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Marcos Aguinis: El Combate Perpetuo

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Marcos Aguinis El Combate Perpetuo

El Combate Perpetuo: краткое содержание, описание и аннотация

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El combate perpetuo: Una biografía admirable con ritmo de novela – Marcos Aguinis: Guillermo Brown es una de las figuras decisivas de la historia argentina. Sin embargo, el trato que la historia le ha dado a menudo ha oscurecido al hombre y acartonado al prócer. Este libro de Marcos Aguinis – `esta biografía con ritmo de novela`, como el mismo la define – es, además, una lúcida y exitosa operación de rescate. Rescate del héroe y del personaje, puesto que el almirante Guillermo Brown aparece en toda su dimensión épica, pero también porque tal dimensión no borra ni excluye los rasgos que lo convierten en el protagonista de un libro de aventuras. Alguien, como consigna el autor, cuyas vicisitudes hubieran apasionado por igual a los novelistas del siglo diecinueve y del siglo veinte. Y que apasionarán asimismo a los lectores. Redactada en tiempos difíciles, cuando la incertidumbre y el desaliento parecían volver impensable una obra de esta laya, El combate perpetuo invita a ser leída y releída como cautivante relato y también como forma de tratar la historia de un modo distinto, nunca esquemático ni maniqueo, siempre riguroso e inteligente.

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En esta atmósfera de abatimiento surge la escuadra nacional. Los primeros pasos se deben al diputado salteño -ex combatiente en Trafalgar- Francisco de Gurruchaga. Este abogado que sirvió en la Real Armada española, apenas fue incorporado a la Junta Grande en diciembre de 1810 se dedicó a la formación de una escuadrilla. No existían enseres náuticos elementales, ni maderas, ni astilleros, además de carecerse de marinos profesionales o de hombres medianamente capaces de tripular buques en combate. Adquirió la goleta Invencible , la balandra Americana y el bergantín 25 de Mayo . El ingenio anónimo confeccionó un refrán: "El 25 de Mayo hará invencible la causa americana". En esa frase estaba contenida una profecía… para otro bergantín del mismo nombre.

El estreno de la modesta escuadra fue trágico. Navegaba por el río Paraná cuando le dio alcance una formación realista. El 25 de Mayo y la Americana fueron apresados. Los patriotas lucharon como demonios. Sólo en la Invencible sufrieron 43 bajas. Juan Bautista Azopardo, que comandaba la flotilla, fue derribado de un sablazo en el momento que iba a volar la santabárbara. En el suelo, ya desarmado, aulló "¡la desgracia no me ha dejado terminar de cumplir con mi deber!" Fue trasladado a Montevideo, donde se le instruyó sumario de alta traición, y luego enviado a la Carraca de Cádiz, donde muriera el patriota venezolano Francisco de Miranda.

Después del desastre Gurruchaga se presentó ante la Junta:

– Vengo a ofrecer otra escuadra -dijo apoyando el puño sobre la mesa.

Las arcas estaban exangües, los servicios públicos eran deplorables, no alcanzaban los recursos para pertrechar los ejércitos del norte, en Buenos Aires los inválidos y los menesterosos morían en la calle. El animoso salteño, invirtiendo sus propios fondos, y con la generosa ayuda de Matheu, adquirió otras naves. Aunque precarias, impidieron algunos bombardeos y llevaron refuerzos a las tropas que luchaban en la Banda Oriental. Gurruchaga partió con Belgrano hacia el Alto Perú, sucediéndole en su difícil labor el morenista Juan Larrea. Precisamente, por esta definición política, Larrea -que integró la Primera Junta- había sido alejado del Gobierno y confinado en San Juan. Las paradojas estaban a la orden del día en este país que luchaba en todos los frentes: el brioso catalán de flequillo abierto y descalificante prontuario político, a poco de salir de la cárcel fue electo diputado ante la Asamblea Constituyente de 1813, por Córdoba… Ocupó la presidencia de dicha Asamblea de abril a junio firmando, entre otros decretos, la consagración del Himno Nacional y la fiesta cívica del 25 de Mayo. Pero la gloria mayor de Juan Larrea fue crear, organizar y pertrechar -como ministro de Hacienda- la famosa Escuadra de 1814, que destruyó el poder realista en el Río de la Plata.

Larrea era comerciante y político, pero sobre todo hombre de visión y decisión. Comprometió al cautivante, contradictorio y acaudalado norteamericano Guillermo Pío White, a su copoblano y socio Domingo Matheu y al experto capitán de marina irlandés Guillermo Brown. Faltan "hombres, buques, jarcias, cables y lonas, artillería, pólvora y aun fusiles", escribió. No había quien instruyera a los marineros, menos todavía a los oficiales. En los buques tendría que luchar gente acostumbrada a tierra firme: el solo movimiento de cubierta los pondría fuera de combate.

Pero Larrea no cejaba. Sabía de las inconsecuencias de White, que cultivó la amistad de los jefes ingleses cuando invadieron Buenos Aires. Sin embargo corrió el riesgo, encargándole "proceda a comprar y reunir todo cuanto se haga necesario para poner en el río una fuerza tan respetable que no sea aventurado el éxito". Le advirtió sobre la necesidad de trabajar con disimulo: "La celeridad y el sigilo en cuanto sea posible, son circunstancias sin las cuales veríamos frustrados nuestros esfuerzos, porque el Gobierno de Montevideo se hallaría en estado de destruir el armamento en sus principios".

Guillermo Brown, a pesar de sus deseos por marginarse de las acciones bélicas y no provocar daño a su mujer, está en condiciones de suministrar información acerca de los movimientos bélicos en el río y la Banda Oriental, y lo hace en forma ininterrumpida. Más adelante le escribe a Larrea otra carta, confidencial, ofreciéndose para equipar un buque apresado "sin que yo aparezca en el asunto". Y después le manifiesta que "puede usted contar con mis servicios". Se va convirtiendo, poco a poco, en un soldado de la causa. Está ansioso por lanzarse a una batalla definitoria y lo dice con claridad. "Aún no sé si los barcos han de estar listos dentro de una semana, pero me dejaría llevar tras el deseo de embarcarme por el solo placer de contribuir al exterminio de los cruceros de Montevideo, como también ocasionar su rendición en menos de dos meses tras la zarpada de nuestra pequeña flota de Buenos Aires". Guillermo Brown no sólo expresa un anhelo sino su voluntad arrolladora, capaz de transformar ese anhelo en realidad. Larrea ni ningún otro miembro del acosado Gobierno nacional imaginan que ese joven capitán de marina anuncia el futuro. La carta termina con recomendaciones al ministro, que más bien son reproches: "A bordo de la Hércules deberían de estar trabajando doble número de carpinteros de los que vi empleados esta mañana. El alistamiento de la Hércules y su equipamiento deberían ser objeto de particular atención, como también respecto al Céfiro y el Nancy". Y vuelve a expresar su anhelo, que pronto rozaría la gloria: "Quiera Dios que estuvieran todos (los buques) frente a Ensenada. Yo respondería de su éxito contra su enemigo común".

En el alistamiento de la escuadrilla revolucionaria participan hombres de una docena de nacionalidades. Y en su tripulación ingresan aventureros, desertores, mercenarios. También voluntarios criollos, gauchos y orilleros. Algunos provienen de las cárceles. Se completa la tropa con delincuentes menores, esclavos negros y mulatos marginados. ¿Quién podría ser el jefe de esos individuos heterogéneos y díscolos?

Mientras el Director Supremo hesita ante la magra lista de candidatos a jefe, se van concluyendo los trabajos impulsados por Larrea, White, Matheu y Brown, lográndose en menos de un mes y medio erigir contra el enemigo dos centenares de cañones.

Los gauchos que detienen su cabalgadura para observar la construcción de la escuadra, introducen sus dedos bajo el pañuelo para rascarse la espesa melena. ¿Cómo podrá lucharse arriba de estos cajones? Los gauchos pueden entrar con sus caballos en el río hasta que el agua les llega al cuello y enlazar a los realistas que se sienten seguros en sus botes, arrastrándolos a tierra ahogados o estrangulados. Están acostumbrados a las boleadoras, el sable y la lanza, cayendo por sorpresa, como trueno, arremetiendo y escapando para volver a arremeter. ¿Qué clase de ataque podrían llevar a cabo encerrados en buques que en lugar de lanzas emplean cañones?

5

El jefe de la escuadra patriota tiene que ser electo a partir de una terna formada por el francés Courrande, el norteamericano Seaver y el irlandés Brown. Al Director Supremo le asiste la conciencia de su responsabilidad. Un error no sólo produciría la destrucción de esta segunda escuadra, sino el inmediato asalto de Buenos Aires por la flota de Montevideo. España, liberada del yugo francés, se dispone a recuperar su autoridad en las colonias insurgentes: han llegado noticias de que el violento general Morillo, a la cabeza de un poderoso ejército de represión, se alista para venir al Río de la Plata. Si aplastan este centro revolucionario, toda América austral quedaría nuevamente bajo el dominio de Fernando VII.

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