– ¡Vaya disparate! -barbotó él chupando la pipa furiosamente y mordiéndola al mismo tiempo-. ¡Piense usted con la cabeza, mujer! ¿Qué otra cosa puede hacer sino casarse con él? Comprendo muy bien que usted no haya pensado en eso, pero ahora que alguien le da la idea, ¡no hay excusa alguna para hacerla a un lado! Eso sería criminal, ya que a usted le gusta esa palabra. ¡Cásese con él, Mary Horton, cásese con él!
– ¡Por ningún motivo! -contestó, verdaderamente enojada.
– ¿Qué le pasa? ¿Tiene miedo de lo que la gente pueda decir?
– ¡Bien sabe usted que no es eso! ¿Cómo voy a poder casarme con Tim? ¡La sola idea es descabellada!
– ¡Tonterías, mujer, tonterías! ¡Por supuesto que puede usted casarse con él!
– ¡No, no puedo! ¡Soy lo bastante vieja para ser su madre, soy una solterona fea y agria, no soy pareja digna de él!
Martinson se levantó, se inclinó sobre ella, la tomó de los hombros y la sacudió con tanta fuerza que ella se sintió mareada.
– ¡Ahora escúcheme bien, señorita Mary Horton! ¡Si usted no es pareja digna de él, él tampoco es pareja digna de usted! ¿Es eso un noble autosacrificio? Yo no puedo soportar la nobleza; todo lo que hace es hacer infeliz a la gente. ¡Dije que tiene usted que casarse con él y lo repito! ¿Quiere usted saber por qué?
– ¡Claro que sí!
– Porque no pueden vivir el uno sin el otro, ¡por eso! ¡Buen Dios, mujer, se nota a la legua lo enamorada que está usted de él y él de usted! ¡Ésa no es ninguna amistad platónica y nunca lo ha sido! ¿Qué sucedería si siguiera usted la segunda de las alternativas y dejara de verlo? Tim no le sobreviviría a su padre más de seis meses, lo sabe usted bien, y probablemente usted se pasaría los muchos años de vida que le quedan como una sombra de la que era antes, en un mundo tan gris y lleno de lágrimas que desearía morir mil veces cada uno de sus interminables días. En cuanto a su primera alternativa, no hay lugar así porque los pocos que existen tienen unas listas de espera tan extensas que tardarían años en aceptar a Tim, y éste no viviría lo suficiente para llegar ni a la puerta, ¿Es eso lo que quiere usted… matarlo?
– ¡No, no! -balbuceó ella, buscando frenéticamente un pañuelo.
– ¡Escúcheme! Tiene que dejar de pensar en usted misma como en una solterona fea y agria, aun cuando así sea. Yo reto a cualquiera a que me explique qué es lo que una persona ve en otra y, en cuanto a usted, no debería ni siquiera atreverse a preguntarlo. Piense lo que piense de sí misma, Tim cree que usted es algo totalmente diferente, y muy deseable. Dijo que no sabía qué era lo que él veía en usted, pero que, fuera lo que fuese, no podía verlo por sí misma. ¡Dé gracias por eso! ¿Por qué rechazarlo en un exceso de autosacrificio y orgullo? ¡Sería un sacrificio tan inútil, tan falto de sentido…!
»¿Cree que él cambiará, que se cansará de usted? -prosiguió John-. ¡Piense con la cabeza! No estamos hablando de un hombre de mundo, exquisitamente hermoso y sofisticado, sino de una pobre criatura tonta, ¡tan simple y tan fiel como un perro! ¡Oh!, a usted no le gusta oírme hablar así, ¿no es verdad? Bien, pues en estos momentos no hay lugar para eufemismos ni ilusiones, Mary Horton; sólo hay espacio para la verdad, tan descarnada y en bruto como la verdad puede serlo. A mí no me interesa saber por qué Tim puso su afecto en usted, lo único que me interesa es el hecho de que lo hizo. Él la ama, así de sencillo es eso. ¡La ama!, ¿me oye? Por improbable, absurdo, inexplicable que pueda ser, él la ama. Al igual que usted, no sé por qué, pero es un hecho concreto. ¿Y qué diablos pasa con usted que hasta se atreve a pensar en despreciar su amor?
– ¡Usted no lo comprende! -repuso Mary, llorando, con la cabeza entre las manos y los dedos hundiéndose en el pelo y desordenándolo.
– Comprendo mejor de lo que usted cree -contestó él en un tono más amable-. Tim la ama, la ama desde lo más profundo de su ser. Por alguna razón, de todas las personas que él ha conocido, puso su afecto en usted y en usted se quedará. Él no se va a aburrir ni a cansar de usted ni la va a dejar por una mujer más bonita o más joven de aquí a diez años; él no va tras su dinero del mismo modo que su padre tampoco va tras su dinero. Ciertamente usted no vale mucho, así que no tiene belleza que perder, ¿o no? Además, él tiene belleza más que suficiente para los dos.
Mary alzó la cabeza y trató de sonreír:
– De veras que es usted sincero -dijo.
– Lo soy porque tengo que serlo. Pero eso es sólo la mitad, ¿no es así? No me diga que jamás ha admitido que lo ama tanto como él a usted.
– ¡Oh, sí lo he admitido! -afirmó ella irónicamente.
– ¿Cuándo? ¿Hace poco?
– Hace mucho tiempo, antes que su madre muriera. Una noche él me dijo que me parecía a un cuadro de Santa Teresa que hay en su casa y, no sé por qué, eso me quitó la venda de los ojos. Lo he amado desde el primer momento en que lo vi, pero fue sólo entonces cuando lo admití ante mí misma.
– ¿Y cree que se cansaría de él alguna vez?
– ¿Cansarme de Tim? ¡No, ah, no!
– Entonces, ¿por qué razón piensa usted que no puede casarse con él?
– Porque soy lo bastante vieja como para ser su madre y porque él es muy hermoso.
– No es bastante buena esa respuesta, Mary. Todo ese asunto de la apariencia es una tontería y ni siquiera me voy a molestar en discutirlo con usted. En cuanto a la objeción de la edad, creo que sí vale la pena discutir ese punto. ¡Usted no es su madre, Mary! No se siente como su madre y él no piensa en usted como en una madre. Ésta no es una situación ordinaria; no se trata de dos personas crecidas física y mentalmente con una disparidad de edades tal como para crear dudas sobre lo genuino de los lazos emocionales que las unen. Usted y Tim son algo único en los anales de la humanidad. No quiero decir que una solterona de más de cuarenta años nunca se haya casado con un hombre lo bastante joven como para ser su hijo, y quizás hasta con un retrasado mental; pero pienso que ustedes forman una pareja verdaderamente rara desde todo punto de vista y que usted más vale que acepte lo extraordinario de dicha situación. No hay nada que los ligue a ustedes, excepto el amor del uno por el otro, ¿o no es así? Hay entre ustedes una gran diferencia de edad, de belleza, de inteligencia, de posición económica, del lugar que ocupan dentro de la sociedad, de antecedentes, de temperamento… y podría proseguir así indefinidamente, ¿o no? Los lazos emocionales que los unen a usted y a Tim son genuinos, lo bastante genuinos como para haber traspuesto todas esas diferencias innatas. No creo que nadie en este mundo, incluyéndose usted misma, pueda descubrir la razón de por qué se complementan tanto usted y él. Sencillamente, así es; ¡cásese con él, Mary Horton, cásese con él! Tendrá usted que soportar una gran cantidad de chismorreos, de dedos señalándola y de conjeturas, pero en realidad todo eso no importa. Ya ha tenido que soportar algo de eso, me imagino, ¿por qué entonces no darles a las viejas chismosas algo verdaderamente de qué hablar? ¡ Cásese con él !
– Pero es que… es indecente, ¡es casi obsceno!
– Estoy seguro de que es eso lo que van a decir todos.
Mary alzó el mentón en gesto desafiante.
– No me importa lo que otra gente diga -afirmó-. Lo único que me interesa es cómo afectará eso a Tim, cómo lo tratarán los demás si se casa conmigo.
John Martinson se encogió de hombros.
– Le aseguró que él sobrevivirá a las críticas mucho mejor que a una separación -dijo.
Ella tenía los puños en el regazo y él le puso una mano sobre ellos con fuerza, con los ojos chispeando.
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