Mary sintió la picazón de la sangre que le afluía al rostro.
– ¿Y por qué fue usted siempre tan inflexible al respecto, Ron? -preguntó, desesperada por retrasar el momento de la confesión.
– Pues bien, Mary; uno siempre tiene que sopesar el placer y el dolor, ¿no es así? A Es y a mí nos parecía que el pobre Tim acabaría recibiendo más dolor que placer en eso de jugar con las mujeres y el sexo. A su madre y a mí nos pareció que era mejor mantenerlo ignorante. Es terriblemente cierto que aquello que uno no conoce no lo extraña, y con él trabajando tan duro como acostumbra, la cosa nunca ha sido una carga para él. Supongo que eso le parecerá cruel a alguien que vea las cosas desde el otro lado, pero nosotros pensábamos que estábamos haciendo lo adecuado. ¿Usted qué opina, Mary?
– Estoy segura que ustedes actuaron pensando en qué sería lo mejor para Tim, Ron. Siempre lo han hecho.
Sin embargo, pareció que él interpretaba su respuesta como evasiva, porque se apresuró a explicarse más ampliamente.
– Afortunadamente para nosotros, tuvimos un buen ejemplo en nuestras propias narices cuando Tim todavía era un niño. Había una muchacha simplona en la misma calle en la que vivíamos y su madre se las veía negras con ella. Estaba mucho peor que Tim, y además, era fea. Un desalmado se encaprichó con ella cuando tenía quince años, a pesar de los granos y de lo gorda que estaba y de que babeaba. Hay hombres que son capaces de cargar con cualquier cosa. Y desde entonces, a la pobre idiota la embarazan un año sí y otro también, y tiene una criatura tras otra, y la que no sale tarada sale con labio leporino, hasta que al fin la internaron en un instituto. Ahí es donde la ley se equivoca, Mary, y debía permitir el aborto. Hasta dentro del instituto seguían acosándola, por lo que al final tuvieron que operarle las trompas. Y fue su misma madre la que nos dijo que no dejáramos que a Tim empezaran a ocurrírsele ideas.
Ignorando el murmullo de simpatía de Mary, el anciano se levantó y empezó a recorrer la habitación con inquietud; era evidente que la decisión tomada hacía tantos años aún seguía atormentándole.
– Hay gente a quien no le importa si una persona es simple, todo lo que quieren es divertirse un poco. Les gusta el hecho de que ellos no tengan que preocuparse por esa persona, pues no tiene la inteligencia suficiente para perseguirles y hacerles pasar un mal rato cuando se cansan de divertirse con ella. ¿Y por qué han de preocuparse? Creen que porque la persona no es mentalmente normal no siente como sentimos los demás y la patean del mismo modo como patearían a un perro, burlándose de ella en su cara porque la inocente regresa por más, moviendo la cola y con la panza en el suelo.
»Pero los que son como Tim y la muchacha que vivía en nuestra misma calle sienten , Mary, y no son tan estúpidos, especialmente en el caso de Tim. ¡Cristo santo, si hasta un animal puede sentir! Nunca olvido lo que nos pasó una vez con Tim, que en ese entonces era pequeñito pues tendría siete u ocho años. Ya empezaba a hablar como si supiera lo que significaban las palabras… y un día se presentó con una gatita mugrienta y Es le dijo que podía conservarla. Bien, no mucho después que la gatita creció y se hizo gata, empezó a inflarse como un balón y, cuando nos dimos cuenta, eran gatitos. Yo estaba que saltaba de enojo pero, por suerte, o por lo menos así lo creí, los había tenido detrás de la chimenea de nuestro cuarto, y yo decidí librarme de los gatos antes de que Tim se diera cuenta de lo que pasaba. Tuve que desprender la mitad de los ladrillos para llegar hasta donde estaba la gata pues, para empezar, jamás supe cómo había logrado meterse ahí. Y ahí estaba, toda cubierta de hollín, al igual que los gatitos, y yo tenía a Es pegada en el pescuezo riéndose a más no poder y diciendo que era bueno que la gata fuese negra porque así no se le notaba el hollín. El caso es que yo tomé todos los gatitos, los llevé al patio de atrás y los ahogué en una cubeta con agua. Y nunca me he arrepentido tanto de haber hecho algo en toda mi vida. La pobre gata infeliz se paseaba por la casa los días enteros, llorando y maullando y buscando sus gatitos y alzando la cabeza para mirarme con sus ojos redondos y verdes tan llenos de fe en mí como si estuviera segura de que yo se los iba a devolver. Y lloraba, Mary, lloraba lágrimas de verdad y le rodaban por la cara como si fuera una mujer. Yo nunca había pensado que los animales pudieran llorar lágrimas de verdad. ¡Se lo juro por Dios!
»Había ratos en los que yo quería suicidarme. Es dejó de hablarme semanas enteras y, cada vez que la gata lloraba, Tim lloraba también.
Acercando su silla todavía más a la mesa, el anciano volvió a sentarse y extendió las manos. La vieja casa estaba muy tranquila, pensó Mary mientras Ron recapacitaba. No se oía más que el tic-tac del viejo reloj de la cocina y el ruido que hacía Ron al tragar saliva. No había por qué asombrarse de que a Ron ya no le gustara la casa después de haberla conocido tan diferente.
– Así que ya ve usted, Mary -continuó Ron-, si un gato puede tener sentimientos, lo mismo pasa con un retrasado como Tim, y sentimientos más fuertes, porque Tim no está tan mal. Tal vez nunca vaya a cambiar el mundo con sus ideas, pero tiene su corazón, Mary, un corazón muy grande y lleno de amor. Si él empezara algo con una mujer, la amaría mucho, ¿pero cree usted que ella podría amarlo? Para ella él no sería más que algo adicional, eso es todo, pero Tim se enamoraría locamente; yo no podría consentir eso.
»Tim tiene una cara verdaderamente hermosa y un cuerpo verdaderamente hermoso y ha habido mujeres, ¡y hombres!, detrás de él desde que tenía doce años. Y una vez que lo hicieran a un lado, ¿qué cree usted que pasaría con Tim? Me miraría como lo hacía aquella maldita gata, como si esperara que yo le devolviera a su amiguita y no comprendiera por qué ni siquiera yo lo intentaba.
Se hizo un silencio. En algún sitio, dentro de la casa, se oyó el sonido de una puerta al cerrarse. Ron alzó la cabeza y pareció recordar que Tim estaba en la casa con ellos.
– Dispénseme un momento, Mary.
Ella siguió sentada, escuchando el monótono tic-tac del reloj hasta que el anciano regresó con una ancha sonrisa en el rostro.
– Es un típico australiano, ese muchacho. Nadie puede convencerle de que se ponga más ropa que la necesaria y, si uno se descuida un poco, andaría por ahí tan desnudo como su madre lo echó al mundo. Tiene la mala costumbre de salir del baño después de darse una ducha sin siquiera una toalla encima y pensé que era mejor asegurarme de que no iba a asomarse por aquí. -De pronto se le quedó mirando fijamente y dijo en tono serio-: Espero que se porte bien cuando está con usted en su casa. ¿No tiene ninguna queja?
– Se porta perfectamente -contestó ella sintiéndose incómoda.
Ron volvió a tomar asiento.
– ¿Sabe usted? -reanudó-, es una verdadera bendición que seamos gente sencilla, de la clase trabajadora, Mary. Eso nos ha ayudado a proteger a Tim mejor que si fuéramos como el hombre de Dawnie, el Mick ése. Esos presumidos son más difíciles de catalogar, son más arteros, tanto los hombres como las mujeres, pero principalmente los hombres, supongo. En lugar de beber cerveza con sus iguales en una barra pública como el «Seaside», estaría en algún sitio elegante con todas las mujeres ociosas y todos los maricones del mundo. En nuestra clase tenemos las cosas mejor organizadas, por suerte. Lo negro es más negro y lo blanco es más blanco y casi nada de gris entre los dos extremos. Espero que me comprenda usted, Mary.
– Lo comprendo de veras. El problema es que Tim ya empezó a despertar gracias a la televisión. Él ha visto las escenas de amor y cree que es una buena manera de mostrarme cuánto le gusto.
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