Tal vez al principio, cuando esto era sólo un tinglado para ganar el dinero que tanto necesitaba, la señora Delvecchio Schwartz apreciaba esos ingresos. Me imagino que con eso compró La Casa. Pero ¿ahora? ¿En ese sitio tan desierto, desolado y desagradable? A la señora Delvecchio Schwartz le importaban un rábano las comodidades, y a Flo también. Vivan donde vivan, no lo harán nunca rodeadas de hermosos vestidos y mullidos sillones. Incluso puedo llegar a comprender por qué le sigue dando el pecho a Flo. Es un vínculo maternal que la criatura necesita conservar. ¡Oh, Flo! Angelito. Tu madre es todo tu mundo, tu principio y tu fin. Tu ancla y tu refugio. Me siento honrada de que me hayas tomado cariño, angelito. Es una bendición para mí.
Lunes, 8 de febrero de 1960
Esta mañana empecé a trabajar en el Servicio de Radiología de Urgencias. Debo confesar que ya no soy tan entusiasta y trabajadora como antes. Entre la ninfomanía y la adivinación, mi vida se ha vuelto un tanto complicada. Aunque no estoy segura de si limitar la actividad sexual a los fines de semana se puede considerar ninfomanía. De todos modos, a los diez minutos de haber empezado a trabajar olvidé que existía otro mundo fuera del Servicio de Urgencias.
Somos tres: una avanzada, una intermedia (o sea, yo) y una aprendiza. Todavía no sé si me gusta Christine Leigh Hamilton, nombre con el que se presentó mi superiora. Tendrá unos treinta y cinco años y, a juzgar por una conversación casual que escuché entre ella y la enfermera jefe de Urgencias, está empezando a sufrir lo que yo llamo SVS, «el síndrome de la vieja solterona». Si todavía estoy soltera para cuando tenga su edad, me pego un tiro. Es algo que surge como resultado de la soltería y la idea de compartir la vejez con otra mujer viviendo prácticamente en la miseria; a menos que una de las dos provenga de una familia adinerada, cosa que por lo general no sucede. El síntoma principal es la abrumadora obsesión por conseguir un hombre. Casarse. Tener un par de hijos. Reafirmarse como mujer. Yo la comprendo, aun cuando estoy decidida a no contraer la enfermedad. Nunca me queda del todo claro cuál es el impulso preponderante en el SVS: si la necesidad de amar y ser amada o la de lograr una estabilidad económica. Por supuesto, Chris es técnica en radiología, así que le pagan como si fuera un hombre. Sin embargo, si fuera a un banco y solicitara un préstamo para comprar una casa, se lo negarían. Los bancos no dan créditos hipotecarios a las mujeres, ganen lo que ganen. Y a la mayoría les pagan muy poco, así que no logran ahorrar mucho para la vejez. Estuve hablando con Jim sobre este tema. Ella es oficial tipógrafa, pero no le pagan igual que a los demás por hacer el mismo trabajo. Es lógico que algunas mujeres se harten y decidan eliminar por completo a los hombres de sus vidas. Bob es la secretaria de una especie de magnate y tampoco le pagan demasiado. Y si trabajas para el Estado, tienes que renunciar en cuanto te casas. Por eso todas las enfermeras y las jefas de sección son solteronas. Aunque unas cuantas son viudas.
– Si no fuera por la señora Delvecchio Schwartz, llevaríamos una vida de perros -me dijo Jim-. Correríamos de aquí para allá por miedo a que nos descubrieran y nos echaran, y no podríamos comprar un lugar para vivir. La Casa es nuestra salvación.
En fin… Volviendo a Chris Hamilton, el problema es que no es para nada atractiva. Figura regordeta, pelo indómito, gafas, el tipo de maquillaje equivocado y piernas de piano de cola. Son detalles que se podrían pasar por alto si ella tuviera algún tipo de sensibilidad, cosa que no tiene. Es decir, le falta sensibilidad para percibir lo que un hombre necesita. Así que cada vez que un hombre, especialmente uno vestido de blanco, entra en su pequeño dominio, sonríe como una tonta y empieza a correr de un lado para otro y a hacer volteretas tratando de impresionarlo. Oh, con los camilleros que son «nuevos australianos» se comporta de manera diferente (a ésos ni los mira). Pero hasta a los chóferes de las ambulancias les ofrece té e intercambia con ellos algún que otro remilgado comentario sobre dinero. Eso sí, si no estamos ocupadas.Hay que reconocerle sus méritos. Su mejor amiga es Marie O'Callaghan, casualmente la Enfermera jefe de Urgencias. Comparten un apartamento en Coogee y ambas rondan los treinta y cinco años. ¡Y las dos tienen el Síndrome de la Vieja Solterona! ¿Por qué no se considera una mujer de verdad a la que no tiene marido e hijos? Estoy segura de que si Chris leyera esto me miraría con desdén y diría que eso va por mí, que soy una mujer fatal. ¿Por qué será que nos catalogan de ese modo?
La aprendiza es muy tímida. Como suele suceder en las Unidades con más ajetreo, se pasa la mayor parte del tiempo en el cuarto oscuro. Cuando pienso en mi período de prácticas, recuerdo que había momentos en los que pensaba que estaba más preparada para trabajar para Kodak que en radiología. Sin embargo, al final todo se equilibra. Logramos obtener la experiencia que necesitamos en el trato con los pacientes para pasar el examen y ser nosotras quienes enviemos al aprendiz de turno al cuarto oscuro. El problema es que es una cuestión de prioridades, especialmente en Urgencias, donde no se pueden cometer errores ni desperdiciar placas.
No habían pasado ni cinco minutos desde mi llegada y ya sabia que no iba a poder hacer lo que quisiera en el Servicio de Radiología de Urgencias. El jefe de admisiones de Cirugía para el Servicio de Urgencias vino con su residente mayor, me vieron, y empezaron a cortejarme. No sé por qué tengo ese efecto sobre algunos médicos (¡no todos, algunos!), porque la verdad es que no me atrae nada que lleven bata blanca. Prefiero ser una solterona que casarme con alguien que tiene que acudir corriendo en cuanto lo llaman. Además, de lo único que hablan es de medicina, medicina y medicina. Pappy dice que soy sexy; pero, si consideramos que Brigitte Bardot es sexy, no tengo la menor idea de lo que quiso decir. Yo no camino meneando el trasero, no frunzo los labios, no miro a los hombres con cara de enamorada, ni tengo el aspecto de una de esas que no tienen nada en la cabeza. Excepto cuando me encontré con el señor Duncan Rastrero Forsythe en la rampa. Tengo un radar para detectar a los cretinos. No hice nada para alentar a ese par de doctores, pero de todas formas siguieron revoloteando y metiéndose en mi camino. Al final, les dije que me dejaran en paz, y Chris se quedó horrorizada (al igual que la aprendiza).
Por suerte, en ese momento traspasó nuestra puerta doble una posible fractura cervical. Me puse a trabajar de inmediato para asegurarme de que Chris Hamilton no tuviera motivos para quejarse de mi trabajo a la Hermana Agatha.
Pronto descubrí que no tendría tiempo de almorzar con Pappy, con quien suelo comer a toda prisa. Habían pasado cuatro horas y ya habíamos tenido tres posibles fracturas de columna, una fractura de Dupuytren en tibia, peroné y astrágalo, varias fracturas conminutas de huesos largos, una fractura de caja torácica, una docena de pequeñeces y una lesión craneal grave, que llegó en coma y con convulsiones y fue derivada inmediatamente al quirófano de neurocirugía. En cuanto a Chris se le pasó el mal humor por el modo en que se habían comportado ese par de apuestos doctores, comprendió que yo no iba a tener problemas para relacionarme con los pacientes y pronto establecimos un sistema de trabajo en equipo.
Teóricamente, la unidad estaba abierta desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Chris haría el turno de mañana y se iría a las dos. Y yo empezaría a las diez y me marcharía a las seis.
– Es una utopía pensar que algún día saldremos a nuestra hora -dijo Chris a las tres y media de la tarde, mientras se abotonaba el abrigo que llevaba encima del uniforme-, pero al menos apuntamos a eso. No me gusta que la aprendiza se quede más tiempo del necesario, así que asegúrate de mandarla a casa a eso de las cuatro, a menos que haya mucho revuelo por aquí.
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