Miguel escrutó el rostro de Parido. Quería saborear el momento cuanto fuera posible, pues acaso sería el más satisfactorio de su vida. Luego, sabiendo que no podía esperar demasiado, habló.
– Cuando sea llamado ante el ma'amad, ¿creéis que debería contar que pedí a Joachim que trabajara conmigo cuando él vino a mí y me confesó que vos habíais intentado obligarle a descubrir la naturaleza de mis diligencias en el negocio del café? Vos, en otras palabras, utilizasteis a un gentil como espía, y no fue ni tan siquiera por asuntos relacionados con el ma'amad, sino con la esperanza de arruinar a un judío contra el que lleváis a cabo vuestra venganza. Me pregunto qué dirían los otros parnassim ante tal información. ¿Debo mencionar también que conspirasteis con Nunes, un mercader a quien yo había hecho un encargo, y que utilizasteis vuestra posición como parnass para obligarle a traicionarme y de esa forma prevalecer sobre mí? Creo que sería una sesión muy interesante.
Parido se mordió el labio inferior un momento.
– Muy bien -dijo.
Pero Miguel no había terminado.
– Debo añadir que está el asunto de Geertruid Damhuis, una holandesa a quien contratasteis con el único propósito de arruinarme. ¿Cuánto hacía que era vuestra sierva, senhor ? Casi un año, diría.
– Geertruid Damhuis -repitió Parido, con aire algo más alegre-. Algo he oído de eso. Era vuestra socia, pero vos la traicionasteis.
– Simplemente, no le permití que me arruinara. Sin embargo, lo que nunca he acabado de comprender es para qué necesitabais a Joachim si ya la teníais a ella. ¿Acaso no os lo contaba todo? ¿Acaso esperaba la mujer sacar beneficio de su pequeña trampa, y vos no pudisteis soportar la certeza de que no podríais controlar a vuestra propia criatura?
Parido soltó una risotada.
– Estáis en lo cierto salvo por una cosa. No puedo llevaros ante el ma'amad. En eso me habéis derrotado. Admito, entre nosotros, que pedí a ese sucio holandés que descubriera cierta información sobre vos. Pero habéis de saber que nada tengo que ver con esa ramera a quien arruinasteis. Que yo sepa, no era más que una honrada mujerzuela que solo pretendía ayudaros, y vos la destruisteis.
– Sois un mentiroso -dijo Miguel.
– No lo creo. Hay una cosa que admiro de vos, Lienzo. Algunos hombres son fríos en materia de negocios. Endurecen su corazón frente a quienes perjudican. Pero vos sois hombre de conciencia, y sé que habréis de sufrir sinceramente por cuanto le hicisteis a vuestra socia.
Miguel encontró a Geertruid en el Tres Sucios Perros, tan borracha que nadie se hubiera sentado con ella. Uno de los clientes le advirtió que se anduviera con cuidado. Ya había mordido la mejilla de un hombre que había tratado de tocarle los pechos y le había hecho sangre. Pero se conoce que de tanto beber estaba más allá de la cólera, pues cuando vio a Miguel hizo un débil esfuerzo por ponerse en pie y entonces tendió los brazos como si quisiera abrazar a su antiguo socio.
– Es Miguel Lienzo -balbuceó-. El hombre que me arruinó. Esperaba que os vería aquí, y habéis venido. Donde esperaba veros. ¿Queréis sentaros conmigo?
Miguel se sentó con cuidado, como si temiera que el banco se rompiera. Miró a Geertruid, la cual estaba sentada frente a él en la mesa.
– ¿Para quién trabajabais? Debo saberlo. Os prometo que no tomaré ninguna acción cuando lo sepa. Necesito saberlo por mí. ¿Era Parido?
– ¿Parido? -repitió ella-. Jamás trabajé para Parido. Ni tan siquiera sabría de su existencia de no ser por vos. -Le dio risa y señaló a Miguel-. Yo sabía que eso es lo que pensabais. En cuanto me dijisteis que me habíais arruinado, supe que pensabais que era agente de Parido. Si hubiera sido agente de Parido -explicó-, hubiera merecido que me arruinarais.
Miguel tragó con dificultad. Esperaba poder oír algo muy distinto.
– Me engañasteis para que confiara en vos. ¿Por qué?
– Porque quería ser rica -dijo Geertruid golpeando la mesa con la mano-. Y ser una mujer respetable. Nada más. No trabajaba para nadie. No tenía ningún plan para destruiros. Solo quería hacer negocios con un hombre influyente que me ayudara a hacer mi fortuna. Y cuando perdisteis vuestro dinero permanecí a vuestro lado porque me gustasteis. No soy más que una ladrona, Miguel. Soy una ladrona, pero no una villana.
– ¿Ladrona? -repitió él-. Entonces, ¿robasteis ese dinero, robasteis los tres mil florines?
Ella negó con la cabeza, y lo hizo con tal fuerza que Miguel temió que se golpeara la cabeza contra la mesa.
– Lo pedí prestado. A un prestamista. Un prestamista muy desagradable. Tanto que ni tan siquiera los judíos lo quieren.
Miguel cerró los ojos.
– Alferonda -dijo.
– Sí. Fue la única persona que encontré dispuesta a dejarme lo que había menester. Sabía para qué lo quería y sabía quién soy.
– ¿Por qué él no me dijo nada? -exigió Miguel en voz alta-. Nos puso el uno en contra del otro. ¿Por qué había de hacer tal cosa?
– No es un buen hombre -dijo ella con tristeza.
– Oh, Geertruid. -Le tomó la mano-. ¿Por qué no me dijisteis la verdad? ¿Cómo pudisteis permitir que os arruinara?
Ella dejó escapar una pequeña risa.
– ¿Sabéis, Miguel, dulce Miguel? No os culpo a vos. ¿Qué podíais haber hecho? ¿Enfrentaros a mí? ¿Preguntarme por mis planes? Ya sabíais que era una estafadora y deseabais hacer vuestro dinero como mejor pudierais. No puedo culparos. Pero tampoco hubiera podido deciros la verdad, pues tampoco habríais confiado. Temíais a ese Consejo vuestro simplemente porque estabais haciendo negocios con una holandesa. ¿De veras hubierais pensado que podía salir algún bien de hacer negocios con una holandesa proscrita ? Sobre todo, una como yo.
– ¿Como vos?
– Debo abandonar la ciudad, Miguel. Debo dejarla esta noche. Alferonda me ha estado buscando y no tendrá compasión conmigo. Corren ciertas historias sobre su cólera, ¿sabéis?
– ¿Y qué le importa a Alferonda? ¿No podéis darle el dinero que transferí a vuestra cuenta? Os he devuelto los tres mil florines que me prestasteis.
– Le debo otros ochocientos florines en intereses.
– Ochocientos -espetó Miguel-. ¿Es que ese hombre no tiene vergüenza?
– Es un usurero -dijo ella con pesar.
– Dejad que hable con él. Es mi amigo y sé que podemos llegar a un entendimiento. No es menester que os cargue con un interés tan alto. Negociaremos una tarifa más razonable, y os ayudaré a pagarle.
Ella le oprimió la mano.
– Pobre y dulce Miguel. Sois demasiado bueno para mí. No puedo dejar que hagáis tal cosa, pues estaríais malgastando vuestro dinero y no ganaríais salvo vuestra ruina. Acaso Alferonda será vuestro amigo, pero no mío, y no permitirá que su reputación quede maltrecha por mí. Y ¿realmente es tan buen amigo cuando os engaña de esta forma? Aun si pudierais satisfacer sus exigencias, sigo debiendo dinero a los agentes de Iberia. Tienen mi nombre, no el vuestro, y vendrán a Amsterdam a buscar a Geertruid Damhuis. Si me quedo, tarde o temprano estaré perdida. Debo partir esta noche, de modo que no os daré más que lo que merecéis diciéndoos la verdad, por fin.
– ¿Hay más?
– Oh, sí. Hay más. -A pesar de la bruma de la borrachera, Geertruid esbozó una de aquellas sonrisas que siempre embebecían a Miguel-. Preguntabais qué he querido decir cuando he dicho una ladrona. Pues os lo voy a decir. -Se inclinó más cerca-. No soy una ladrona corriente, debéis saberlo. No vacío bolsillos ni arranco bolsas o entro a sisar en las tiendas. Muchas veces os habéis preguntado por mis viajes al campo y, necio de vos, habéis leído todos los relatos y los habéis leído porque yo os los di a conocer.
Читать дальше