El día fijado, mi padre se procuró una oca y vino de calidad. Kipa cocinaba refunfuñando. Un maravilloso aroma de grasa de oca salía de nuestra casa, atrayendo a la multitud de ciegos y mendigos. Exasperada, Kipa acabó distribuyéndoles pedazos de pan mojados en la grasa y se alejaron. Thotmés y yo barrimos la calle delante de la casa porque mi padre había dicho a mi amigo que se quedase en el caso de que Ptahor quisiera hablarle. No éramos más que dos chiquillos, pero cuando mi padre encendió los dos recipientes de incienso para perfumar la terraza, nos sentimos como en un templo. Yo custodiaba el jarro de agua perfumada y protegía de las moscas el bello pañuelo de lino que mi madre guardaba para su entierro, pero que ahora tenía que servir de toalla para las manos del ilustre visitante.
La espera fue larga. El sol se puso y el aire refrescó. El incienso se consumía en sus recipientes y la oca iba chisporroteando en la grasa. Yo tenía hambre y el rostro de Kipa se alargaba y endurecía. Mi padre no decía nada, pero no encendió las lámparas cuando cayó la noche. Estábamos sentados en bancos en la terraza y nadie tenía interés en ver el rostro de su vecino. Entonces fue cuando supe cuántos dolores y decepciones pueden causar los ricos a los humildes y a los pobres por su sola negligencia.
Pero, por fin, aparecieron antorchas en la calle y mi padre se levantó de su asiento y se precipitó hacia la cocina a fin de coger una brasa con que encender las dos lámparas. Yo levanté temblando el jarro de agua y Thotmes suspiró profundamente a mi lado.
Ptahor, el trepanador real, llegó en una simple silla de manos llevada por dos esclavos negros. Delante de la litera un servidor, visiblemente borracho, sostenía una antorcha. Gimiendo y gritando saludos, Ptahor se apeó de su silla y mi padre lo saludó poniendo sus manos a la altura de las rodillas. Ptahor le puso la mano sobre el hombro, bien fuese para demostrar que juzgaba aquella cortesía exagerada, bien para encontrar en él un punto de apoyo. Dio una patada al portador de la antorcha diciendo que se fuese a incubar su vino debajo del sicómoro. Los negros dejaron la litera en el macizo de acacias y se sentaron sin que se les invitase a ello.
Apoyando la mano sobre el hombro de mi padre, Ptahor subió los escalones de la terraza, yo le vertí el agua sobre sus manos a pesar de sus protestas y le tendí la servilleta. Pero él me rogó que puesto que le había mojado las manos se las secase. Después me dio amistosamente las gracias y dijo que era un buen muchacho. Mi padre lo instaló en el sillón de honor, prestado por un vecino, y nuestro huésped dirigió varias miradas a su alrededor. Durante algún tiempo nadie habló. Después pidió de beber, porque tenía la garganta seca por el largo camino. Mi padre se apresuró a ofrecer vino.
Ptahor lo husmeó con aire desconfiado; después lo bebió con manifiesto placer .
Era un hombrecillo de cabello cortado al rape y piernas torcidas; su barriga y su pecho pendían lacios bajo la delgada tela de su traje. Su cuello estaba adornado de pedrería, pero iba sucio y lleno de manchas. Apestaba a vino, sudor y ungüentos.
Kipa le ofreció bizcochos de especias, pescados fritos, frutos y la oca asada. Comió con cortesía, pese a que visiblemente salía de un banquete. Probó todos los platos e hizo de ellos alabanzas que alegraron a Kipa. A petición suya llevé a los negros víveres y cerveza, pero respondieron a mi cortesía con improperios y me preguntaron si el barrigudo tardaría mucho en salir. El servidor roncaba bajo el sicómoro y no sentí deseos de despertarlo.
La velada fue muy confusa, pues mi padre se entregó a la bebida más de lo razonable hasta el punto de que Kipa se fue a la cocina y se sentó moviendo tristemente la cabeza entre las manos. Cuando hubieron terminado la jarra de vino, bebieron los vinos medicinales de mi padre y acabaron contentándose con cerveza ordinaria, pues Ptahor afirmaba que no era exigente.
Evocaron los años de estudio en la Casa de la Vida, contaron anécdotas sobre sus maestros y se abrazaron tambaleándose con efusión. Ptahor explicó sus experiencias como trepanador real y dijo que era el último de los oficios para un médico especialista. Pero el trabajo no era penoso, lo cual ya era una ventaja apreciable para un perezoso como él. ¿No es verdad, mi viejo Senmut? El cráneo humano, sin hablar de la garganta y las orejas que requieren los cuidados de un especialista, era a su juicio la cosa más difícil de aprender; por esto lo había elegido.
– Pero -añadió- si hubiese sido un médico enérgico hubiera sido un buen médico ordinario y habría dado la vida en lugar de dar la muerte cuando los parientes están hartos de los viejos y de los enfermos incurables. Daría la vida como tú, amigo Senmut. Sería quizá más pobre, pero viviría una vida respetable y más sobria.
– No creáis una palabra, hijos míos -dijo mi padre-. Estoy orgulloso de mi amigo Ptahor, trepanador real, que es el hombre más eminente en su ramo. ¿Cómo no recordar sus maravillosas trepanaciones que salvaron la vida de tantos nobles y villanos y suscitaron un asombro general? Expulsa los malos espíritus que enloquecen a las gentes y extrae de los cerebros los huevos redondos de las enfermedades. Sus clientes reconocidos lo han colmado de oro y plata, de collares y de copas.
– He recibido dones de parientes reconocidos -dijo Ptahor con la lengua pastosa-. Porque si por azar curo un enfermo sobre diez o sobre cincuenta, no, digamos sobre cien, la muerte de los demás es mucho más cierta. ¿Has oído acaso hablar de un faraón que haya sobrevivido tres días a la trepanación? No, me mandan los incurables y los locos para que los trate con mi trepanador de sílex, y tanto más pronto cuanto más ricos o nobles son. Mi mano libra de los sufrimientos, mi mano distribuye las herencias, las tierras, el ganado y el oro; mi mano eleva un faraón al trono. Por eso se me teme, y nadie osa contradecirme, porque sé demasiadas cosas. Pero lo que aumenta el saber aumenta también el dolor, y por esto soy tan desgraciado.
Ptahor se echó a llorar y se sonó en el pañuelo funerario de Kipa. -Eres pobre, pero honrado, Senmut -dijo sollozando-. Por esto te amo, porque soy rico, pero podrido. Podrido como una boñiga de vaca en el camino.
Se quitó el collar de piedras preciosas y se lo puso en el cuello a mi padre. Después entonaron cantos de los que no comprendí las palabras, pero Thotmés los escuchaba con éxtasis, diciendo que en las casas de los soldados no se oían canciones más crudas. Kipa comenzó a llorar en la cocina y uno de los negros acudió a levantar a Ptahor para llevárselo. Pero el trepanador se resistía y llamó a su servidor gritando que el negro quería asesinarlo. Como mi padre no estaba en estado de intervenir, fuimos Thotmés y yo quienes tuvimos que echar al negro a bastonazos. Gritando y lanzando juramentos, los dos negros salieron corriendo llevándose la litera.
Ptahor se vertió entonces la jarra de cerveza sobre la cabeza, reclamando ungüentos para frotarse el rostro y quiso bañarse en el estanque del jardín. Thotmés me dijo en voz baja que deberíamos meter a los dos hombres en la cama y finalmente mi padre y su amigo durmieron uno al lado del otro en el lecho nupcial de Kipa, jurándose amistad eterna.
Kipa lloraba, se arrancaba los cabellos y se vertía ceniza sobre la cabeza. Yo me preguntaba qué dirían nuestros vecinos, pues los cantos debieron de oírse a gran distancia en el silencio de la noche. Pero Thotmés permaneció tranquilo y afirmó haber visto escenas mucho más violentas en la casa de los soldados y en la suya, cuando los hombres de los carros de guerra contaban sus antiguas hazañas y sus expediciones a Siria y al país de Kush. Declaró que la velada había sido muy animada, pese a que no se hubiesen llamado músicos ni cortesanas para divertirlos. Consiguió calmar a Kipa y después de haber limpiado lo mejor posible las trazas del festín nos fuimos a dormir. El servidor siguió roncando bajo el sicómoro y Thotmés fue a mi cama, me pasó su brazo por el cuello y me habló de mujeres, porque también había bebido vino. Pero aquello no me divirtió, porque era más joven que él y no tardé en dormirme.
Читать дальше