– Muchas muchachas se ponen un vestido blanco de cola cuando se casan, Tim, pero no es el vestido blanco de cola lo que hace a una estar casada, sino el pedacito de papel.
– Pero mamá y Dawnie llevaron vestidos largos -sostuvo él tercamente enamorado de la idea.
– ¿De veras te gustaría casarte conmigo, Tim? -interrogó Mary, haciendo que la atención de él se desviara del vestido blanco de cola.
Tim asintió con la cabeza vigorosamente, sonriéndole.
– ¡Oh, sí! ¡De veras me gustaría casarme contigo, Mary! Así podría vivir contigo todo el tiempo y no tendría que regresar a casa los domingos en la noche.
El río seguía su camino rumbo al mar, lamiendo sus riberas y murmurando pacíficamente; Mary se espantó una terca mosca que le rondaba la cara.
– ¿Querrías entonces vivir conmigo más que vivir con tu padre?
– Sí. Papá pertenece a mamá y ya sólo espera poder ir a dormirse con ella debajo de la tierra, ¿no es así? Yo te pertenezco a ti, Mary.
– Pues bien; tu padre y yo estábamos hablando de ti la otra noche, cuando regresamos después de haber ido a ver al señor Martinson, y decidimos que sería una buena idea que tú y yo nos casáramos. Nos preocupa mucho lo que pueda sucederte, Tim, y no hay nadie en todo el mundo que nos guste más que tú.
Los ojos azules chispearon con la luz que el río reflejaba.
– ¡Oh, Mary! ¿Lo dices de verdad? ¿Lo dices en serio? ¿Te casarás conmigo?
– Sí, Tim. Me voy a casar contigo.
– ¿Y entonces podré irme a vivir contigo, de veras puedo pertenecerte?
– Sí.
– ¿Podremos casarnos hoy mismo?
Ella parpadeó ante el resplandor del río, súbitamente triste.
– Hoy no, querido -repuso-, pero muy pronto. El próximo viernes.
– ¿Y papá sabe cuándo va a ser?
– Sí. Sabe que es el próximo viernes. Ya todo está arreglado.
– ¿Y llevarás puesto un vestido blanco de cola como hicieron mamá y mi Dawnie?
Ella sacudió la cabeza.
– No, Tim -contestó-. No puedo hacerlo. Me gustaría llevar un largo vestido blanco porque a ti te gusta, pero tardan mucho tiempo en hacer uno y ni tu padre ni yo queremos esperar tanto.
El desencanto ensombreció su sonrisa por un momento, pero ésta volvió a renacer al instante.
– ¿Y no tendré que irme a casa después de eso?
– Tendrás que hacerlo durante un poquito de tiempo, porque yo tengo que irme al hospital.
– ¡Oh, Mary, no! ¡Tú no puedes ir al hospital! ¡Por favor, por favor no vayas al hospital! -los ojos se le habían llenado de lágrimas-. ¡Te morirás, Mary! ¡Te irás de mí a dormir bajo la tierra y ya no volveré a verte!
Mary se inclinó y le tomó las manos en un apretón fuerte y confortante.
– ¡Vamos, vamos, Tim! -le consoló-. El que vaya al hospital no quiere decir que vaya a morirme. Simplemente porque tu mamá murió cuando fue al hospital, eso no significa que yo también me vaya a morir. Muchas y muchas y muchas personas van al hospital y vuelven a salir de él y no se mueren. El hospital es un lugar al que uno va cuando está enfermo y quiere ponerse bien. A veces uno está tan enfermo que ya no puede ponerse bien, pero yo no estoy enferma como lo estaba tu madre, ¿verdad? Yo no estoy débil ni me duele nada, ¿o sí? Pero fui a ver al médico y él quiere arreglar algo en mí que no está del todo bien, y quiere hacerlo antes de que tú vengas a vivir conmigo para que yo esté muy bien para ti.
Era difícil hacer que le creyera, pero después de un rato Tim se calmó y pareció aceptar el hecho de que Mary no iba al hospital a morirse.
– ¿Entonces, estás segura de que no vas a morirte?
– Así es, Tim. Estoy segura de que no voy a morirme. Todavía no puedo morirme. No permitiré que eso suceda.
– ¿Y nos casaremos antes de que te vayas al hospital?
– Sí. Todo está arreglado para el próximo viernes.
Él se echó hacia atrás, apoyando el cuerpo en las manos extendidas y suspiró felizmente; luego rodó sobre sí mismo rumbo a la orilla del agua, hasta que terminó en ésta, riéndose lleno de gozo.
– ¡Voy a casarme con Mary, voy a casarme con Mary! -canturreó, echando agua a Mary cuando ésta se acercó a la orilla del río.
En honor de la ocasión, Mary se presentó para su casamiento con un vestido de tusón color durazno, con un sombrerito del mismo color y un modesto ramito de rosas en la solapa. Los invitados a la boda habían quedado en reunirse en el lado del parque Hyde de la plaza Victoria, precisamente frente a las oficinas del Registro Civil. Mary dejó el automóvil en el estacionamiento subterráneo de Domain y tomó la escalera mecánica hasta la salida de la calle College, cruzando después el parque. Archie le había ofrecido llevarla en su coche pero ella no había aceptado.
– Tengo que irme directamente del casamiento al hospital, así que es mejor que lleve yo mi propio automóvil.
– ¡Pero deberías permitirme que te lleve, querida! -había protestado él-. ¿Crees que tú vas a conducir desde el hospital hasta tu casa cuando te den de alta?
– Por supuesto. Es un hospital privado muy grande y lo manejan como un hotel de lujo. Voy a estarme en él mucho más tiempo del que es realmente necesario para estar segura de que estoy perfectamente bien cuando regrese a casa. No quiero desilusionar a Tim llegando a casa y no permitiéndole que se quede conmigo.
Él la había observado, con aire de extrañeza.
– Bueno -respondió intrigado-, supongo que sabes lo que estás haciendo, porque siempre es así; he aprendido a conocerte, querida Mary.
Ella le sacudió el brazo afectuosamente.
– ¡Querido Archie; tu fe en mí es conmovedora!
Así pues, había llegado sola a su casamiento y fue la primera en llegar a la esquina del parque. Archie y Tricia aparecieron a los pocos minutos y la señora Parker hizo acto de presencia casi a la zaga de ellos luciendo una sorprendente confección de chiffon cereza y azul eléctrico, y después Tim y Ron emergieron de la entrada del subterráneo a unos cuantos pasos de distancia. Tim lucía el traje azul que había llevado en el casamiento de Dawnie. Ron, el traje que se había puesto para el funeral de Esme. Permanecieron de pie bajo el claro y brillante sol, conversando de cosas sin importancia y luego Tim le entregó una cajita, poniéndosela en las manos con precipitación cuando nadie los veía. Claramente, se notaba que estaba nervioso y no muy seguro de sí mismo; ocultando la cajita en la mano, Mary se lo llevó consigo a unos cuantos pasos de distancia de los otros y les dio la espalda mientras rompía la mal hecha envoltura del paquetito.
– Papá me ayudó a elegirlo porque yo quería darte algo y papá dijo que estaba muy bien que yo te diera algo. Fuimos al Banco y saqué dos mil dólares y luego fuimos a esa gran joyería que está en Castlereagh, cerca del «Hotel Australia».
Dentro de la cajita había un pequeño broche con un magnífico ópalo negro en el centro y diamantes alrededor formando la figura de una flor.
– Me hizo acordar de tu jardín en la casa de campo, Mary. Todos los colores de las flores y el sol brillando encima de ellas -explicó Tim.
Las rosas de té de la solapa cayeron al quemante asfalto y se quedaron ahí, sin que nadie les hiciera el menor caso; Mary sacó el broche de su almohada de terciopelo y se lo alargó a Tim, sonriendo a través de un velo de lágrimas.
– Ya no es mi jardín, Tim -dijo-. Ahora es nuestro jardín. Ésa es una de las cosas que hace el matrimonio, hace que todo lo que uno posee sea también del otro, así que mi casa y mi automóvil y mi casa de campo y mi jardín te pertenecerán igual que a mí después que nos casemos, ¿Quieres prendérmelo, por favor?
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