– ¿Por qué me ofrece Wild protección? ¿Qué tiene Dogmill contra él?
– Bueno, esa es otra cuestión. Wild apoya a los whigs en general, pero no a Dogmill. Hace ya un tiempo que tiene controlados los muelles. Pueden hacerse muchos negocios allí, pero con Dogmill es imposible. Hay demasiados parlamentarios que trabajan para él, y tiene la aduana en el bolsillo.
– Sí, ya he tenido que vérmelas con un par de guardias aduaneros que me seguían la pista. ¿No es una contradicción que los de aduanas trabajen para un importador?
– Y muy conveniente, por cierto. La mitad de los hombres que trabajan para el servicio de aduanas reciben sobornos. Cuando los barcos de Dogmill llegan a puerto, estos hombres retiran una buena parte de la mercancía antes de que el verdadero inspector la certifique. Así, Dogmill paga derechos de aduana solo por una parte del cargamento.
– Un pequeño soborno es una cosa, pero utilizar a la guardia aduanera es otra. ¿Cómo voy a moverme sin que me descubran?
Mendes se encogió de hombros.
– Es muy descarado, pero no es nada raro. Dogmill tiene dinero para sobornar a quien quiera, incluidos algunos tipos muy generosos de la Cámara de los Comunes. Recientemente sus secuaces en el Parlamento han presionado para que se apruebe una legislación que permite unos impuestos mucho más bajos para los comerciantes de tabaco que paguen sus tasas en seis meses, lo que significa que, como es rico, paga menos impuestos que los comerciantes que tienen que pedir el dinero prestado y luego tienen que vender sus mercancías para pagar los aranceles. Así que engaña al gobierno por partida doble.
– ¿Y no es una hipocresía que Wild desapruebe este engaño?
– Yo no he dicho que lo desapruebe. Supongo que lo admira. Yo solo quería informarte de la clase de enemigo al que te enfrentas. Dogmill es malo, puedes estar seguro. Wild no se achanta ante cualquiera; y no solo lo teme por su poder, sino por su ira. A este tipo lo echaron de Cambridge por apalear a su tutor. Un día se cansó de aguantar que ese hombre le obligara a memorizar frases en latín o alguna otra tontería y lo azotó como si fuera un sirviente. He oído de tres ocasiones en las que ha golpeado a un hombre hasta matarlo con los puños. Y en todas ellas el juez desestimó los cargos alegando defensa propia porque Dogmill insistía en que lo habían atacado. Pero sé por un testigo de fiar que al menos en una de esas ocasiones un mendigo se acercó a Dogmill y le pidió dinero para comer. Dogmill se dio la vuelta y le estuvo golpeando en la cabeza hasta que se la partió.
– No me considero menos duro que un hombre que apalea a mendigos.
– No lo dudo. Solo te advierto, Dogmill es retorcido e impredecible. Razón de más para que Wild quiera que se vaya.
– Supongo que, puesto que tiene sus propios barcos de contrabando, a Wild le interesa quitar a Dogmill de en medio para controlar los muelles.
– Exacto. Hace unos años, tanteé a algunos de los hombres más poderosos de los concejos municipales en nombre de Wild. Enseguida me di cuenta de que ninguno se atrevía a contrariar a Dogmill. Y él mismo nos hizo saber que, si nos metíamos en su negocio, iba a ponernos las cosas muy difíciles.
– Así que Wild testificó en mi favor porque de ese modo podía fingir que no sabía nada de la implicación de Dogmill en la muerte de Yate.
– Justamente.
– Y por eso mandó a la mujer de la ganzúa.
Mendes se inclinó hacia delante.
– Wild me habló de la mujer. Dijo que debía de ser cosa tuya. Su técnica fue algo tosca pero efectiva.
– Vamos, Mendes. ¿Tengo que creerme que tú y tu señor no estabais detrás de la mujer?
– A Wild le gusta mucho alardear, y yo soy una de las pocas personas con quienes se permite hacerlo abiertamente. Si no se atribuyó esta acción, te aseguro que es porque él no estaba detrás.
– No te creo.
Mendes se encogió de hombros.
– Cree lo que quieras. No puedo obligarte a admitir la verdad, pero no me negarás que si Wild te hubiera hecho ese favor sería una tontería no decirlo.
Desde luego, razón tenía.
– Entonces, ¿quién?
– No lo sé. Pero pienso que si encuentras a esa mujer o a quien la envió podrá ayudarte a descubrir qué es lo que Dogmill cree que sabes.
Me tomé unos instantes para considerar sus palabras.
– ¿Qué sabes de un hombre llamado Johnson? Uno de los falsos testimonios de mi juicio dijo que yo había dicho estar a su servicio.
Mendes negó con la cabeza.
– Ese nombre no me dice nada.
– ¿Y qué hay de los matones de Dogmill? Me resisto a creer que el comerciante de tabaco más importante de la ciudad vaya por ahí matando a los estibadores con sus propias manos. Debe de tener gente que le haga el trabajo sucio.
Mendes volvió a negar con la cabeza.
– Sería lo normal, aunque nunca he oído hablar de matones. Por sorprendente que parezca, he llegado a la conclusión de que es así, va por ahí liquidando a la gente personalmente. Dogmill no teme la violencia. Le gusta, y si es de los que no quieren confiar sus crímenes al silencio de algún rufián, es posible que matara a Yate con sus propias manos.
– O no.
Él sonrió con gesto pícaro.
– Cierto. Supongo que en realidad sé más bien poco.
Se hizo el silencio, porque de pronto pareció que no quedaba nada más que decir.
– Muy bien. -Apuré mi copa y me puse en pie-. Gracias por dedicarme tu tiempo.
– Gracias por dar de comer a mis bestias -dijo él.
– Solo una cosa. -Me volví hacia él-. La ciudad está llena de hombres que quieren la recompensa que dan por mi cabeza. ¿Hay alguna posibilidad de que Wild retire a sus hombres?
– No. Wild no te apoyará públicamente. Quizá se hubiera arriesgado si le hubieras proporcionado información que le permitiera destruir a Dogmill, pero no está dispuesto a llamar la atención de la ley ni de Dogmill. Tendrás que conformarte con saber que él no te busca. Además, seguro que sabrás arreglártelas con cualquier bruto que intente descubrirte.
– Pues yo diría que si quito de en medio a su gran enemigo, Wild estaría en deuda conmigo.
– Tú estás en deuda con él.
– ¿Y eso por qué?
– Porque ha decidido no capturarte para cobrar la recompensa.
– ¿De verdad crees que podría atraparme?
– Yo podría -dijo Mendes sin asomo de buen humor-. Pero no temas. Es más, estoy dispuesto a llegar más lejos que Wild. Esto que quede entre nosotros, pero si te ves en un aprieto, puedes venir a mi casa.
Escruté sus ojos hundidos.
– ¿Por qué?
Mendes respiró hondo.
– Ya te he dicho que cuando empezamos a indagar en los asuntos de Dogmill, fui yo quien tanteó el terreno. Eso me convirtió en objeto de la ira de Dogmill. En aquel entonces yo tenía un perro, una bestia increíble que se llamaba Blackie. Estos dos son buenos perros, no te confundas. -E hizo una pausa para acariciarlos, para que no se sintieran descuidados-. Sí, son buenos animales, pero Blackie era mi amigo. Siempre lo llevaba conmigo a la taberna, o cuando salía. Y, aunque tenía un corazón de oro, su aspecto aterraba a nuestros adversarios. Sin embargo, un día desapareció.
– Y crees que Dogmill se lo llevó.
– Lo sé. No había pasado ni una semana cuando recibí una nota anónima en la que se detallaba lo mal que le había ido a Blackie en los garitos donde se organizan las peleas de perros en Smithfield. No se mencionaba el nombre de Dogmill, pero todo el mundo sabe que le gusta la sangre, y el mensaje era muy claro. Dogmill quería que no metiéramos las narices en sus asuntos. Hizo algunas averiguaciones y descubrió el afecto que le tenía a mi perro. Hicieron falta todas las protestas de Wild y una docena de hombres para sujetarme y convencerme de que no saliera a matar a ese matón. Pero Wild me prometió que a Dogmill le llegaría su hora, así que haré lo que pueda por ti, Weaver, para que esa hora llegue pronto.
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