– Gracias, senhor -dijo Miguel, que se negaba a creer que el Señor pudiera estar con Joachim.
– Sin embargo -continuó Ben Yerushalieem-, este incidente demuestra algo de lo que este Consejo os ha advertido en muchas ocasiones en el pasado. Vuestro fácil contacto con los holandeses, vuestra fluidez en su lengua y el sosiego con que frecuentáis su compañía solo pueden acarrear grandes trabajos a nuestros dos pueblos. La comunidad ha medrado porque ha sabido mantenerse al margen de nuestros huéspedes holandeses. El incidente con el mendigo acaso parezca pequeño y por tanto sois inocente de cualquier malquerencia, pero habéis demostrado que no deseáis seguir el consejo de mantener las distancias con este pueblo.
– Ya antes se os ha llamado la atención sobre este asunto -terció Desinea-. Sois hombre que rompe las normas de este Consejo porque se tiene por mejor sabedor de lo que conviene a la Nación.
– Precisamente -insistió Ben Yerushalieem-. Habéis quebrantado las normas del ma'amad porque os creéis mejor preparado para juzgar lo que está bien y está mal. No importa si lo que pretendéis es buscar los afectos de una bella holandesa o dar limosna a un gentil impropio. Las dos cosas están prohibidas, y esto es así por buenas razones.
La presión le resultaba a Miguel más intensa de lo que primero pensara.
– Os doy las gracias por dedicar un tiempo a discutir estos asuntos conmigo y darme así la oportunidad de mejorar mi comportamiento. A partir de ahora habré de estar más atento a la hora de considerar mis actos a la luz del bien de la comunidad.
– Así lo espero -dijo Desinea con gesto severo-. Sois un hombre, senhor Lienzo, no un mozuelo cuyas transgresiones puedan pasarse por alto.
Las palabras de Desinea le dolieron, pero Miguel sabía que su orgullo se recuperaría. Después de todo, la marea había empezado a remitir. El ma'amad había expuesto su opinión. Se le había amonestado.
– Me pregunto si esto bastará. -Salomão Parido se inclinó hacia delante cual si escrutara algo en el rostro de Miguel. Aun cuando lo animaba la expectativa del triunfo si acaso, parecía más sombrío que nunca. Ni tan siquiera el sabor de la victoria le producía gozo alguno-. Tales advertencias pueden ser efectivas, en eso no andáis errado, pero no estoy seguro de que así fuere en este caso. Soy amigo de la familia del senhor Lienzo, de suerte que hablo con conocimiento de causa cuando digo que se le ha amonestado muchas veces en el pasado. Y ahora debemos preguntarnos, ¿le ha movido ello a cambiar su conducta? ¿Han insuflado tales amonestaciones en su corazón un nuevo aprecio por la Ley? El perdón es una bendición a ojos del Altísimo, pero no podemos perdonar con demasiada liberalidad o demasiada frecuencia sin perjudicar a la comunidad.
Miguel tragó con dificultad. Acaso, pensó, Parido se mostrase tan hosco por disimular su deseo de proteger a Miguel. ¿Por qué sino fingir amistad en el mes pasado para volverse ahora en su contra? Si lo que pretendía era imponerle el cherem, ¿por qué no utilizar el conocimiento de que Miguel había sobornado a una sirvienta para que señalara a Parido como padre de su hijo? Aquello no tenía sentido.
– No podemos saber cómo han influido dichas amonestaciones en el senhor -comentó Ben Yerushalieem-. Por tanto ¿no sería una especulación decir que no le han hecho bien alguno? Acaso hayamos cambiado el comportamiento del senhor Lienzo grandemente y le hayamos rescatado de lo peor de sí mismo.
– Senhor, debo alabar vuestra generosidad, pero me pregunto si la generosidad no hará más mal que bien a nuestra comunidad.
Miguel echó de ver que se agitaba en la silla. Ay, que Parido no fingía. Quería sangre.
– Senhor -dijo Ben Yerushalieem-, esta denuncia es improcedente. Vos y el senhor Lienzo tenéis desacuerdos, pero la sagrada Torá nos anima a no guardar rencores.
– Nada tiene esto que ver con el rencor. Todo Amsterdam sabe que hemos dejado a un lado nuestras pasadas diferencias, pero ello no significa que haya de contener mi lengua cuando veo un mal. Sé con toda seguridad -insistió- que este hombre está metido en negocios que amenazan directamente a la comunidad.
Así que era eso, pensó Miguel para sí, tratando de controlar el gesto. Aún no acababa de entender del todo cuál era el plan, pero empezaba a ver sus piezas. Los gestos de amistad ahora le permitían a Parido proclamar que actuaba movido con la mejor de las intenciones.
– ¿Es cierto? -preguntó Desinea.
– En modo alguno -consiguió contestar Miguel, aun cuando su boca estaba dolorosamente seca-. Acaso el senhor Parido deba reconsiderar el origen de sus informaciones.
– ¿Podéis decirnos más, senhor Parido? -preguntó Ben Yerushalieem.
– Creo que es Lienzo quien debiera decirnos más.
– Senhor Lienzo -lo corrigió Miguel.
– Los miembros de este Consejo no necesitan lecciones de urbanidad -explicó Parido con suavidad-. Estáis aquí para contestar a nuestras preguntas.
– El senhor Parido tiene razón -anunció otro parnass, Gideon Carvoeiro-. Cierto es que los dos hombres han tenido sus diferencias, pero ello no quiere decir nada. El senhor ha hecho una pregunta. No podemos llamar a un hombre a nuestra presencia y permitir que elija las preguntas de su agrado.
Parido hizo un esfuerzo poco enérgico por contener la sonrisa.
– Precisamente. Debéis comunicarnos cuál es la naturaleza de esta nueva empresa vuestra.
Allí estaba. Parido había buscado su amistad para averiguar sus planes en el comercio del café. Al ver que no lo lograba, había utilizado diestramente su posición en el ma'amad , no con el fin de lograr la excomunión, sino de utilizar la animosidad que los enfrentaba para descubrir la naturaleza de su negocio. Ahora, sin duda, pensaba que Miguel no tenía más remedio que divulgar sus secretos… pues de otro modo habría de enfrentarse casi con total seguridad al cherem, ya que desafiar al Consejo se contaba entre los más graves delitos para un judío. Parido había puesto su trampa brillantemente: Miguel debía desvelar sus secretos o sería destruido.
Pero no era cosa tan sencilla arruinarlo. Un judío de Salónica no podía moverse entre intrigas como un antiguo converso. Miguel estaba convencido de que aún podía enseñarle un par de cosillas a Parido sobre juego sucio.
– Senhores -empezó, tras tomarse un instante para formular su respuesta-. Espero comprenderán que un hombre de negocios no siempre está en posición de contestar sobre aquello que concierne a sus asuntos. Tengo acuerdos con otros mercaderes que confían en mi silencio. No creo menester explicar a vuesas mercedes el papel de los rumores en la Bolsa, así como la importancia de mantener ciertas cuestiones en secreto.
– El secreto es un lujo que no poseéis en estos momentos -dijo Parido-. La protección de la Nación está antes que vuestra inclinación al secreto.
Miguel tragó con dificultad. Podía buscarse la ruina si hablaba con demasiada arrogancia, pero con el tono apropiado tenía la partida ganada.
– Entonces, con todo el respeto, me niego a contestar, senhores.
Desinea se inclinó hacia delante.
– He de recordaros que no hay crimen mayor para nuestra Nación que el de negarse a cooperar con el ma'amad. Sea cual fuere la naturaleza del asunto en que os habéis embarcado, legal o no, acaso os resultará dificultoso llevarlo a buen término si os ganáis la enemistad de la Nación.
– Senhores -repitió Miguel, procurando mantener el tono de modestia y respeto, pues todo dependía de cómo se tomaran lo que estaba a punto de decir-. Les ruego consideren lo que se me pide, si realmente es necesario obtener una respuesta cueste lo que cueste. Nadie hay en esta sala que no tenga un amigo o pariente a quien la Inquisición destruyera en Portugal. Este Consejo se ha establecido con la esperanza de que nuestro pueblo no haya de afrontar un horror semejante jamás, pero temo que nuestra plena comprensión del enemigo nos haya hecho parecemos demasiado a él.
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