Aplaudí el papel que habían desempeñado en semejante progreso.
– Se trata del desarrollo de la industria, del aumento de la riqueza y del mayor progreso que haya vivido el mundo. Y este crecimiento no conoce límites, porque no hay límites para la capacidad de los ingleses. O de la vuestra, supongo.
Habíamos tomado asiento los dos y charlábamos amistosamente. Puesto que no quería dar la impresión de ser excesivamente susceptible al amor propio, yo intentaba evitar que mis miradas se posaran demasiadas veces en las imágenes que representaban las hazañas de mi propia vida. Hay, sin embargo, una curiosa particularidad en el hecho de verse recordado de esta forma uno mismo, y es que, si en cierto sentido lo encontraba gratificante, también me resultaba excesivamente turbador.
– Así pues, habéis elegido entrar a formar parte de esta fraternidad que integramos aquí, en Craven House, para servir a la.Honorable Compañía, como la llamamos -dijo Ellershaw, sin dejar de mascar su misteriosa semilla-. Es lo que os convenía. Una rara oportunidad, Weaver. Que no se puede perder. Ni vos, ni yo, creo. Comprendedme… formo parte del subcomité que está al frente de los almacenes, y creo que obtendré la aprobación de la asamblea de accionistas cuando les informe de que he llegado a un acuerdo con vos. Y ahora vayamos a echar un vistazo a todo esto, ¿os parece?
Me condujo abajo al salón y me hizo pasar a un cuartito sin ventanas donde había un escritorio y un joven sentado ante él, que examinaba un montón de papeles y escribía anotaciones en un complicado registro. Tendría solo veintipocos años, pero se le notaba estudioso y trabajador, y tenía el ceño fruncido por el trabajo de llevar los libros. Me fijé en que era también un muchacho de constitución delgada, con hombros caídos y unas muñecas notablemente finas. Tenía los ojos surcados de venillas rojas y las bolsas que le formaban las ojeras bajo los párpados tenían una coloración azul negruzca.
– Lo primero que debo hacer es presentaros al señor Blackburn -dijo Ellershaw-, para que no se entere por sí mismo de vuestra presencia aquí y venga a pedirme explicaciones. No quiero que os llevéis ninguna sorpresa, Blackburn.
El joven me estudió. Su expresión tenía una severidad mayor de la que yo había pensado al principio, y poseía unos rasgos que hacían pensar en un depredador, una impresión reforzada por la nariz grande y ganchuda. Me pregunté cuánto esfuerzo personal le estaría costando aquel trabajo, porque tenía cierta expresión atribulada más propia de alguien que lo doblara en edad.
– Las sorpresas conducen a tres cosas -dijo, indicando cada una de ellas con el dedo extendido-: Ineficiencia, la primera. Desorden, la segunda. Y merma de ingresos, la última. -A medida que las iba citando, apoyaba el índice de su mano derecha entre el pulgar y el índice de su izquierda-. No me gustan las sorpresas -sentenció.
– Lo sé, y por eso hago todo lo que puedo por manteneros informado. Os presento al señor Weaver. Trabajará para mí controlando a los vigilantes de los locales.
Blackburn enrojeció un poco. Al principio pensé que se trataría de algún inexplicable embarazo, pero pronto me di cuenta de que era más bien un ramalazo de ira.
– ¿Trabajará para vos? -preguntó-. ¿Desde ahora? ¿Cómo podéis hacer que alguien nuevo venga a trabajar para vos ahora? La asamblea de accionistas no ha aprobado la creación de ese puesto, y sin su aprobación no es posible crear ningún puesto. No comprendo esto, señor. Es de lo más irregular, y no sé cómo voy a poder incluirlo en la nómina.
– Sí, es irregular -admitió Ellershaw, adoptando un tono tranquilizador-, y, puesto que los accionistas no lo han discutido aún, el señor Weaver, hasta nuevo aviso, recibirá su salario directamente de mí.
– ¿Que le pagaréis vos? -preguntó Blackburn-. No tenemos en la Compañía de las Indias Orientales empleados pagados directamente por otros empleados. Jamás he oído tal cosa. ¿Cómo lo anotaré, señor? ¿Debo poner una nueva entrada en los libros? ¿O abrir un nuevo registro? ¿Un libro especial solo para este caso, señor? ¿O es que vamos a abrir nuevos libros cada vez que a un miembro de la junta se le ocurra un capricho así?
– Yo había pensado -dijo Ellershaw- no hacer ninguna mención del señor Weaver en los libros. -Me sorprendía que Ellershaw mantuviera un tono de voz notablemente calmado, y me llamaba la atención que fuera Blackburn, evidentemente su subordinado, quien le estuviera exigiendo explicaciones.
Blackburn sacudió la cabeza y levantó dos dedos.
– Hay dos cosas, señor -enumeró-. La primera que no hay nadie que no esté mencionado en los libros -dijo, señalando uno de los tomos infolio encuadernado con sobrias cubiertas de piel negra-. Todo el mundo está en los libros. La segunda, que si empezamos a hacer excepciones y a dictar normas a medida que se nos ocurre una idea, estos libros no servirán para nada y mi trabajo de llevarlos será inútil.
– Vos también podéis hacer dos cosas, señor Blackburn: o intentar incluir en vuestro actual esquema la posición excepcional del señor Weaber, como persona que trabaja para mí, o aceptar que él está fuera del alcance de vuestras atribuciones y que, por tanto, no tenéis ninguna responsabilidad sobre él. Dada esta última alternativa, podréis dejarlo de lado como lo haríais si se tratara de mi lacayo o mi repostero. ¿Cuál de las dos preferiríais?
Dio la impresión de que el último argumento aducido prevalecía en el espíritu del oficinista.
– ¿Vuestro lacayo, decís? ¿Como un repostero?
– Exactamente. Me ayuda a hacer mi trabajo más eficiente, y por eso he decidido contratarlo, y es mi deseo retribuirle yo de mi dinero. Así no necesitaréis abrir ninguna cuenta a su nombre.
Blackburn le dedicó a Ellershaw una inclinación de cabeza, asintiendo.
– Acepto vuestra propuesta -dijo, aunque, que yo supiera, no había habido ningún tipo de oferta.
– Un buen plan, Blackburn. Excelente. Pero hay una cosa más. Preferiría que no comentarais este asunto con nadie. Si alguien os pregunta, decidle solo que todo está en regla. No creo que la mayoría de quienes lo hagan quieran indagar más, ni que les interesen hechos, cifras y tablas que no tienen ningún interés para ellos. ¿Puedo contar con vuestra discreción?
– ¡Por supuesto! -dijo Blackburn-. Tampoco deseo adviertan esta irregularidad. Comprendedlo, señor Weaver…, vos sois un cierto desorden, y yo aborrezco el desorden. Me encanta cuando las cosas son regulares, predecibles y fáciles de contabilizar. Confío en que no traeréis el desorden.
– Lo había pensado -dije-, pero, atendiendo a vuestra solicitud, evitaré causarlo.
Cuando salíamos del despacho del señor Blackburn, casi chocamos con un apuesto caballero de elevada estatura que parecía estar en la sala esperando nuestra llegada.
– Ah, Forester… bien hallado -dijo Ellershaw. Apoyó la mano en el brazo del otro-. Quiero que conozcáis al señor Weaver. Me ayudará en mi trabajo en el subcomité del almacén.
Los ojos de un azul apagado de Forester miraron la mano de Ellershaw que retenía su brazo antes de mirarme a mí. No podía expresar de forma más clara su escaso aprecio por Ellershaw, pero la tonta sonrisa de mi nuevo patrón me dijo que no había observado para nada la animosidad del caballero.
– Bien -asintió Forester-, porque las cosas en los almacenes irían mejor si les dedicarais mayor atención.
– Sí, sí. O sea que, si veis por allí al señor Weaver, no os extrañéis. Es mi encargado, entendedme. Así que tomadlo como lo más normal de mundo.
Por alguna razón esta frase de Ellershaw movió a Forester a estudiarme más detenidamente.
Читать дальше