discusión se redactó una Nota. La firmaban veintisiete Naciones. Fue un acto trascendental. El suceso, troquelado con el estilo epigráfico y lacónico del cable, rodó por los grandes periódicos del mundo: -Santa Fe de Tierra Firme. El Honorable Cuerpo Diplomático acordó la presentación de una Nota al Gobierno de la República. La Nota, a la cual se atribuye gran importancia, aconseja el cierre de los expendios de bebidas y exige el refuerzo de guardias en las Legaciones y Bancos Extranjeros.

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