Jorge Molist - Los muros de Jericó

Здесь есть возможность читать онлайн «Jorge Molist - Los muros de Jericó» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los muros de Jericó: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los muros de Jericó»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estratégico mayor que el de ejércitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compañera de trabajo que le introduce en un movimiento filosófico-religioso continuador de los cátaros medievales. A partir de entonces, se verá arrastrado a una aventura en la que poder, seducción, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin último.

Los muros de Jericó — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los muros de Jericó», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

106

¡Al fin un mensaje de Gutierres! El pretoriano, desesperado, debía de haber estado tratando de enviar mensajes de socorro al exterior cuando recibió el suyo.

A Jaime le sorprendía que los Guardianes tuvieran aquel fallo. Quizá no pudieron desconectar el cableado en las dos últimas plantas o quizá planeaban borrar en la central de correo interno los mensajes una vez que nos mataran a todos, meditaba.

«Aquí Gutierres. ¿Cómo sé que es usted y no una trampa?»

– ¡Maldita sea, ahora ese hijo de puta no se fía! -exclamó Jaime, forzándose a pensar. ¿Qué le podía decir a Gutierres para que supiera que realmente era él? Escribió la respuesta. En español. Sabía que Gutierres lo entendía. «Ayer le pedí a Davis que quería conservar a mi secretaria. Me dijo que no le importunara con tonterías y hablara con Andersen. Usted no estaba allí, y tampoco White; compruébelo con Davis y Andersen. Y va a tener que confiar o están muertos. Nos reconocerán porque llevaremos una servilleta roja encima del chaleco antibalas. En un minuto estaremos limpiando la escalera.»

Entonces una explosión sonó en el pasillo. Al cabo de un minuto otra más lejana. De nuevo otra cercana; estaban volando trozos del techo para lanzar los gases.

Jaime envió el mensaje y sacando de un cajón unas servilletas de papel rojas le dio un par a Laura.

– Ponte una servilleta cuando bajen los de arriba. Ahora vamos fuera; con la máscara puesta los Guardianes no nos reconocerán.

– ¡Gutierres dice que está de acuerdo! -gritó Karen, que manipulaba ahora el ordenador.

– Lo siento, Karen -dijo Laura, tomando la iniciativa-. Tenemos que salir, pero sólo hay dos juegos de chalecos, máscaras y armas. No puedes venir con nosotros. Es demasiado peligroso, pero también lo es quedarse aquí. Vendrán a ver qué le ha pasado a Beck.

– Deberás esconderte en algún sitio para que no te vean -terció Jaime-. ¡Ya sé! Estábamos limpiando los armarios de detrás de mi mesa. Si quitamos las estanterías, cabrás dentro.

Sin más comentarios Jaime fue al armario, lo abrió y quitando los estantes los puso en otro armario, también en proceso de limpieza. Karen entró y comprobaron que cabía, aunque en posición medio inclinada.

– Algún día me vengaré de esta ofensa, Jaime -intentó bromear-. ¡Por favor, no cierres con llave! Sujetaré la puerta desde dentro. ¡Buena suerte! Te quiero. Que el buen Dios nos ayude.

Besando sus labios, Jaime revivió la angustia de Pedro al despedirse de Corba. Luego ajustó con cuidado la puerta mientras musitaba un «Dios mío, ayúdanos».

– ¡Vamos allá! -dijo a Laura colocándose la máscara antigás.

Al salir al pasillo encontraron la puerta de la escalera de emergencia, situada a pocos metros a su derecha, abierta. Más al fondo en un área entre despachos, vieron cascotes en el suelo y un boquete en el techo, bajo el cual había cinco hombres con chalecos antibalas y máscaras ya puestas. Uno se disponía a lanzar, a través del agujero en el techo, una granada de gases al piso de arriba, y los demás lo cubrían.

Daniel Douglas y otro hombre, aún sin máscara y armados con escopetas, a mitad de camino entre la puerta y el grupo, contemplaban la operación. A su espalda, en el pasillo, casi frente los ascensores, pudieron ver a más asaltantes bajo otro agujero en el techo.

Jaime sentía la adrenalina correr por su sangre y sus sienes palpitando. No tenía miedo, sólo inquietud por Karen y una intensa agitación; con paso rápido, siguió a Laura, que entraba en la escalera de emergencia. Algunos de los Guardianes los miraron sin reaccionar; la máscara y el chaleco eran un excelente disfraz.

En un descansillo de la escalera, a mitad de camino del piso superior, habían colocado una mesa a modo de barricada, y dos hombres se parapetaban apuntando hacia arriba, en espera de la salida del grupo de Davis. Con su elegante traje arrugado, uno de los Pretorianos estaba tendido en el tramo de escalera que continuaba hacia abajo. Tenía los ojos abiertos y su blanca camisa manchada de sangre. Jaime reconoció al que escribía las actas en la reunión del día anterior. Un tercer hombre con chaqueta antibalas y rifle les salió al encuentro.

– ¿Habéis lanzado los gases ya? -preguntó con acento neoyorquino al verles la máscara puesta.

Era aquel tipo joven de aspecto sádico llamado Paul. Por toda respuesta, Laura le colocó la pistola con silenciador en la cara, disparando. El individuo cayó hacia atrás, mientras ella se lanzaba escaleras arriba seguida por Jaime. Los dos hombres tras la mesa notaron que algo pasaba y uno volvió la cabeza. Laura, a dos metros, hizo blanco en él. El otro intentó girarse y Jaime disparó. La bala dio en la mesa. Cuando el hombre ya le encañonaba, Laura le colocó una precisa bala en el centro de la frente. Jaime estaba impresionado; Laura era una tiradora de élite y mantenía una admirable sangre fría.

Levantando su máscara, Jaime le advirtió:

– ¡Cuidado, ahora vendrán desde la puerta!

Laura cogió una de las escopetas y las municiones de los bolsillos del muerto, luego bajaron hacia la puerta. En el umbral aparecieron los dos hombres del pasillo. Laura disparó al primero certeramente y la detonación produjo un gran estruendo; el segundo era Daniel y disparó su escopeta, pero su primer tiro se perdió en el techo. Las dos balas que Jaime le envió dieron en el chaleco antibalas y en una pierna. El tipo volvió a disparar mientras caía, pero tampoco acertó. Laura y Jaime respondieron al mismo tiempo y la cara de Daniel se llenó de sangre. Jaime no sintió lástima, sólo alivio.

– Coge ahora la escopeta; es una Remington 870; excelente a media distancia. ¡Y no te olvides de los cartuchos! -le dijo Laura quitándose la máscara y dejándola colgada del cuello-. Tenemos que cubrir la puerta.

– ¡La servilleta! -avisó Jaime al oír ruido arriba. Ambos la colgaron a la espalda del chaleco.

107

¡Tumbad las mesas que podáis y cubrios atrás! -gritó Gutierres-. ¡Van a volar el suelo! -Pero él continuó tecleando su ordenador impasible a las explosiones. Por suerte las alfombras amortiguaron parte de los cascotes y nadie resultó herido. Tenían poco tiempo.

Gutierres ordenó que se agruparan junto a la puerta de emergencia norte y que Bob, el pretoriano más corpulento, ayudara a White, que casi no podía andar. En precaución de otro intento de asalto, colocaron varias mesas como barricadas frente a la puerta. Sólo había dos máscaras de gas para caso de incendio, y el jefe de los Pretorianos las reservó para Davis y él mismo. El resto debería proveerse de toallas mojadas en los aseos.

Así esperaron unos minutos. Sonaron disparos en la escalera, y al terminar éstos Gutierres dijo:

– Salgamos. Mike y Richy, los primeros. Yo os sigo y, si todo está bien, luego los demás. Al final Charly y Dan protegiendo al señor Davis.

108

Laura y Jaime pudieron oír una nueva explosión en otro lado del edificio, los Guardianes estarían ya volando la puerta sur de la escalera de seguridad y asaltando la planta superior.

Jaime notó que Gutierres y uno de los Pretorianos bajaban moviendo la mesa para dejar paso a los demás; otro pretoriano, Mike vistiéndose el chaleco de uno de los muertos, cogió una escopeta y se colocó al lado de Jaime.

Mientras, Gutierres daba instrucciones en la escalera:

– Inspector Ramsey, coja una escopeta y colóquese detrás de la chica.

Ramsey obedeció, colocándose junto a Laura, de forma que la puerta tenía dos defensores a cada lado. Mientras, arriba, a Davis le vestían el chaleco de uno de los cadáveres. El humo ya les afectaba y empezaban a toser.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los muros de Jericó»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los muros de Jericó» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los muros de Jericó»

Обсуждение, отзывы о книге «Los muros de Jericó» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x