El siguiente objetivo del Ejército Rojo fue Yugoslavia, país que constituía un ejemplo de contradicciones. El jefe de la lucha contra Hitler era un comunista mirado con disgusto y desconfianza por el primer comunista del mundo, y al que admiraba y apoyaba uno de los mayores demócratas del momento. Para Stalin, Tito era un advenedizo pagado de sí mismo, mientras que para Churchill era un valiente luchador, empeñado en una patriótica contienda contra Hitler.
Los problemas de Yugoslavia eran distintos a los de cualquier otro país balcánico. Se trataba de un reino creado artificialmente después de la Primera Guerra Mundial, integrado por Croacia, Servia, Montenegro, Macedonia y Eslovenia, y cuyo Gobierno había firmado un pacto con Rumania y Bulgaria, el 25 de marzo de 1941, alineando a las tres naciones dentro del nuevo orden europeo de Hitler.
El enfurecido pueblo yugoslavo se rebeló, y dos días más tarde tanto el regente, príncipe Pablo, como su primer ministro fueron colocados bajo custodia por un grupo de oficiales de aviación que constituyó un Gobierno patriótico. Cuando Hitler se enteró del golpe de Estado, no dio crédito a lo que oía. Una vez que le informaron de la verdad de lo ocurrido, ordenó la invasión de Yugoslavia, y al cabo de pocos días los bombarderos germanos atacaron Belgrado mientras tropas alemanas, húngaras, búlgaras e italianas avanzaban desde varios puntos. Doce días más tarde Yugoslavia capitulaba.
Durante dos meses hubo escasa resistencia en el interior del país, hasta el ataque por sorpresa de Hitler contra Rusia, momento en que el Comintern envió el siguiente mensaje radiado a Josip Broz, que ocupaba el cargo de secretario general del Partido Comunista yugoslavo:
«Organice destacamentos de partisanos sin pérdida de tiempo. Comience una guerra de guerrillas en la retaguardia del enemigo.»
Josip Broz, cuyo nombre en el Partido era Tito, era un hombre atractivo y varonil de cincuenta y tres años de edad. Séptimo de quince hijos, procedía de una familia campesina y de ellos había heredado la robustez corporal. Durante los últimos veintiocho años había sido un comunista militante, e igualmente era un patriota acendrado. No tardó en combinar estos dos ideales con tal tesón y capacidad, que al poco tiempo la mayoría de los yugoslavos reconocían en él al jefe del movimiento contra el fascismo.
No obstante, un grupo bastante extenso de partisanos se negó a aceptar su jefatura. Eran los chetniks , herederos de toda una tradición como guerrilleros, y cuyos antepasados habían combatido contra los turcos. Mandados por el coronel Draja Mikhailovich, del Real Ejército Yugoslavo, los chetniks seguían usando su tradicional sombrero de pieles, así como el emblema de los puñales cruzados, y continuaban cantando viejas canciones sangrientas, con unas pocas variaciones modernas:
Mi sombrero de pieles tiembla,
igual que se estremece mi puñal durante la marcha.
Debemos matar, debemos degollar
a todo aquel que no esté con Draja.
Mikhailovich, antiguo oficial de contraespionaje, era un monárquico acérrimo, que soñaba con el Gobierno de tiempos pasados. A pesar de haber recibido alguna educación, ostentaba muchas de las primitivas características de sus antepasados. Para complicar las cosas, era un hombre irresoluto, al que disgustaba tomar decisiones. Se negó a unirse a los partisanos de Tito a causa de su odio al comunismo, y al cabo de poco tiempo, lo que había comenzado como una lucha patriótica contra Hitler se convirtió en una guerra política contra Tito. La disputa se hizo tan enconada que Mikhailovich no tardó en comenzar a colaborar en secreto con los alemanes. Según dijo a sus lugartenientes, una vez que el país se viese libre de Tito, volverían sus armas contra los germanos. Paradójicamente, tanto su hijo como su hija estaban luchando en el bando de Tito.
El Gobierno yugoslavo exilado en Londres denunció como una mentira bolchevique la acusación de que Mikhailovich estaba colaborando con los alemanes, y a continuación le concedió el grado de general y le nombró ministro de la Guerra y comandante en jefe del Real Ejército Yugoslavo. Dicho Gobierno yugoslavo era tan persuasivo que tanto los ingleses como los norteamericanos comenzaron a lanzar en paracaídas extensos suministros a Mikhailovich, y sólo a mediados de 1943, después de un detallado informe del capitán F. W. Deakin, joven profesor de Oxford que viajaba con Tito, Churchill comenzó a sospechar que la ayuda que se enviaba a Mikhailovich era empleada contra sus propios amigos. Para establecer si era Tito, antes que Mikhailovich, quien merecía la ayuda de los aliados, Churchill envió al brigadier Fitzroy MacLean, un antiguo diplomático de carrera de treinta y dos años, como jefe de una misión militar ante los partisanos yugoslavos.
MacLean, que era miembro conservador del Parlamento, descubrió que Tito había unido a los patriotas de numerosas procedencias en una fuerza enérgica y efectiva. Según informó, los partisanos eran disciplinados y austeros, no habiendo borrachos ni buscadores de botines entre ellos… Todos parecían estar unidos por el mismo afán ideológico y patriótico de expulsar de su país a los fascistas, estableciendo un Gobierno representativo de todos los pueblos que componían su heterogénea nación. Lo que más sorprendió a MacLean fue el intenso orgullo nacional de Tito, característica que parecía incompatible con un ardiente espíritu comunista. También había otras cosas insospechadas: la abierta mentalidad de Tito; su sentido del humor y su ingenua satisfacción ante los pequeños placeres de la vida; sus violentos arrebatos, y su ecuanimidad al considerar los distintos aspectos de un asunto.
Más importante aún fue la observación que hizo MacLean de que los partisanos de Tito estaban poniendo en jaque a fines de 1943 a doce divisiones alemanas, y también que era hostigado continuamente por Mikhailovich, así como por un grupo de nacionalistas croatas llamados ustachi. Estos eran fervientes católicos, aunque paradójicamente eran sanguinarios aun para una zona como los Balcanes. Los ustachi se hallaban dedicados a una campaña de terror, y odiaban a los servios, judíos, comunistas, y especialmente a los miembros de la Iglesia Ortodoxa Griega. Aunque la mayoría de las jerarquías eclesiásticas de Croacia no se mostraban partidarias de los ustachi, los sacerdotes croatas acogían sus actos con cierta complacencia. Uno de los métodos favoritos de los ustachi consistía en quemar las iglesias ortodoxas, con sus congregaciones encerradas en el interior.
Inducido por los informes de MacLean, Churchill persuadió a Stalin y Roosevelt, en Teherán, para que proporcionasen el mayor apoyo a Tito en Yugoslavia. Dos meses más tarde el primer ministro escribió a Tito:
«…He decidido que el Gobierno británico no proporcione más ayuda militar a Mikhailovich, y sólo se la entregue a usted. También nos produciría satisfacción que el Real Gobierno Yugoslavo le destituya a él de sus cargos. El rey Pedro II, que escapó de niño de las traidoras añagazas del regente, príncipe Pablo, vino a vernos como representante de Yugoslavia y como joven príncipe en desgracia. No sería caballeresco ni honorable que Gran Bretaña le dejara a un lado. Tampoco podemos pedirle que corte todos los contactos que mantiene con su país. Espero, por consiguiente, que usted comprenderá que de cualquier modo debemos seguir en contacto oficial con él, al tiempo que le proporcionamos a usted toda la ayuda militar posible. También deseo que pueda ponerse término a las querellas de ambas partes, ya que con ello sólo se benefician los alemanes…»
Tito contestó agradeciendo la ayuda de Churchill, pero hizo notar que el futuro político de su país era más complejo de lo que los ingleses parecían comprender
Читать дальше