Colleen McCullough - Tim

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El pájaro espino, la magnífica novela de Colleen McCullough, ha sido best seller en muchos países del mundo por su notable calidad literaria y el denso contenido humano que la distingue. Tim es una novela anterior de la misma autora, que no le va en zaga en forma alguna. Plantea el viejo problema de la edad en el amor, mejor dicho, de la diferencia de edades en el amor. Tim es un joven obrero de veinticinco años, hijo de un matrimonio humilde, que posee la belleza y la perfección física de un Adonis griego. Conserva, empero, una mente infantil, poco desarrollada. Mary es una solterona de más de cuarenta años que ha encontrado su tranquilidad espiritual consagrándose a su trabajo, hasta que, inesperadamente, un día ve a Tim. Estudio penetrante de psicología humana, escrita con dignidad y sencillez, Tim es otra notable creación de Colleen McCullough.

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– ¡Oh, por Dios! -Ron se enderezó en su asiento súbitamente-. Pensé que habíamos logrado que le tuviera miedo a eso. Creí que lo habíamos hecho tan bien que nunca intentaría algo así.

– Probablemente ustedes hicieron un buen trabajo asustándolo, pero, ¿sabe usted?, a lo mejor él no asoció lo que hacía con aquello que usted le había hecho temer. No surgió en su mente como algo carnal. Simplemente quería demostrarme cuánto le gusto. Desgraciadamente, al hacerlo, descubrió también cuánto le gustaba a él.

Ron se mostró horrorizado.

– ¿Quiere usted decir que la violó? ¡No puedo creerlo!

– ¡Claro que no! Me besó, eso es todo. Pero le gustó y eso ya no se le ha podido quitar de la mente. Me las arreglé para convencerlo de que eso estaba prohibido entre nosotros, pero ya despertó, Ron, ¡está despierto! Yo no voy a permitir que vuelva a suceder, ¿pero cómo podemos, usted o yo, borrárselo de la mente? ¡Lo hecho, hecho está! Mientras no hubo nada de lo que Dawnie o Emily Parker o quienquiera que sea piense, la cosa no importaba, pero desde que Tim me besó casi me vuelvo loca preguntándome qué rayos voy a hacer con él si algo le sucediera a usted.

Ron se había relajado un poco.

– Ya veo lo que quiere usted decir -comentó.

– Bien; el caso es que no sabía a quién acudir o con quién hablar. Por eso me llevé esta noche a Tim a que conociera a John Martinson. Yo quería que él viera a Tim y luego me diera su opinión franca sobre todo el asunto.

– ¿Y por qué no habló usted conmigo, Mary? -preguntó Ron en tono ofendido.

– ¿Y cómo podía yo hablar con usted, Ron? -repuso Mary-. Usted es el padre de Tim. Está usted demasiado dentro del asunto para poder adoptar un punto de vista imparcial. Si hubiera hablado con usted en primer lugar, no tendría en estos momentos nada que ofrecerle, excepto los hechos, no tendría yo dirección que seguir ni solución alguna. Si hubiera hablado primero con usted probablemente hubiéramos llegado a la conclusión de que no había nada que hacer, excepto separar a Tim de mí. Fui a ver a John Martinson porque él tiene una gran experiencia con personas que son retrasadas mentales y siente un verdadero interés por ellas. Pensé que, de todas las personas que conozco, él era el único capaz de pensar primero en Tim y eso es lo que yo quería, es decir, a alguien capaz de pensar exclusivamente en Tim.

– Muy bien, Mary; comprendo su punto de vista. ¿Y qué fue lo que él dijo?

– Me ofreció una solución y, según me la presentó, me hizo ver que no hay la menor duda de que es lo más sensato que podríamos hacer. Le dije que yo creía que usted estaría de acuerdo cuando la escuchara, pero ahora confieso que no me siento tan segura como me sentía cuando se lo dije así a John Martinson.

»Cualquier cosa que usted diga o piense al respecto, le aseguro que yo ya la he dicho o la he pensado, así es que nada de lo que usted diga puede sorprenderme ni lastimarme -agregó Mary y le alargó su taza a Ron para que le sirviera más té, ansiosa por tener algo qué hacer-. Tengo cuarenta y cinco años, Ron, y soy lo bastante vieja como para ser la madre de Tim; soy además una mujer sencilla y sin gracia, sin ningún atractivo físico para los hombres. Qué es lo que Tim ve en mí es algo que está totalmente fuera de mi alcance, pero lo ve. John Martinson dice que debo casarme con Tim.

– ¿Eso dice? -el rostro de Ron estaba curiosamente inexpresivo.

– Sí.

– ¿Por qué?

– Principalmente porque Tim me ama, y porque Tim es un hombre, no un niño. Cuando me dijo que él pensaba que debería hacerlo, me quedé sin saber qué decir de tan aturdida y créame que argumenté inmediatamente en contra de la idea. Es como juntar a un pura sangre con una yegua mestiza, unir la juventud y la belleza de Tim con una mujer como yo, y así se lo dije. Perdóneme por decirle esto, pero él contestó que había dos maneras de considerar el asunto, pues el juntar mi inteligencia con la estupidez de Tim era igualmente malo. No fueron ésas sus palabras; lo que él dijo fue: «Si usted no es una compañera adecuada para Tim, él tampoco es un compañero adecuado para usted.» Su punto de vista es que ni Tim ni yo somos el premio gordo para el otro si nos casamos, así es que, ¿qué hay de extraordinario en que lo hiciéramos? Yo me seguía oponiendo a la idea, principalmente por la gran diferencia de edades, pero eso también lo hizo a un lado. Soy yo la que le gusta a Tim, no la muchacha de al lado ni la hija de uno de sus compañeros de trabajo.

»Lo que me convenció de que John Martinson tenía razón fue algo que jamás se me hubiera ocurrido a mí, y estoy segura de que a usted tampoco se le ha ocurrido alguna vez. Ambos estamos demasiado cerca de Tim para poder verlo -agregó Mary, moviendo la cabeza-. Tim es ya un hombre crecido, Ron, y en ese aspecto es perfectamente normal. John me lo dijo de una manera casi brutal; me tomó por los hombros y me sacudió hasta que los dientes me castañetearon porque estaba furioso por mi falta de visión. ¿Qué pasaba conmigo, me preguntó, que me atrevía a negarle a Tim su derecho a ser un hombre de la única manera que podía serlo? ¿Por qué no habría Tim de gozar de la vida igual que cualquier otro?

»A mí jamás se me había ocurrido eso antes, preocupada como estaba por lo que otra gente pudiera pensar, imaginando cómo se reirían de él y cómo se burlarían y lo atormentarían porque se había casado con una solterona rica que por la edad podía ser su madre. Sin embargo, yo siempre había pasado por alto el hecho de que tiene derecho a sacarle a la vida lo mismo que cualquier otro pueda sacar.

Nuevamente bajó la vista y se puso a explorar el borde desportillado de la taza con la punta del dedo; Ron estaba ocultando sus reacciones bastante bien y ella no tenía idea de lo que pensaba; como para confundirla más todavía, él tomó la tetera para volver a llenarle la taza.

– Todos hemos oído hablar de contratiempos. Recuerdo que una vez me enojé muchísimo porque una de las muchachas de la oficina se enamoró de un parapléjico y éste se negaba a casarse con ella. Archie conocía a la chica lo bastante bien para estar seguro de que era mujer de un solo hombre y de que jamás habría para ella ningún otro sino el que había escogido. Por lo tanto, fue a ver al tipo y le dijo que no tirara por la borda su oportunidad de ser feliz simplemente porque no era hombre en ese sentido de la palabra. Y todos estuvimos de acuerdo en que Archie había hecho lo adecuado, que no había razón alguna para que la muchacha no se casara con su hombre en una silla de ruedas. La vida es más que eso, como Archie les dijo.

»Y la vida es más que eso, Ron, pero, ¿qué hay acerca de Tim? ¿Qué le está dando la vida a Tim y qué más podría darle? Con toda seguridad, a Tim puede irle mejor que a mí. ¿Pero será así? ¿Será así en la realidad? Sea yo lo que sea, Tim me ama. Y sea él lo que sea, yo lo amo. Conmigo él estará seguro, Ron, y si casándome con él puedo colmar su vida tanto como es posible hacerlo, entonces me casaré con él en contra de todo el mundo, incluyéndole a usted.

La sensación de estar al borde de un precipicio había desaparecido enteramente mientras hablaba; Ron la miraba con aire de curiosidad. En varias ocasiones la había visto conmovida, pero nunca así, tan vibrantemente viva. En ningún aspecto se le podría adjudicar a Mary la palabra «tímida» pues lo único que distinguía su rostro era su fuerza de carácter. Ahora parecía que la cara se le había encendido con una belleza pasajera que desaparecería en cuanto su celo se apagara: Ron se sorprendió pensando qué efecto produciría en ella el casarse con Tim. Más viejo e infinitamente más versado en el mundo que Mary, sabía que la respuesta nunca era sencilla.

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