Tim siempre había sido diestro y rápido con las manos, como si ellas hubieran quedado inmunes a su impedimento físico; tomó el borde de la solapa entre los dedos e insertó el alfiler en la tela con toda facilidad, abrochó el seguro y luego la cadena de seguridad.
– ¿Te gusta, Mary? -preguntó con un tono de ansiedad en la voz.
– ¡Oh, Tim! ¡Me encanta! Nunca he tenido nada tan hermoso en toda mi vida y nadie me había dado antes un broche. Lo guardaré toda mi vida. Yo también tengo un regalo para ti.
Era un grueso reloj de oro, bastante caro, y Tim se mostró encantado con él.
– ¡Oh, Mary! -exclamó-. Te prometo que trataré de no perderlo. ¡Te lo prometo de veras! Ahora que ya sé leer la hora, es muy lindo tener mi propio reloj. ¡Y es tan hermoso!
– Y, si lo pierdes, simplemente compraremos otro. No te preocupes por eso, Tim.
– No lo perderé, Mary. Cada vez que lo mire me acordaré que tú me lo diste.
– Vamos ya, Tim. Es hora.
Archie la tomó ligeramente del codo para ayudarla a cruzar la calle.
– Mary -le dijo-, nunca me dijiste que Tim fuera un joven tan espectacular.
– Efectivamente; nunca te lo dije. Es un poco embarazoso. Me siento como una de esas viejas emperifolladas que una ve rondando en los lugares de recreo para los turistas con la esperanza de enganchar a algún muchacho caro, pero guapo -el brazo que Archie sostenía temblaba un poco-. Para mí todo esto es algo terrible, Archie. Es la primera vez que me expongo a las curiosas miradas del público, ¿Puedes imaginarte lo que todos van a pensar cuando se den cuenta de quién se está casando con quién? Ron se ve como un esposo más adecuado para mí que Tim.
– No dejes que eso te preocupe, Mary. Estamos aquí para apoyarte y eso es lo que vamos a hacer. Me cae muy bien tu vieja vecina, y tenía que decírtelo. Me voy a sentar junto a ella durante la cena. Tiene el vocabulario más extenso que me he encontrado desde hace mucho. ¡Míralas, a ella y a Tricia, hablando como dos viejas conocidas!
Mary lo miró agradecidamente.
– Gracias, Archie. ¡Siento tanto el no poder asistir a mi propia cena de bodas! Pero quiero dejar terminado este asunto del hospital de una vez por todas, y si lo dejo para después de la cena, mi doctor no me pondrá en su lista de operaciones para mañana, lo cual significa tener que esperar toda una semana ya que sólo opera ahí los sábados.
– Está bien, querida. Nos tomaremos tu parte de champagne y nos comeremos tu porción de chateaubriand .
Como había testigos suficientes en la ceremonia de bodas, sólo un par de fascinados ojos no dejaron ni un solo momento de contemplar fijamente a la extraña pareja: los del funcionario que representaba a la ley de Su Majestad.
El casamiento quedó realizado en pocos minutos y resultó un poco decepcionante por su falta de ceremonia o solemnidad. Tim contestó con voz firme a las preguntas que le hicieron, gracias a que su padre lo había preparado muy bien; Mary fue la que titubeó en un par de ocasiones. Ambos firmaron los documentos necesarios y salieron de la oficina sin percatarse de que el anciano funcionario que los había casado ni siquiera se había dado cuenta de que Tim era un retrasado mental y que no había pensado que en esa pareja hubiera algo de extraño a ese respecto; muchos jóvenes bien parecidos se casaban con mujeres lo bastante mayores que ellos como para que fueran sus madres. Lo que sí le extrañó fue que no se hubieran intercambiado los besos de costumbre.
Mary los dejó en la misma esquina donde se habían reunido y tomó a Tim de un brazo ansiosamente.
– Ahora vas a esperarme con toda paciencia y no te preocuparás por mí, ¿me lo prometes? Todo saldrá bien.
Tim se veía tan feliz que Tricia Johnson y Emily Parker sintieron ganas de llorar tan sólo de ver la expresión de su rostro; la única sombra que opacaba un poco la brillantez de ese día era la brusca partida de Mary, pero ni siquiera eso lo deprimió por largo rato. Había firmado el papelito y lo mismo había hecho Mary; ahora se pertenecían el uno al otro y él podía esperar todo lo que fuera necesario antes de empezar a vivir con ella.
La operación le causó a Mary molestias y un poco de mal humor durante algunos días, pero pronto empezó a recuperarse; de hecho, con mayor rapidez de lo que su ginecólogo había esperado.
– Está usted en unas condiciones físicas excelentes -le informó mientras le quitaba los puntos-, pero así me lo esperaba yo. A las mujeres mayores como usted se necesita un hacha para poder matarlas. En lo que a mí respecta, podría usted irse a su casa mañana mismo, pero puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera. Como ya habrá notado, esto no es un hospital, sino un maldito palacio. Firmaré los documentos que la dan de alta ahora y entonces podrá usted marcharse cuando quiera, esta semana, o la que entra, o el mes que viene. Pasaré a saludarla si la próxima vez que vengo todavía está usted aquí.
Al final de cuentas, Mary estuvo en el hospital cinco semanas, gozando casi de la íntima tranquilidad de la vieja casona que miraba a las tranquilas aguas de la bahía Rose y, en cierto modo, evitando el pensamiento de que tenía que encontrarse con Tim. A nadie le había dicho a qué hospital iría para que la operaran, excepto al enjuto hombrecito que se encargaba de sus asuntos legales, y las postales trabajosamente escritas por Tim que a diario recibía le eran enviadas por mediación de la oficina de dicho hombrecito. Se notaba que Ron debía ayudarlo bastante a escribirlas, pero la letra era la de Tim así como la fraseología. Las postales quedaban guardadas amorosamente en una cajita junto a su cabecera.
Durante las dos últimas semanas de su estancia ahí, Mary nadó bastante en la piscina del hospital y jugó un poco de tenis, acostumbrándose deliberadamente a los movimientos bruscos y al ejercicio.
Cuando al fin abandonó el lugar, se sentía como si nada hubiera sucedido y el conducir hasta su casa no le significó esfuerzo alguno.
La casa de Artarmon era un ascua de luz cuando ella metió el automóvil en la cochera y entró por la puerta del frente. Emily Parker era una mujer de palabra, pensó Mary, complacida: la anciana le había prometido que la casa se vería como si estuviera ocupada.
Mary puso en el suelo la maleta y se sacó los guantes, depositándolos en la mesita del pasillo junto con su cartera; luego, entró en la sala de estar. El teléfono parecía agrandarse como un monstruo frente a sus ojos, pero no llamó a Ron para avisarle que ya estaba en casa: había tiempo de sobra para eso; lo haría al día siguiente, o al otro, o al tercer día.
En la sala predominaba todavía el color gris, pero ahora ya había en las paredes varios cuadros, y manchones de un vivo rojo rubí, como carbones encendidos de un fuego disperso, se veían por toda la habitación. Sobre la repisa de la chimenea había un florero de cristal sueco de un rojo encendido y una piel teñida de un rojo rubí se extendía sobre parte de la alfombra como un lago de sangre. Era muy agradable estar de vuelta en el hogar, pensó ella, contemplando aquel inanimado testimonio de su riqueza y su buen gusto. Pronto lo estaría compartiendo con Tim, quien había tenido participación en la generación de todo eso; pronto, pronto… Pero «¿de veras deseo compartirlo con él?», se preguntó, recorriendo la habitación arriba y abajo. ¡Qué extraño era todo!, mientras más se acercaba el momento de que él entrara en su vida, más se resistía a que ocurriera.
El sol se había puesto hacía ya una hora y Occidente estaba tan oscuro como el resto del mundo, pero las luces de la ciudad se reflejaban en las nubes bajas dándoles un tono rojizo. Sin embargo, la lluvia había caído más al oeste, dejando a Artarmon expuesto al polvo del verano. «¡Qué lástima!», pensó, «no nos caería mal que lloviera un poco por aquí; mi jardín está sediento». Entró en la oscura cocina y miró por la ventana sin encender las luces de la cocina ni del patio de atrás, tratando de ver si había alguna luz en la casa de Emily Parker. Sin embargo, los laureles le estorbaban la vista; tendría que salir al patio para poder ver mejor.
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