Colleen McCullough - Tim

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Tim: краткое содержание, описание и аннотация

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El pájaro espino, la magnífica novela de Colleen McCullough, ha sido best seller en muchos países del mundo por su notable calidad literaria y el denso contenido humano que la distingue. Tim es una novela anterior de la misma autora, que no le va en zaga en forma alguna. Plantea el viejo problema de la edad en el amor, mejor dicho, de la diferencia de edades en el amor. Tim es un joven obrero de veinticinco años, hijo de un matrimonio humilde, que posee la belleza y la perfección física de un Adonis griego. Conserva, empero, una mente infantil, poco desarrollada. Mary es una solterona de más de cuarenta años que ha encontrado su tranquilidad espiritual consagrándose a su trabajo, hasta que, inesperadamente, un día ve a Tim. Estudio penetrante de psicología humana, escrita con dignidad y sencillez, Tim es otra notable creación de Colleen McCullough.

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– ¡Vaya! -exclamó-. ¡Si rebuznara un burro me caería de la impresión, señorita Horton! ¡Ésa sí que es noticia!

– Estoy segura que lo es, señor Markham. Sin embargo, no tengo mucho tiempo y quisiera ser tan breve como sea posible. Hay un par de cosas que debemos decidir ahora mismo. En primer lugar, ¿desea usted retener a Tim a su servicio aunque él se tome tres meses de permiso a partir del jueves próximo? Segundo, si desea que siga trabajando con usted, ¿está usted dispuesto a decirles a sus hombres que no armen alboroto por lo del matrimonio de Tim?

Todavía vacilante, Harry sacudió la cabeza.

– ¡Qué diablos, señorita Horton, no sé qué decir!

– Entonces le sugiero que se decida, señor Markham. No puedo estarme aquí toda la noche.

Él lo pensó durante un momento.

– Bien -dijo al fin-, para serle sincero, señorita Horton, me gusta Tim, y a mis operarios también les gusta. Además, me parece que es el mejor tiempo para que se vaya a descansar tres meses, porque ya viene el verano y podré encontrar a un estudiante o dos como obreros temporales, aunque se necesitarían varios de ellos para llenar el puesto de Tim, así de inútiles son esos sinvergüenzas. Tim ya lleva conmigo doce años y trabaja muy bien. Tendría que pasarme más de tres meses para poder encontrar otro obrero tan alegre, tan comedido y tan digno de confianza como Tim por lo que, si a usted le conviene, me gustaría conservar al muchacho.

– Perfectamente -repuso ella-. En cuanto al punto número dos, espero que tenga usted el buen tino de comprender que sería muy malo para Tim que le hicieran burla por lo de su matrimonio. Yo no tengo nada en contra de las bromas pesadas que le juegan y las demás cosas que le hacen y que Tim parece aceptar como algo natural. A él en realidad no le afectan gran cosa. Sin embargo, el asunto de su matrimonio tiene que ser absolutamente tabú, y yo le doy a usted mi palabra de que si alguna vez sé que lo han avergonzado o humillado porque se haya casado con una solterona rica, los haré pedazos a usted y a los de su cuadrilla tanto moral como económicamente. Yo no puedo evitarles qué discutan el asunto entre ustedes y, de hecho, ni siquiera se me ocurriría hacerlo ya que estoy segura de que es un punto de chismorreo verdaderamente interesante e intrigante. Pero cuando Tim esté presente, el asunto nunca deberá mencionarse, si no es para desearle las felicitaciones de costumbre. ¿Está claro?

Mary Horton era un adversario de mucho respeto para Harry Markham, de modo que éste cedió sin objeción alguna.

– Sí, claro, señorita Horton. Lo que usted diga, señorita Horton.

Mary le extendió la mano.

– Muchísimas gracias, señor Markham -contestó-. Le agradezco mucho su cooperación. Buenas noches.

El que seguía en la lista de Mary era el ginecólogo. Habiendo decidido qué era lo que tenía que hacer, Mary atacaba los obstáculos uno por uno, en su debido orden, y gozaba al hacerlo más de lo que se había imaginado. Ése era su elemento, el hacer cosas; ninguna duda la inquietaba, no había titubeos una vez que había decidido qué hacer.

En el consultorio del ginecólogo, ella le explicó la situación tranquilamente.

– No me es posible correr el riesgo de un embarazo, doctor, y estoy segura de que usted ve el porqué. Supongo que tendrán que hospitalizarme para hacerme un ligamento de trompas, así que se me ocurrió que mientras estoy allí y ustedes me estén hurgando, tal vez pudieran hacer algo sobre el hecho de que soy una virgen intacta. Yo no puedo hacer peligrar estas relaciones evidenciando la menor muestra de dolor, y entiendo que, a mi edad, es muy doloroso para una mujer el comenzar su actividad sexual.

El ginecólogo se llevó una mano a la cara rápidamente para encubrir una sonrisa involuntaria; más que la mayoría de hombres, conocía esa clase de mujeres como Mary Horton, pues había muchas de ellas trabajando en hospitales australianos. Esas solteronas dedicadas a su trabajo, pensó, son todas iguales. Bruscas, de un gran sentido práctico, desconcertantemente lógicas y, a pesar de todo eso, mujeres hasta le médula, llenas de orgullo, de sensibilidad y de una curiosa suavidad. Dominada ya su risita, hizo sonar su pluma en el escritorio y miró gravemente a Mary.

– Creo que estoy de acuerdo con usted, señorita Horton. ¿Sería ahora tan amable de pasar detrás de ese biombo y despojarse de sus ropas? En un momento vendrá una enfermera a entregarle una bata.

El sábado por la mañana Tim era ya el único al que no le habían dicho nada. Mary le había pedido a Ron que no mencionara el asunto, pero se negó a llevarse a Tim a la casa de campo si no los acompañaba Ron.

– Por supuesto, tiene usted que venir con nosotros, Ron -dijo con tono firme-. ¿Por qué habría de ser diferente? Todavía no estamos casados, usted ya sabe. Me las puedo arreglar para llevarme a Tim a solas para decírselo.

La oportunidad se presentó en la tarde; Ron fue a dormir una siestecita, según confesó en voz alta, haciéndole un guiño significativo a Mary, y se dirigió a su dormitorio.

– Tim -sugirió Mary-, ¿por qué no vamos un rato a la playa y nos sentamos un rato al sol?

Tim se puso de pie al instante, con una amplia sonrisa.

– ¡Ah! -contestó inmediatamente-. Es una idea magnífica, Mary. ¿Ya hace bastante calor como para nadar?

– No lo creo, pero, de todas maneras, no importa. Quiero hablar contigo un rato, no nadar.

– Me gusta hablar contigo, Mary -le confió él-. Hace tanto tiempo que no hablamos.

– ¡No seas adulón! -regañó amorosamente y soltó la risa-. Siempre estamos hablando.

– Pero no de la misma manera como cuando dices, «Tim, quiero hablar contigo». Ésas son las conversaciones que más me gustan porque tienes algo bueno que decirme.

Mary abrió los ojos aún más, asombrada.

– ¡Vaya que eres perspicaz! Vamos, entonces; no perdamos más el tiempo.

Era algo difícil librarse de un golpe del estado de ánimo intensamente práctico y lleno de energía de los pocos días anteriores, y durante un rato siguió sentada en la arena en silencio, tratando de descender de sus alturas de brusquedad escueta. El adoptar esa actitud había sido algo esencial para su bienestar mental pues sin ella jamás se las hubiera arreglado para decir y hacer todo lo que se necesitaba, ya que cualquier señal de vulnerabilidad habría dado como resultado algún desastre. Ahora, sin embargo, la dureza ya no era necesaria y había que descartarla.

– Tim, ¿tienes alguna idea de lo que es el matrimonio?

– Creo que sí. Es como papá y mamá y lo que mi Dawnie hizo hace poco.

– ¿Y puedes decirme algo más al respecto?

– ¡Cielos, yo no sé! -dijo, pasándose una mano por el espeso cabello dorado y haciendo una mueca-. Significa que uno se va a vivir con alguien con el que no vivía antes, ¿no es así?

– En parte -repuso ella, volviéndose hacia él-. Cuando eres un hombre crecido y ya no eres un niño, acabas encontrándote con alguien que te gusta tanto que piensas en irte a vivir con esa persona en lugar de vivir con papá y mamá. Y si a esa persona que te gusta tanto, tú también le gustas de igual modo, entonces los dos van a un sacerdote o a un ministro o a un juez y se casan. Los dos firman un papel y el firmar ese pedacito de papel significa que ya están casados y que pueden vivir juntos por el resto de su vida sin ofender a Dios.

– ¿Y significa realmente que pueden vivir juntos por el resto de su vida?

– Sí.

– Entonces, ¿por qué no me puedo casar contigo, Mary? Me gustaría casarme contigo, me gustaría verte toda vestida como una princesa de un cuento de hadas con un largo vestido blanco al igual que Dawnie y como está mamá en la foto de su casamiento, la que está en el vestidor de su cuarto.

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