Jorge Molist - Los muros de Jericó

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El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estratégico mayor que el de ejércitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compañera de trabajo que le introduce en un movimiento filosófico-religioso continuador de los cátaros medievales. A partir de entonces, se verá arrastrado a una aventura en la que poder, seducción, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin último.

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112

– No disparéis hasta verles la cara -dijo con voz queda Laura-. Dan, tú dispara a las piernas, Jaime y yo, a la cabeza. Cuando caigan hay que asegurarse de que estén muertos.

Todos callaron. La alarma continuaba sonando y desde abajo se oían los lamentos de Cooper.

Los de arriba se movían con cuidado. Un hombre fue bajando con lentitud y giró en el recodo de la escalera; estaba armado y llevaba puesta la máscara antigás. Le seguía otro. Los de abajo dispararon, y el hombre cayó hacia adelante por la escalera hasta el rellano de la planta, frente a la mesa. El otro escapó.

– No le hemos dado al segundo -dijo Jaime.

– Han caído al menos diez de los suyos -comentó Laura-. Contando a los llegados de fuera y los guardas de seguridad del edificio, no serán más de treinta y cinco. Y Beck está muerto. Deberían darse cuenta de que han fracasado.

– Tendrán aún la esperanza de coger a Davis -razonó Dan.

En aquel momento oyeron varios disparos justo detrás de ellos. Los primeros eran de pistola, pero un par de escopeta les siguieron.

– Dan, Jaime, ¡abajo! -gritó Laura.

Al llegar, vieron que la puerta del piso inferior estaba entornada. Mike, medio incorporado en el descansillo, pistola en mano les dijo con voz débil:

– Han intentado atacar desde el piso treinta, pero los he rechazado. Estoy seguro de que le he dado a uno.

– Tenemos suerte de que no se puedan comunicar y lanzar ataques coordinados -dijo Jaime-. Dan, quédese con Mike. Yo vuelvo con Laura.

Justo cuando Jaime daba media vuelta para subir, intentaban un nuevo asalto desde la planta treinta y una. Laura devolvía el fuego, y Jaime notó un fuerte golpe en el hombro derecho, cayendo hacia atrás pero dando, por fortuna, con la espalda en la pared; el chaleco le había salvado. Laura, bien parapetada, continuaba disparando con acierto, y los otros se retiraron. Jaime, adolorido, logró llegar detrás de la mesa.

– Son unos fanáticos testarudos -se quejó Laura-. Como sigan así, al final van a lograr su propósito de eliminarnos; espero que no lo intenten con explosivos.

– Ha pasado ya tiempo suficiente para que Davis y los suyos escapen. -A continuación Jaime se puso a gritar-: ¡Hey! ¡Estáis perdidos, mamones! ¡Hace mucho que Davis escapó! ¡La policía ya viene hacia acá! ¡Tenéis poco tiempo para salvar el culo!

No recibió otra respuesta que la de la alarma y los ayes de los heridos.

– ¿Tú crees que funcionará? -preguntó Laura.

– Es lo único que podemos hacer. -Y se puso a gritar de nuevo-: ¡Salid corriendo ahora que podéis! ¡Davis ha escapado del edificio! ¡Estáis perdidos!

Algo cayó rebotando por los escalones. Jaime se escondió instintivamente detrás de la mesa.

– ¡Las máscaras! -gritó Laura, que no se había movido-. ¡Una granada lacrimógena!

Jaime se puso la máscara e hizo signo a Laura de que le cubriera. Luego, con la culata de su escopeta, empujó con cuidado la humeante granada hasta el hueco de la escalera, por donde cayó. Al regresar junto a Laura, los hombros de ambos se tocaban y así esperaron en silencio obligado. Los pensamientos de Jaime regresaron a su amada. ¡Karen! ¡Dios mío! ¡Que esté bien Karen! Ella conocía el papel de Laura, lo había utilizado como dijo Beck, pero ya no importaba; con tal de que lo amara sólo un poco de lo que él la amaba a ella, la perdonaba.

Laura. Años trabajando juntos. Monotonía, aburrimiento y, de pronto, esto. ¿Quién sería?

Pasaron unos diez minutos de tensa espera y no ocurrió nada. La maldita alarma continuaba sonando angustiosa, y los lamentos de Cooper ya no se oían; Jaime no podía más. Tocó el hombro de su compañera y le hizo una seña indicando que él salía al piso trigésimo primero, ella negó con la cabeza y le hizo gesto de que esperara. Jaime esperó. El humo era ya poco denso. Cinco. Seis minutos más. No aguantaba su inquietud por Karen, no aguantaba la maldita máscara en la cara. Finalmente se incorporó. Laura le tocó el hombro para avisarle que ella también iba. Pasaron por encima de la mesa, apuntando hacia el pasillo de la planta trigésimo primera. No había nadie al frente de la puerta. Laura cubrió la escalera hacia arriba, pero también estaba desierta. Jaime sentía el corazón acelerado. ¡Que esté bien Karen! Saltaron el montón de cadáveres y entraron en el pasillo. También desierto. Aparentemente los Guardianes se habían marchado de la zona con prisa, abandonando los cadáveres. Jaime se lanzó a grandes zancadas hacia su nuevo despacho.

La puerta del despacho estaba cerrada, y cuando entraron vieron que los gases no habían llegado allí. El cadáver de Beck se encontraba tendido en el suelo, alguien había estado allí manipulándolo. Jaime se quitó la mascarilla y llamó con los nudillos al armario donde Karen se refugiaba. No hubo respuesta.

– Karen, el peligro ha pasado. ¿Estás bien?

Volvió a llamar y la puerta se abrió ligeramente, luego más. Allí estaba Karen, con gesto de dolor y encogida.

– No.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Jaime alarmado.

Al salir, Karen le dedicó una gran sonrisa.

– Me he roto dos uñas aguantando la puerta del maldito armario desde dentro -dijo antes de abrazarlo.

VIERNES

113

– ¿Por qué debo suponer que los cátaros son mejores que los Guardianes? -inquirió Davis.

Jaime lo miró, y su cubierto se detuvo a medio camino de la boca. «Será una comida amistosa», le había anticipado Gutierres al invitarlo. Y ahora se encontraba frente a frente con el viejo, en su lujoso salón comedor, que sin solución de continuidad se expandía en una enorme área diáfana, ocupando una buena extensión del ala sur de la planta trigésimo segunda del edificio corporativo. Los desperfectos del intento de asalto habían sido pequeños en aquel lugar y fueron los primeros en ser reparados.

Una cuidada decoración establecía, con una mínima presencia de paredes, varios ambientes permitiendo el recogimiento del despacho, el relax del comedor y una amplia sala de estar que podía acoger fiestas con cientos de invitados. Antigüedades, obras de arte moderno y un mobiliario ecléctico se combinaban con gusto y estilo.

Los grandes ventanales ofrecían una vista en un ángulo de más de ciento ochenta grados, en la que el océano brillaba al fondo, más allá de Santa Mónica e incluso por encima de Palos Verdes, al sur. Hoy era un día claro y brillante, y Ruth había hecho bajar algunos de los cortinajes para moderar la intensa luz exterior.

– Gracias a los cátaros ha descubierto un fraude de millones, salvando su vida y evitando que una secta fundamentalista controle la Corporación. ¿Le parece poco? -respondió Jaime.

– Cierto, pero los cátaros han obtenido mayor poder. ¿Cómo sé que no intentarán lo mismo que los Guardianes?

– Yo soy el único que ha ganado poder, y ha sido porque usted me lo ha dado. Usted tiene buenos informadores, sabe que los cátaros no son una secta; no persiguen el poder material como otros hacen, sólo quieren el desarrollo espiritual de la humanidad. No luchamos para controlar la Corporación, sino para evitar que otros, de ideología ultraconservadora y fundamentalista, tomaran el poder. Creemos que los mensajes que lanza al mundo la Corporación son neutrales o buenos para el desarrollo de un individuo mejor y deseamos que así continúe.

– Entonces ¿los cátaros aprueban mi línea editorial? -Davis sonreía divertido.

– Sí, y seremos buenos aliados, tómenos como tales. Todo el mundo necesita amigos; usted también.

– Me han informado que es usted un cátaro reciente.

– Cierto.

– ¿Sabe?, tiene usted un gran futuro. -La sonrisa de Davis se había tornado irónica-. Y ya que está en cambiar de religiones, quizá le pudiera recomendar otra que le iría mejor profesionalmente.

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