– No os comprendo -se quejó.
– De no apreciaros tanto, os pediría otro cinco por ciento por hacer vuestro trabajo, pero os aprecio, así que dejaremos pasar el asunto. Como suele decirse, el buen granjero se hace su propia lluvia. De modo que, mientras vos jugabais al gato y al ratón con vuestro absurdo Consejo, yo misma encontré un agente que trabajará por nuestra causa en Iberia.
– ¿Vos? ¿Habéis mandado a un agente a la nación más perniciosa de la tierra? ¿Y dónde encontrasteis a persona semejante? ¿Cómo podéis estar segura de que no nos traicionará?
– No temáis. -Ella chupó su pipa con visible satisfacción-. Lo encontré a través de mi abogado en Amberes, ciudad que, como bien sabéis, mantiene fuertes vínculos con España. Se me ha asegurado que puedo fiarle mi propia vida.
– Vuestra vida no corre peligro, esperemos que podáis confiarle vuestro dinero. Si la Inquisición sospecha que es agente de un judío, habrán de torturarlo hasta que lo confiese todo.
– Eso es lo mejor. Desconoce por completo que trabaja para un judío, tan solo sabe que trabaja para una encantadora viuda de Amsterdam. No puede traicionar lo que no sabe, y sus movimientos no habrán de suscitar sospechas pues incluso a sus ojos no hace nada reprensible.
La mujer se había embarcado sin miramientos en un plan sin consultarle, pero Miguel no acertaba a ver fallo alguno en sus acciones. Hacía apenas unos instantes se lamentaba de haber trabado relación con ella, pero en aquel momento recordó por qué la apreciaba tanto.
– ¿Os fiáis de ese hombre?
– Jamás le he visto, pero confío en mi abogado, y él dice que podemos confiar en él.
– ¿Y cuáles son sus instrucciones?
– Las mismas que disteis a los otros. -Se pasó la lengua por los labios, lentamente, como si pensara-. Asegurar agentes en Lisboa, Oporto, Madrid… hombres que seguirán nuestras órdenes al pie de la letra, aunque en este caso las órdenes serán solo mías. Estos agentes habrán de esperar mis instrucciones y comprar como se les indique en un momento y un lugar concretos. -Estudió la expresión de Miguel-. No podéis objetar.
No podía objetar. Y sin embargo, lo hacía.
– Por supuesto que no. Solo estoy sorprendido. Habíamos quedado que dichos planes me correspondían a mí.
Geertruid puso una mano sobre las de él.
– No os sintáis abatido -dijo con suavidad-. Os prometo que os tengo por más grande hombre que nunca, pero vi la oportunidad y hube de aprovecharla.
Él asintió.
– E hicisteis bien. -Siguió asintiendo-. Sí, todo está muy bien. -Acaso su reacción hubiera sido excesiva. ¿Qué importancia pudiera tener de dónde hubiera salido el agente? Geertruid, a pesar de sus defectos, no era mujer necia. Miguel suspiró, percibiendo el sabor del tabaco barato en el aire y saboreándolo como si fuera perfume. Un pensamiento se le vino de pronto a las mientes y se sentó muy derecho-. ¿Os dais cuenta de lo que nos ha acontecido en este momento?
– ¿Qué nos ha acontecido? -preguntó ella. Y se acomodó ociosamente en el banco, como una ramera satisfecha que espera su dinero.
– Había un obstáculo entre nosotros y nuestra riqueza, y lo acabamos de eliminar.
Geertruid pestañeó.
– Aún hemos de colocar a nuestros agentes en su lugar y confiar en que cumplan nuestras órdenes -dijo ella, como si no entendiera en absoluto el plan de él.
– Una mera formalidad -le aseguró Miguel-. Acaso el banco de la Bolsa nos ofrecerá un crédito ilimitado puesto que somos ricos. Ahora solo hemos de esperar a que el resto del mundo reconozca lo que nosotros sabemos. -Se inclinó y acercó sus labios a los de ella tanto como no osara hacerlo desde la noche que ella lo rechazó. No le importaba el cherem, ni Joachim, ni tan siquiera haber perdido el dinero de ella. Aquello no eran más que detalles, y los detalles pueden encontrar arreglo-. Ya somos ricos, señora. Hemos ganado.
Aunque había estado evitando el rincón de las Indias Orientales de la Bolsa toda la semana, Miguel acababa de zanjar un pequeño negocio con la pimienta cuando notó que alguien lo cogía fuertemente por el hombro. Casi fue una estocada. Y allí estaba Isaías Nunes, impaciente y apocado.
– Nunes -exclamó Miguel con alegría y lo cogió del brazo-. Tenéis un buen aspecto, amigo mío. Confío en que todo continúe como está planeado, y podamos esperar el cargamento como corresponde…
Nunes era incapaz de resistirse al entusiasmo de Miguel.
– Sí, todo va como acordamos. Como ya sabréis, el precio del café ha estado subiendo, pero yo acordé nuestro precio antes. Así, seguiréis pagando cada barril a treinta y tres florines. -Tragó con dificultad-. Algunos hacemos honor a nuestra palabra.
Miguel hizo como que no oía la indirecta.
– Y lo que contienen sigue siendo secreto.
– Tal y como os prometí. Mis agentes me han asegurado que los cajones se marcarán como indicasteis. Nadie estará al corriente del verdadero contenido. -Por un momento, desvió la mirada-. Ahora deseaba debatir otro asunto.
– Sé lo que vais a decir -Miguel sostuvo en alto una mano-, pero ¿acaso pensáis que me llegaría a vos como lo hago si no tuviera intención de pagaros? Os prometí que tendríais el dinero en dos días, tres a lo sumo.
Nunes suspiró.
– Vos no os habéis llegado a mí. He sido yo quien ha venido a vos. Y ya me habéis hecho otras promesas.
– Estoy esperando recibir el dinero que necesito en cualquier momento -mintió-. Todo irá bien.
Era Miguel quien no tenía de qué preocuparse. El negocio se había contratado con la Compañía de las Indias Orientales y no podía cancelarse. Nunes tendría que limitarse a cubrir esos quinientos florines unos días. Tenía el dinero; no suponía ningún problema para él.
Miguel decidió que había llegado el momento de ejecutar la siguiente etapa de su plan. Visitó a un corredor con quien había hecho negocios anteriormente y compró opciones de venta de café que vencerían en un plazo de diez semanas, con lo que se garantizaba el derecho a vender según los elevados precios del momento. Miguel deseaba comprar opciones de venta por valor de mil florines, pero el corredor no parecía dispuesto a avanzarle una cantidad tan grande. Puesto que no tenía otro remedio, utilizó el nombre de su hermano como fiador. No había ningún mal en ello; Miguel se beneficiaría de sus opciones y pagaría al corredor sin que Daniel llegara siquiera a enterarse.
– Tendré que enviar una carta a vuestro hermano para confirmar que está de acuerdo -dijo el corredor.
– Por supuesto. Sin embargo, mi hermano tiene el hábito de dejar la correspondencia sin mirar durante días. Poned alguna señal en el exterior de la nota, y me ocuparé personalmente de que conteste sin demora. -Miguel haría que Annetje estuviera al tanto. Sin duda sería fácil evitar que llamara la atención de Daniel.
Una vez completó la transacción, Miguel trató de disipar el remordimiento. Ciertamente, era arriesgado poner el dinero de su hermano en peligro, pero todo estaba controlado. No hubiera estado tan desesperado de no ser porque Daniel exigió que le devolviera el préstamo en tan mal momento. Hubiera sido distinto si Miguel hubiera estado en un mal paso, pero jamás había conocido el mercado tan bien. Y con el café, ya no se trataría de responder según evolucionara el mercado, él crearía y moldearía ese mercado. El precio del café bajaría porque él haría que bajara. El dinero de Daniel no podía estar más seguro.
Sabía que la noticia de las opciones de venta correría deprisa, pero no tanto. Una hora más tarde, cuando Miguel salía arrastrando los pies de la Bolsa, Salomão Parido apareció a su lado. Sonrió educadamente, sin dar muestras de resentimiento por lo que aconteciere ante el Consejo.
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