– ¡León! -llamé-. ¡Vamos!
Mi hermano salió de su ensimismamiento.
– Espera a que reúna a mis hombres -murmuró-. Por cierto, ¿adonde vamos?
– A Amantlan.
– Fueron las semillas del dondiego de día -expliqué-. Tendría que haber recordado los efectos que producen de los años en que era sacerdote. El dondiego de día, los hongos sagrados, la comida de los dioses y otros parecidos, el peyote, los nenúfares, todas esas cosas no solo te abren el mundo de los sueños cuando estás dormido. Algunas veces te provocan visiones cuando estás despierto, y cambian la manera de ver las cosas que te ocurren, así que debes aprender a distinguir lo real de lo falso, o al menos a saber qué pertenece a la tierra y qué pertenece al cielo.
León, Espabilado, Cangrejo y yo íbamos en la canoa de mi hermano. El chico mantenía un silencio hosco. Estaba sentado entre León y yo como medida de precaución, aunque estaba seguro de que no intentaría escapar. Uno de los guardaespaldas de mi hermano impulsaba la embarcación con poderosas y rítmicas paladas, y el resto de los guerreros ocupaban las canoas desplegadas a proa y popa. La superficie del canal parecía hervir con el rápido paso de las embarcaciones y las olas golpeaban contra las orillas y salpicaban a los que caminaban por ellas. No oí que nadie se quejara porque le hubieran mojado la capa o el taparrabos; una mirada a nuestra escolta era más que suficiente para acallar cualquier protesta.
Repasaba en voz alta mi versión de todo lo ocurrido, en un intento de precisarla al máximo. Había llegado a la noche en la que fui a la casa de Atecocolecan para buscar la prenda; Mariposa me cogió desprevenido y me dejó inconsciente.
– Podría haberme matado de una puñalada mientras estaba inconsciente, pero supongo que le interesaba averiguar qué estaba haciendo allí y cuánto sabía. Así que me ató y me drogó para que soltara la lengua. Después… bueno, ella esperaba a que regresara Vago, y creo que aquel cuarto era el escenario frecuente de sus relaciones amorosas; supongo que con ello mortificaba a Caléndula, que lo oía todo. Quizá también influyó que me viera tendido allí a su merced, y la sensación de poder se le subió a la cabeza. Creo que eso era lo que más le gustaba, la sensación de poder. Es una sensación que la mayoría de las mujeres de México tienen la oportunidad de disfrutar.
– Así que poder, ¿verdad? -dijo mi hermano-. Tiene sentido. ¡Si lo que buscaba era sexo no había ninguna necesidad de que te drogara!
Cerré los ojos, avergonzado.
– Te aseguro que no fue idea mía, y que además no fue agradable. ¡Estaba seguro de que ella era una serpiente! -Abrí los ojos a tiempo para ver cómo León se estremecía. En cambio, cuando miré a Espabilado, el chico me devolvió la mirada con franqueza, sin el menor rastro de embarazo. No pude evitar sentirme conmovido al recordar todo lo que había visto y le habían obligado a hacer en su corta vida, y que convertía mi experiencia en algo bastante normal-. Creía estar viendo a la serpiente emplumada, o… bueno, no lo sé. Todo era muy confuso. Dioses y diosas. Hubo un momento en el que oí una voz de mujer, y creí que debía de ser Cihuacoatl que gemía en plena noche, tal como dicen que hace cuando se cierne un terrible peligro sobre la ciudad. Fue mucho más tarde cuando comprendí que no había sido un sueño; la voz era la de tu prima, Cangrejo. Siento mucho no haberme dado cuenta antes, o haber deducido que había un falso tabique, pero en aquel momento mi mente estaba absolutamente obnubilada. Ni siquiera lo pensé a la mañana siguiente, cuando me pareció que el hedor en la habitación era una mezcla del olor de los templos y las cárceles. No se me ocurrió hasta que me di cuenta de que Mariposa y Vago necesitaban a tu tío para que reparara la prenda, y utilizaban a tu prima para obligarlo, o sea que disponían de un lugar donde tenerla secuestrada.
Me vi obligado a hacer una pausa, porque el solo hecho de pensarlo me impresionaba. Estar encerrada en un pequeño calabozo sin ningún acceso al mundo exterior salvo un pequeño agujero al pie de la pared para pasar la comida, el agujero que yo había atribuido a los ratones, ya era horrible; pero ¿tener que dar a luz ahí dentro?
Sola, en la oscuridad, sin una comadrona, sin nadie que la ayudara a parir a la criatura o llorar con ella su muerte. Me pregunté si Mariposa había estado al otro lado del tabique en aquel momento para gozar de la agonía de su cuñada, y si Caléndula volvería a hablar alguna vez.
Durante la mayor parte del viaje, Cangrejo apenas había abierto la boca. No había hecho más que mirar con expresión hosca el fondo de la canoa y me pareció que se retraía todavía más a medida que nos acercábamos a su distrito. Entonces, cuando menos me lo esperaba, se dirigió a mí.
– ¿Es verdad lo que aquella mujer dijo, que Caléndula le mintió a mi tío, y que estaba involucrada en el robo de la prenda? ¿Es verdad que solo simuló ser amiga de Flacucho para que trabajara con más entusiasmo, cuando desde el primer momento sabía que lo iban a matar?
Estaba a punto de decirle que no tenía ni idea, pero entonces vi la expresión del chico. Era de súplica, la misma de un prisionero que mira el rostro del sacerdote del fuego; una palabra equivocada podía ser como una puñalada del cuchillo de pedernal.
Una vez más fue mi hijo quien respondió por mí mientras yo buscaba una respuesta.
– No, por supuesto que no -contestó Espabilado. Se inclinó hacia delante para apoyar una mano en el brazo de Cangrejo-. Era demasiado buena para hacer algo así, y demasiado devota de los dioses para mentir. ¿No es así? -La pregunta iba dirigida a mí, y en su tono se mezclaban el respeto y el desafío, como si me retara a contradecirlo.
– Así es. -Después de todo, pensé, era poco probable que Caléndula fuera a decir lo contrario.
– ¿Qué me dices del bebé? -preguntó León-. ¿Era de su marido, o del plumajero?
– Creo que Mariposa dijo la verdad. -Sin embargo, mientras Cangrejo se tranquilizaba, me pregunté si ella había sido sincera. Pobre Flacucho, pensé, no solo te robaron el atavío, ¿verdad?
– Aún no nos has dicho dónde está la prenda -me recordó León-, y ya puestos, tampoco quién mató a Vago. Pareces estar muy seguro de que no fue Mariposa.
– La prenda está en Amantlan, por supuesto, que es hacia donde vamos. En cuanto a que si Mariposa mató a Vago, recuerda que eran amantes. Además, tenía la coartada perfecta, que soy yo. Estaba conmigo cuando lo mataron, aunque no podría jurar que no fue un sueño. De todos modos, tuve la confirmación en cuanto se me despejó la cabeza, al ver que ella creía firmemente que Vago estaba vivo y que rondaba por ahí vestido como la Serpiente Emplumada.
»También vi algo más que en su momento interpreté como una visión. Vi al dios que entraba en la habitación y a una mujer que intentaba abrazarlo; luego, el dios huía. Creí que era Quetzalcoatl que intentaba evitar una repetición de lo ocurrido cuando Topiltzin fue expulsado de Tollan, hace muchos años, pero era real y resultó ser algo mucho más sencillo.
»Lo que vi fue lo mismo que ya había visto antes: a un hombre vestido con el atavío de un dios. Mariposa lo confundió con Vago, convencida de que había regresado de la casa de
Furioso con la prenda, y que la vestía en parte para asustar a cualquiera que lo viera y en parte por vanidad. Pero se equivocó. Vago estaba muerto, y la persona que vestía la prenda era el asesino.
Llegamos al puente entre Amantlan y Pochtlan, el puente que conocía como la palma de mi mano, donde había visto a Vago vestido como un dios, había encontrado el cadáver de su hermano y me habían capturado. Saltamos de las canoas a plena vista del templo del distrito, cosa que me inquietó. Le estaba diciendo a León que diera prisa a sus hombres cuando Espabilado preguntó:
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