– No permito que toque a un ser divino -dijo la reina-. Yo sostendré la cabeza del dios si es necesario.
Ptahor protestó arguyendo que la operación era cruenta y desagradable para ser presenciada. A pesar de esto la esposa real tomó asiento en el borde de la cama y cogió la cabeza de su moribundo esposo sin ocuparse de la saliva que le mojaba las manos.
– Es mío -añadió-. Que nadie más lo toque. Sobre mis rodillas entrará en el reino de la muerte.
– El dios subirá en la barca del sol, su padre, y llegará directamente al país de los bienaventurados -dijo Ptahor, cortando con su cuchillo de sílex el cuero cabelludo-. Descendió del sol y a él volverá, y su nombre será celebrado por todos los pueblos de eternidad en eternidad. En nombre de Seth y de todos los diablos, ¿qué hace, pues, nuestro hemostático?
Su propósito era hablar para distraer la atención de la esposa real, como hace un médico con su paciente cuando le hace daño. La última frase, dicha a media voz, se dirigía al hombre que estaba apoyado contra la puerta, la expresión medio dormida, al ver la sangre correr sobre las rodillas de la reina, que palideció estremeciéndose. El hombre tuvo un sobresalto, estaba quizá pensando en sus bueyes y sus canales de irrigación, pero de repente se acordó de su cometido, se acercó y miró al faraón con los brazos levantados. La sangre dejó en el acto de manar y pude lavar y limpiar la cabeza.
– Perdona, señora -dijo Ptahor, tomando el taladro-. Hacia el sol, derecho hacia su padre en una barca dorada y que Amón lo bendiga. Mientras hablaba, iba hundiendo el taladro en el hueso con rápidos y precisos ademanes. Entonces el heredero abrió los ojos, avanzó un paso y dijo con el temblor en el rostro:
– No es Amón, sino Re-Herakthi quien le bendecirá y Atón es su manifestación.
Yo levanté la mano respetuosamente pese a que no supiese de quién hablaba, porque, ¿quién puede vanagloriarse de conocer los mil dioses de Egipto? Sobre todo un sacerdote de Amón, que bastante trabajo tiene con las santas tríadas y enéadas.
– Sí, Atón -murmuró Ptahor, plácidamente-. ¿Por qué no Atón? He tenido un descuido.
Volvió a coger el cuchillo de sílex y un martillo de mango de ébano y a golpecitos separó el hueso.
– Es verdad, había olvidado que en su divina sabiduría elevó un templo a Atón. Fue poco después del nacimiento del príncipe, ¿no es cierto, bella Tii? Bien, bien, un momento todavía…
Dirigió una mirada inquieta al príncipe que, de pie al lado de la cama, cerraba los puños y sollozaba.
– En el fondo, una gota de vino afirmaría mi mano y no le haría ningún daño al príncipe tampoco. Para esta ocasión valdría la pena romper el precinto de un ánfora real. ¡Hop!
Yo le tendí las pinzas y sacó el trozo de hueso, de manera que la cabeza osciló de pronto sobre las rodillas de la reina.
– Un poco de luz, Sinuhé.
Ptahor suspiró, porque lo peor había pasado. Yo suspiré también instintivamente y el mismo sentimiento de alivio pareció extenderse asimismo sobre el rostro del faraón desvanecido, porque movió los miembros, la respiración se calmó y cayó en una inconsciencia más profunda. Bajo la luz, Ptahor examinó un instante el real cerebro cuya materia era de un bello color gris y palpitaba.
– ¡Hum…! -dijo Ptahor con aire abstraído-. Lo hecho, hecho. Atón es quien debe hacer ahora el resto, porque es cosa de los dioses y no de los hombres.
Ligera y cautelosamente puso de nuevo en su sitio el trozo de hueso, tapó la grieta con una pomada y volvió a poner la piel en su sitio; después curó la herida. La esposa real colocó la cabeza sobre una almohada de madera ricamente tallada y miró a Ptahor. La sangre se había secado sobre sus rodillas, pero le era indiferente.
Ptahor cruzó su mirada impávida con ella sin inclinarse y en voz baja dijo:
– Vivirá hasta el nacimiento del día si su dios lo permite.
Levantó los brazos en signo de luto y yo hice como él. Después limpié los instrumentos a la llama y los metí en la caja de ébano.
– Tu regalo será importante -dijo la gran reina, que con un ademán de su mano nos autorizó a retirarnos.
Nos habían servido una comida en una sala del palacio y Ptahor vio con júbilo un gran número de jarras de vino a lo largo de las paredes. Hizo abrir una después de haber examinado atentamente el precinto, y los esclavos nos vertieron agua sobre las manos.
Al quedarme solo con Ptahor lo interrogué acerca de Atón, porque verdaderamente ignoraba que Amenhotep III hubiese hecho construir un templo a este dios. Ptahor me explicó que Re-Herakthi era el dios familiar de los Amenhotep porque el más grande de los reyes guerreros, el primer Thotmés, había tenido un sueño en el desierto, al lado de la Esfinge, en el cual este dios se le apareció para anunciarle que un día ceñiría la corona de dos reinos, lo que en aquel momento parecía increíble, porque había varios herederos delante de él. Durante los días de su loca juventud, Ptahor había visto personalmente entre las patas de la Esfinge el templo elevado en memoria del sueño de Thotmés y la tablilla donde se daba cuenta de la aparición. Desde entonces la familia había venerado a Re-Herakthi, que habitaba en Heliópolis y cuya forma de aparición era Atón. Por esto también en Tebas se había erigido un templo a ese dios, pese a que estaba representado por un toro que llevaba un sol entre los cuernos y Horus bajo la forma de un halcón. Este Atón era un dios antiguo, más antiguo que Amón, pero olvidado hasta el día en que la esposa real había puesto un hijo en el mundo después de haber ido a implorar a Atón en Heliópolis.
– Así es como el príncipe heredero es el hijo celeste de este Atón -dijo Ptahor después de un largo rato-. La real esposa tuvo su visión en el templo de Re-Herakthi y dio un hijo al mundo. Trajo de allí también un sacerdote muy ambicioso que había conseguido ganar su favor. Se llamaba Ai y su esposa fue la nodriza del príncipe. Tiene una hija cuyo nombre es Nefertiti, que ha mamado la misma leche que el príncipe heredero del trono y ha jugado con él como una hermana, de manera que ya puedes imaginarte lo que ocurrirá.
Ptahor bebió más vino, lanzó un suspiro y añadió:
– ¡Ah, nada es tan agradable para un anciano como beber buen vino y charlar de cosas que no le importan! ¡Sinuhé, hijo mío, si supieses cuántos secretos se ocultan tras la frente de este viejo trepanador! Encontrarías incluso secretos reales; mucha gente se pregunta por qué los niños no nacen nunca vivos en el gineceo del palacio, porque es contrario a todas las leyes de la Medicina. Y, sin embargo, el soberano actualmente trepanado no se andaba con remilgos en los días de su fuerza y de su goce. Fue un gran cazador que derribó mil leones y quinientos búfalos; pero el número de mujeres que derribó bajo la sombra de su baldaquino, ni el guardián del harén sería capaz de decirlo; sin embargo no tuvo más que un hijo único con Tii.
Yo me sentía excitado porque había bebido bastante vino también. Por esto suspiré al contemplar la piedra verde que llevaba en el dedo. Pero Ptahor prosiguió implacablemente:
– Conoció a su real esposa durante una cacería. Dicen que era hija de un pajarero de los cañaverales del Nilo, pero el rey la crió a su lado a causa de su pureza y honró de esta forma a su indignos padres cuyas tumbas llenó de regios presentes. Tii no tenía nada que objetar a las licencias de su esposo con tal de que las odaliscas del harén no pusiesen en el mundo más que hijas. Y sobre este punto se vio favorecida por una suerte maravillosa. Pero si el hombre que reposa allá sostenía el látigo y el cetro, era la real esposa quien dirigía la mano y el brazo. Cuando por razones políticas el rey se desposó con la hija del rey de Mitanni para evitar para siempre jamás las guerras con el país de los ríos que corren hacia arriba, Tii consiguió hacerle creer que la princesa tenía una pezuña de cabra en el sitio a que se dirige el miembro del hombre y que apestaba a macho cabrío, según se decía, y finalmente esta princesa acabó loca. -Ptahor me dirigió una mirada y añadió precipitadamente-: Sinuhé, no des nunca crédito a estos rumores porque han sido inventados por gentes malevolentes, y todo el mundo sabe la dulzura y la prudencia de la real esposa, así como su inteligencia en rodearse de hombres capaces. Es cierto.
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