John Toland - Los Últimos Cien Días

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Los últimos cien días de la Segunda Guerra Mundial en el escenario europeo son la culminación del drama que se ha desarrollado a lo largo de toda la contienda. En esos tres meses los Aliados darán el golpe de gracia al Tercer Reich pero, antes de que éste se hunda definitivamente, Alemania tendrá que soportar una tragedia con escasos precedentes en la historia de la humanidad. Víctima de intensos bombardeos, del frío y la falta de alimento, de los excesos cometidos por las tropas rusas y del terror impuesto por los últimos guardianes del nazismo, la población germana acabará recibiendo la noticia de la derrota con indisimulado alivio.
En estas páginas, el historiador John Toland ofrece una extensa, documentada y apasionante reconstrucción de esos últimos y dramáticos días. Su lenguaje ameno y directo, más cercano al periodismo que al propio de los libros de historia, transporta al lector a los diferentes escenarios en los que se libra esa partida final, en un fascinante relato de interés creciente que logra captar toda su atención desde el primer momento.
Los últimos cien días, un clásico imprescindible del que se han vendido millones de ejemplares desde su aparición en 1965, está considerado hoy día como la obra más completa sobre el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

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– No, es preferible que lo guarde -contestó Stalin.

Los dos aliados enviaron un telegrama conjunto a Roosevelt anunciándole que se hallaban de acuerdo en formular una política para los Balcanes. Churchill también envió un mensaje privado al presidente, que decía:

«Es absolutamente necesario que nos pongamos de acuerdo acerca de los Balcanes, a fin de evitar el estallido de la guerra civil en varios países, cuando probablemente usted y yo mostremos simpatías por una parte, y T. J. (el tío José) las demuestre por otra. Le mantendré informado de todo esto, y no se resolverá nada entre Gran Bretaña y Rusia, a excepción de acuerdos preliminares sujetos a posterior discusión y al estudio de usted. Sobre esta base, estoy seguro de que no le preocupará que tratemos de llegar a un acuerdo lo más íntimo posible con los rusos…»

3

Después de que el mariscal Feodor Ivanovich Tolbukhin, del Tercer Frente Ucraniano, hubo ayudado a Tito a capturar Belgrado, en octubre de 1944, se dirigió hacia el nordeste para colaborar con el mariscal Malinovsky, del Segundo Frente Ucraniano, en la toma de Hungría. En una ocasión, un emperador romano fue rey de Hungría, y durante muchos años los emperadores de Austria, los Habsburgo, dominaron allí como reyes. Pero de todos los singulares Gobiernos que habían regido aquel pueblo exuberante, ninguno era más extraño que el presente. Hungría era en esos momentos un reino sin rey, y estaba gobernada por un almirante sin flota, el regente Miklós von Horthy, que se hallaba sometido a la voluntad de Hitler.

Tras la Primera Guerra Mundial los Habsburgo marcharon al exilio, pero ello no mejoró la situación de los empobrecidos campesinos, ya que el régimen feudal seguía subsistiendo bajo la monarquía sin rey de Horthy. Por consiguiente, en ninguna parte de Europa se advertía tan abyecta pobreza rodeada de lujo tan desbordante. Hungría se había unido a Hitler en su cruzada contra el comunismo, y lo hizo con cierto entusiasmo, pero poco después Hitler puso fin a la aparente independencia de Horthy, y ocupó el país, faltando algunos meses para el desembarco de Normandía.

De hecho asumió el Gobierno el representante diplomático alemán en Budapest, general de las SS doctor Edmund Veesenmayer, pero con el Ejército Rojo a menos de ciento setenta kilómetros de Budapest, Horthy pensó que era tiempo de rendir al Ejército húngaro, que aún seguía combatiendo a los rusos, aunque de mala gana. Como los secretos de Budapest se comentaban en voz alta en los cafés, los rusos no tardaron en enterarse casi inmediatamente de la decisión de Horthy, y designaron a un coronel soviético llamado Makarov para que contribuyese a acelerar las cosas. Makarov envió dos cartas tan llenas de espléndidas promesas, que Horthy contestó despachando rápidamente un delegado a Moscú para que negociase. Resultó típicamente húngaro que el almirante olvidara dar a su delegado una autorización escrita, y tuviese luego que enviar a un conocido pintor impresionista con los documentos adecuados. Y también fue típicamente ruso el que los soviéticos manifestasen no saber nada acerca del coronel Makarov y de sus engañosas cartas. El resultado, como era de suponer, fue que cundió la desorientación, y cuanto mayor era ésta, más severas eran las exigencias soviéticas.

Característicamente alemán, también, era que Hitler estuviese perfectamente al corriente de lo que estaba sucediendo. Mientras las negociaciones de los delegados húngaros iban de mal en peor en Moscú, Hitler envió al SS Sturmbannführer (comandante de SS) Otto Skorzeny, que entonces contaba treinta y seis años, a Budapest, para llamar al orden a los dirigentes húngaros. El vienés Skorzeny, aparte de su estatura de cerca de un metro noventa, poseía una figura imponente: tenía una gran cicatriz en el rostro, producida en un duelo estudiantil por una bailarina, y se conducía con la autoridad de un condottiere del siglo XIV. A fines de 1943 había descendido con media docena de planeadores en un paraje montañoso, rescatando a Mussolini en una operación de comando que le hizo famoso entre amigos y enemigos.

A causa de la fe casi mística que tenía en hombres como Skorzeny, Hitler sólo le envió a Budapest con un batallón de paracaidistas, y la orden de evitar que Horthy cambiase de bando. Skorzeny tenía que apoderarse de la Ciudadela, donde Horthy vivía y gobernaba, en una maniobra fácil e incruenta, llamada Operación «Panzerfaust». Pero las complicaciones eran algo habitual en los Balcanes, y así Skorzeny se vio enfrentado con otro obstáculo; la rendición de Hungría por otro Horthy, el joven «Miki» Horthy, hijo del almirante, quien lo hacía sin consentimiento de su padre. Miki era el enfant terrible del clan Horthy. Se le conocía por las alegres fiestas que daba en la isla Margit, y ahora que su hermano mayor, István, había muerto en el Frente Oriental, era a un tiempo la esperanza y la desesperación de su padre. Cuando Skorzeny se enteró por un agente de Inteligencia alemán que Miki ya se había entrevistado con un representante de Tito para negociar personalmente la paz con Rusia, se mostró de acuerdo para colaborar con la Gestapo en el rapto del joven Miki, la próxima vez que se enfrentase con los yugoslavos. La operación recibió el nombre de «Mickey Mouse».

El 15 de octubre de 1944, Miki se dispuso a entrevistarse con el agente de Tito, pero Skorzeny y los hombres de la Gestapo se apoderaron de él, le envolvieron en una alfombra y lo pasaron de contrabando por el aeropuerto. Cuando dijeron al almirante que habían llevado a la fuerza a su hijo a Alemania, denunció a los nazis y dijo al Consejo de la Corona que debía dar instrucciones a sus negociadores en Moscú para que se rindieran a los rusos incondicionalmente.

Esa misma tarde, el diplomático alemán doctor Veesenmayer se trasladó a la Ciudadela y fue sumariamente informado por Horthy de que estaba negociando la rendición con los aliados. Poco después, una grabación de la voz del almirante repetía por radio que Hungría acababa de celebrar una paz por separado con los rusos. Pero nada de esto era verdad, y los mismos soviéticos se sintieron bastante molestos. Por radio informaron a Horthy que no habría armisticio si no aceptaba las condiciones soviéticas antes de las 8 de la mañana del día siguiente. Horthy y sus ministros discutieron hasta bien entrada la noche, pero no llegaron a un acuerdo, y el almirante terminó por retirarse a descansar lleno de disgusto. Por fin los ministros acordaron entre ellos que buscarían asilo en Alemania, y un emisario llamado Vattay fue enviado a que informase a Horthy de la decisión que habían tomado. Horthy se negó en redondo a dimitir y volvió otra vez ofendido a la cama. Lo que siguió fue también típicamente húngaro: el emisario Vattay consideró por lo visto que la noticia no iba a ser del agrado de los ministros y declaró simplemente que Horthy había aceptado el plan «en su totalidad».

En consecuencia, el ministro presidente envió una nota al doctor Veesenmayer informándole que el Consejo de la Corona iba a renunciar, y que Horthy dimitía. Eran las tres de la madrugada cuando Veesenmayer recibió el mensaje. Tardó casi una hora en conseguir comunicación con el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, el cual le dijo desde Berlín que tendría que obtener la aprobación personal de Hitler. Al fin, a las 5,15 se supo que Hitler aceptaba la abdicación de Horthy. Veinte minutos más tarde Veesenmayer se trasladó en automóvil a la Ciudadela. En el interior de la misma, Horthy seguía resistiéndose a las tentativas para que renunciase, pero en el momento en que oyó la bocina del coche de Veesenmayer, se dio por vencido y salió hacia el patio.

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