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Marcos Aguinis: El Combate Perpetuo

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Marcos Aguinis El Combate Perpetuo

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El combate perpetuo: Una biografía admirable con ritmo de novela – Marcos Aguinis: Guillermo Brown es una de las figuras decisivas de la historia argentina. Sin embargo, el trato que la historia le ha dado a menudo ha oscurecido al hombre y acartonado al prócer. Este libro de Marcos Aguinis – `esta biografía con ritmo de novela`, como el mismo la define – es, además, una lúcida y exitosa operación de rescate. Rescate del héroe y del personaje, puesto que el almirante Guillermo Brown aparece en toda su dimensión épica, pero también porque tal dimensión no borra ni excluye los rasgos que lo convierten en el protagonista de un libro de aventuras. Alguien, como consigna el autor, cuyas vicisitudes hubieran apasionado por igual a los novelistas del siglo diecinueve y del siglo veinte. Y que apasionarán asimismo a los lectores. Redactada en tiempos difíciles, cuando la incertidumbre y el desaliento parecían volver impensable una obra de esta laya, El combate perpetuo invita a ser leída y releída como cautivante relato y también como forma de tratar la historia de un modo distinto, nunca esquemático ni maniqueo, siempre riguroso e inteligente.

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– No, no delira -dice el médico empapado en sangre y sudor.

Brown exige que lo cure sobre cubierta: la batalla ha dado un vuelco favorable y la seguirá conduciendo en persona. Campbell mastica una maldición y le examina la pierna: fractura.

– Hay que bajarlo a la cámara, mi testarudo comandante.

– No, mi cómodo cirujano: me atenderá aquí. Campbell se arremanga otra vuelta la camisa y pide a su ayudante que afirme bien el cuerpo del paciente. Silban los proyectiles. Brown mantiene en la mano la bocina.

– Es obcecado usted, mi comandante.

– Proceda, doctor.

Campbell tracciona con fuerza y reduce la fractura. Brown está blanco pero no se desmaya. Con voz áspera exige que continúen el torrente de fuego. Doblegará al enemigo.

El tronar del cañón y de la fusilería sólo se apagan cuando las naves ponen mayor distancia. La escuadra patriota no ceja, con ese diablo de irlandés que aún herido sigue gritando órdenes. Vuelven las cargas y las densas humaredas. Los relámpagos rojos agujerean velas, arrastran cuerdas y hacen estallar bloques de madera. Los remolinos de humo denso ocultan por completo a los buques; sólo se detectan los cráteres de los cañones.

Montevideo presiente la rendición. Pero el enérgico general Vigodet, jefe de los realistas, no lo hará hasta que el sacrificio sea enorme. Brown ya ha apresado varias naves y destruido otras tantas. El buque principal huye de la batalla para resguardarse en el puerto. La Hércules lo persigue. Es tanto el pánico que esa nave no se atreve a replicar los disparos de Brown ni siquiera cuando alcanza la protección del Fuerte. Vigodet, que contempla la escena bochornosa desde la azotea, se hincha de rabia y tira el catalejo contra las rocas. Mientras, el general Alvear, por tierra, ya golpea las defensas interiores de Montevideo.

El buque insignia de los patriotas, con las banderas lanzadas al viento, ingresa majestuosamente en las aguas del puerto. Veintiún disparos retumban sobre el Cerro y más allá, sobre las cuchillas de la Banda Oriental, anunciando el triunfo de las Provincias Unidas del Sur. La Hércules se desplaza con grandes heridas a la vista, como enormes medallas, seguida por un cortejo de embarcaciones.

El 19 de mayo de 1814 Guillermo Brown eleva su informe: "Hay, más o menos, 500 prisioneros. El número de oficiales de distintas jerarquías es inmenso en proporción con el de marinos y soldados (…). La Hércules aún se encontraba a la cabeza y, acercándose rápidamente a los buques de retaguardia, disparó un par de andanadas que produjo tal desorden en esa parte de la escuadra que en el transcurso de pocos minutos el bergantín San José , y las naves Neptuno y Paloma se rindieron; y tengo el placer de informar a la sensibilidad de Su Excelencia que, aparentemente, fueron pocas las vidas que se perdieron en ambos bandos". Más adelante comunica un abominable descubrimiento: "según parece (Dios los perdone), se proponían cortarnos el pescuezo a todos, habiéndose distribuido al intento largos cuchillos, lo que es apenas creíble. Sea de ello lo que fuere, recomiendo sinceramente que los mismos (los enemigos) sean tratados como prisioneros de guerra" y acentúa una advertencia que excede los límites de su tiempo: "El usar represalias demostraría debilidad y el perdonar sería generosidad. La crueldad se vigoriza con actos de la misma naturaleza. A gente así hay que enseñarle mediante el buen ejemplo y no con represalias".

El comandante de la Itatí , primera nave de la flota en regresar a Buenos Aires, es conducido en brazos por la multitud enardecida hasta los pórticos del Fuerte. La, noticia de la victoria desata una onda de alegría incontenible. España ha perdido su mejor plaza de operaciones contra Buenos Aires y la agresiva expedición del general Morilla tiene que ser desviada hacia el Caribe. Se allanan las condiciones para proclamar la Independencia. La seguridad en los ríos permite reforzar la ayuda al Ejército Auxiliar del Perú y al Ejército de los Andes. El vuelco de la situación frena a Pezuela en el norte. Y el inmenso material bélico capturado sirve para reaprovisionar los agotados arsenales.

Bernardo de Monteagudo, evaluando los beneficios conseguidos por la Escuadra de 1814, dirá que "las dos grandes empresas de la época, cuyo mérito apreciará la posteridad más que nosotros, son la destrucción de la escuadra de Montevideo y la empresa de pasar los Andes para cooperar a la libertad de Chile". El triunfo de Brown determina el fin del dominio colonial sobre la mitad de Sudamérica.

7

Asegurada la costa atlántica, el proceso emancipador enfoca sus largavistas hacia el Pacífico. Chile sufre d yugo de Osario, el Perú está agobiado por un ejército de 10.000 hombres y Colombia se despedaza en una reñida lucha.

El presbítero Julián Uribe, que emigrara a Buenos Aires, concibe un plan temerario: armar una flotilla y atacar a los españoles de Chile por el mar. Juzga conveniente que la heroica fragata Hércules (obsequiada a Brown por sus servicios) y el bergantín Trinidad vayan a hostilizar la navegación y el comercio español a lo largo de Valparaíso, Coquimbo, Huasco, Atacama, Arequipa, Pisco y el Callao. Se trataría de un crucero corsario, como se estilaba entonces, para el cual se deberían extender a Brown las licencias necesarias. Como todo corsario, estará sometido a los reglamentos del Corso: atacará naves y puertos de la nación enemiga y las presas tomadas en sus acciones deberán ser legitimadas por el Tribunal de Presas. Como corsario argentino, además de respetar a los neutrales, deberá liberar los cargamentos de los barcos negreros. Su campaña no se debería extender más allá de los once grados de la línea equinoccial, a menos que alguna expedición española proveniente del istmo de Panamá fuera en auxilio de Lima, en cuyo caso se la tendrá que destruir, apresar o incendiar a toda costa.

Brown acepta el desafío. En documentos reservados, el gobierno de las Provincias Unidas le comunica que le confiere el mando de la expedición, pero -dada la necesidad que tiene de él en Buenos Aires para otras importantes funciones- pide que lo delegue en su hermano Miguel, que acaba de radicarse en Buenos Aires. Guillermo Brown, después de su victoria naval, había comunicado a Larrea que abrigaba el deseo de volver a sus asuntos comerciales. "Si el hacer un bien general, después de abandonar mi pequeño negocio, casa, esposa y familia, exponiendo mi vida a cada momento, a fin de que pudiera prestar un ínfimo servicio a este país, constituye un motivo para atraerme enemigos, ya es tiempo de que me retire, por buenas que sean mis intenciones en coadyuvar en la lucha". Había recomendado una pronta y equitativa distribución del importe de las presas que se adeudaba a oficiales y tripulación. Prefería quedarse en Buenos Aires, aunque se dedicaría en forma personal y entusiasta a la reparación y equipamiento de las naves que realizarían el crucero corsario.

El crucero deberá sortear enormes peligros: navegar abrumadoras distancias sin encontrar sitios de reaprovisionamiento, enfrentar flotas adversarias poderosas, encontrarse siempre rodeado de enemigos.

En el rudimentario astillero las embarcaciones semejan grandes fósiles. Brown revisa una y otra vez ambos buques. La Hércules es prolijamente reparada y claveteada en cobre. Con mirada cuidadosa y severa controla la quilla, la brea, las cureñas, los palos, el bauprés, las vergas, los botes. Repasa la lista de víveres ya acumulados y los que aún faltan comprar. Es minucioso en la provisión de materiales para el viaje: que no falte hierro, plomo, lienzos para velas y maderas para mástiles o tarugos. Arpones, anzuelos y redes, porque el océano suministrará el grueso de la alimentación. Golpea con el puño los tabiques y prueba cables y tornillos. Hasta el botiquín no escapa a su examen, máxime después de las críticas efectuadas por Campbell.

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