– ¡Ay, Harriet, qué inocente eres! -exclamó-. Los fines de semana me los paso acostándome con hombres.
– ¿Hombres? -pregunté pasmada.
– Sí, hombres.
– ¿En plural?
– En plural.
¿Qué más se puede decir después de eso? Estaba tratando de encontrar una respuesta cuando entramos en la calle Victoria.
– ¿Porque?
– Porque busco algo.
– ¿El amante perfecto?
Sacudió la cabeza con tanta vehemencia como si prefiriera sacudirme a mí en su lugar.
– ¡No, no, no! No tiene nada que ver con el sexo. Se trata de algo espiritual. Supongo que estoy buscando mi alma gemela.
Estuve a punto de decirle que la podía encontrar en la buhardilla salpicando pintura sobre un lienzo, pero me mordí la lengua y no lo hice. Cuando llegamos, había un muchacho joven sentado en la escalera. Pappy esbozó una pequeña sonrisa de disculpa mientras él se ponía de pie, así que me apresuré a entrar antes que ellos y me dirigí a mi apartamento rosa, donde me desplomé en una silla para recuperar el aliento. ¡Así que eso era lo que había querido decir Norm, el agente de la brigada antivicio, cuando dijo que Pappy no cobraba! Sin duda se había acostado con él también.
Es hora de que establezcas tus prioridades, Harriet Purcell. Todo lo que te han inculcado desde niña pende de un hilo. Pappy no entra en la categoría de «muchacha decente» y, sin embargo, es la mejor de las que conozco. Pero las muchachas decentes no andan por ahí haciendo favores sexuales a troche y moche. Sólo las prostitutas lo hacen. ¿Pappy una prostituta? ¡Eso sí que no! Soy el único miembro del grupo Bronte-Bondi-Waverley que todavía no ha tenido relaciones ni una vez, pero Merle, por ejemplo, no se considera una prostituta a pesar de lo que hace. ¡Los cambios emocionales que tuve que presenciar cada vez que Merle se enamoraba! El entusiasmo, la furia, las dudas, la desilusión final. Y una vez, aquellos terribles días en los que se le había atrasado la regla; cuando por fin le vino, yo también sentí un gran alivio. Si hay algo que nos mantiene en el buen camino es el miedo al embarazo. Las personas que abortan utilizan agujas de tejer, pero a cambio su reputación queda arruinada. Lo que suele ocurrir es que la interesada desaparece repentinamente durante cuatro meses, o se organiza una boda relámpago y el bebé resulta ser «prematuro». Sin embargo, por más que la muchacha en cuestión decida irse a un hogar de acogida durante cuatro meses y después dar al bebé en adopción o casarse con el padre, los chismes la perseguirán el resto de su vida. «Se casó de penalti» o «Bueno, ya sabemos lo que pasó, ¿no? Va de aquí para allá con cara larga, el tío desaparece, le crece la barriga y, de pronto, se va un par de meses a visitar a la abuela que vive en el oeste de Australia. ¿A quién cree que engaña, eh?».
Creo que nunca tuve nada que ver con ese tipo de comentarios maliciosos, pero forman parte de la vida de cualquier muchacha. Y en cambio, ahí está Pappy, a quien tanto aprecio, jugando con fuego en todos los sentidos; arriesgándose a quedar embarazada, a contagiarse algo o, incluso, a ser maltratada. ¡Recurrir al sexo para encontrar el alma gemela! ¿Cómo es posible conocer el alma de un hombre a través del sexo? El problema es que no tengo ninguna respuesta. Lo que sí sé es que no puedo pensar nada malo de Pappy. ¡Oh, pobre Toby! ¿Cómo se sentirá? ¿Se habrá acostado con él? ¿O será el único que no le interesa? Ya, no sé por qué se me ocurre eso, pero es lo que pienso.
No lograba tranquilizarme así que decidí salir a caminar y perderme entre la multitud de gente fascinante que circula por el Cross. Pero al llegar al vestíbulo, me encontré con la señora Delvecchio Schwartz, que estaba barriendo. Con poco éxito. Pasaba la escoba con tanta fuerza y velocidad que el polvo tan sólo se elevaba en una nube para después volver a incrustarse en el suelo. Estuve a punto de preguntarle si alguna vez se le había ocurrido echar hojas de té húmedas antes de barrer, pero no estaba de humor.
– ¡Cariño! -exclamó alegremente-. Sube a beber un trago de brandy.
– Desde que me mudé no le he visto el pelo -dije mientras la seguía escaleras arriba.
– Nunca importuno a la gente cuando la veo ocupada, princesa -respondió desplomándose en su sillón del balcón y sirviendo brandy en dos vasos improvisados con envases de queso Kraft. Flo, que había estado colgándose de su falda, trepó a mi regazo y se quedó mirándome sonriente con esos trágicos ojos color ámbar.
Bebí un sorbo del repulsivo brebaje, pero no logré que me agradara.
– Nunca oigo a Flo -dije-. ¿Habla?
– Todo el tiempo, princesa-respondió la señora Delvecchio Schwartz.
Manipulaba un mazo de cartas más grandes de lo habitual. Después, me radiografió con la mirada y las colocó frente a mí.
– ¿Qué es lo que te preocupa? -preguntó.
– Pappy dice que se acuesta con un montón de hombres.
– Sí, así es.
– ¿Qué le parece? Siempre pensé que las caseras echaban a las mujeres que llevaban hombres a sus moradas y sé que usted lo hace cuando se trata del piso de la planta baja que da a la calle.
– No es correcto hacer que una buena mujer se sienta malvada sólo porque le guste echar un polvo -respondió dando un gran sorbo-. El sexo es una cosa normal y natural como cagar o mear. ¿Qué tengo que pensar de Pappy? El sexo es su forma de viajar. -Me lanzó otra mirada radiológica-. No es tu caso, ¿verdad?
Me sentí avergonzada y confusa.
– Al menos no llego tan lejos -dije, y bebí otro poco. El licor sabía cada vez mejor.
– Tú y Pappy representáis los dos extremos de la vida de una mujer -continuó la señora Delvecchio Schwartz-. Para ella la falta de contacto significa falta de amor. Es una reina de espadas Libra, combinación no muy fuerte. Su regente Marte lo es más, aunque en muy pocos aspectos; al igual que el segundo regente, Júpiter. En su caso, la Luna está en ascendente Géminis y en cuadratura con Saturno. Creo que lo recuerdo bien.
– ¿Y yo qué soy? -pregunté.
– No lo sabré hasta que no me digas cuándo naciste, princesa.
– Once de noviembre de 1938 -respondí.
– ¡Ah! ¡Lo sabía! ¡Escorpio! ¡Muy fuerte! ¿Dónde?
– En el Hospital Vinnie.
– ¡Al lado del Cross! ¿A qué hora?
– A las once y un minuto de la mañana -contesté tras devanarme los sesos.
– Once, once, once… ¡Caray, cariño! -Resopló e hizo crujir la silla, luego se reclinó y cerró los ojos-. Mmm, veamos… Tienes ascendente en Acuario, ¡bien, bien! -Unos segundos más tarde estaba hincada frente a un pequeño armario del que extrajo un libro tan gastado que se caía a pedazos, unas cuantas hojas de papel y un pequeño transportador de plástico barato. Tomó una de las hojas y un lápiz y me los arrojó-. Escribe todo lo que te diga -ordenó, y miró a Flo-. Dame uno de tus lápices de colores, angelito.
Flo se deslizó de mi regazo, corrió a la sala y regresó con un puñado de colores: azul, verde, rojo, púrpura y marrón.
– Lo hago todo de memoria… Después de tantos años, no podía ser de otra manera -explicó la señora Delvecchio Schwartz, mientras consultaba su raído libro y hacía misteriosas anotaciones en un papel en el que previamente había dibujado una especie de pastel dividido en doce porciones iguales-. Sí, sí, muy interesante. ¡Escribe, Harriet, escribe! Tres oposiciones, todas poderosas… Sol a Urano, Marte a Saturno, Urano al Cénit. Buena parte de la tensión queda eliminada por los cuadrantes. Qué suerte, ¿no?
Aunque hablaba a un ritmo normal, yo tenía que hacer garabatos como los de Flo para lograr tomar nota de todo.
– Júpiter está en la primera casa en Acuario, tu ascendente… ¡Muy potente! Tendrás una vida afortunada, Harriet Purcell. El Sol está en la décima casa, lo cual significa que seguirás con tu carrera el resto de la vida.
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