Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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Puso sobre sus rodillas la otra parte del teléfono, se aplicó el auricular al oído y llamó a la operadora.

– ¿Es la centralita? Una conferencia internacional, por favor. Necesito hablar urgentemente con Australia, Gillanbone, uno-dos-uno-dos. Y, por favor, dése prisa.

Meggie respondió personalmente a la llamada. Era tarde, y Fee se había acostado ya. Estos días, ella no podía acostarse temprano; prefería permanecer sentada, escuchando los grillos y las ranas, dormitando con un libro en la mano, recordando.

– iDiga!

– Conferencia de Londres, señora O'Neill -dijo Hazel, desde Gilly.

– Hola, Justine -dijo tranquilamente Meggie.

Justine solía llamar, de tarde en tarde, para saber cómo marchaban las cosas.

– ¿Mamá? ¿Eres tú, mamá?

– Sí, soy mamá -dijo amablemente Meggie, percibiendo el desconsuelo de Justine.

– iOh, mamá! ¡Oh, mamá! -Hubo algo que sonó como un jadeo o como un sollozo-. Mamá, Dane ha muerto. ¡Dane ha muerto!

Un abismo se abrió a los pies de Meggie. Y se ahondó, se ahondó, y no tenía fin. Meggie se deslizó en él, sintió cerrarse ios bordes sobre su capeza y comprendió que no saldría de él mientras vjiviese. ¿Qué más podían hacerle los dioses? Ella nó sabía nada cuando lo había pedido. ¿Cómo podía /pedirio, cómo podía no saberlo? No tientes a los dioses, pues es lo que éstos quieren. No le veré en el momento más hermoso de su vida, no lo compartiré con él, había decidido, creyendo que con esto pagaba su deuda. Dane se libraría de ésta, y se libraría de ella. No vería la cara que más quería en el mundo; éste sería su pago. El abismo se cerró, asfixiante. Y Meggie, plantada allí, se dio cuenta de que era demasiado tarde,

– Justine, querida, cálmate -dijo enérgicamente Meggie, sin temblarle la voz-. Tranquilízate y dírne: ¿estás segura?

– Me han llamado de la Casa de Australia; pensaban que yo era el pariente más próximo. Un hombre horrible que sólo quería saber lo que había de hacerse con el cadáver. Y venga llamar «el cadáver» a Dane. Como si no se mereciese algo más, como si no fuese una persona -sollozó Justine-. ¡Dios mío! Supongo que el pobre hombre estaba pasando un mal rato. ¡Oh, mamá! ¡Dane está muerto!

– ¿Cómo ha sido, Justine? ¿Dónde? ¿En Roma? ¿Por qué no me ha llamado Ralph?

– No, no ha sido en Roma. Probablemente el cardenal no sabe nada. Ha sido en Creta. El nombre dijo que se había ahogado, en una operación de salvamento. Estaba de vacaciones, mamá; me pidió que le acompañase y yo no lo hice, porque queríaVepre-sentar Desdémóna y estar con Rain. ¡Si hubiese estado con él, tal vez no habría ocurrido! ¡Oh, Dios mío! ¿Qué puedo hacer?

– Basta, Justine -dijo severamente Meggie-. No debes pensar así, ¿me oyes? Sabes que a Dane no le habría gustado. Las cosas pasan, y no sabemos por qué. Ahora, lo importante es que tú estás bien, que no os he perdido a los dos. ¡Eres cuanto me queda! ¡Oh, Jussy, Jussy, estás tan lejos! El mundo es grande, demasiado grande. ¡Ven a Drogheda! Es horrible pensar que estas tan sola.

– No; tengo que trabajar. El trabajo es mi única solución. Si no trabajase, me volvería loca. No quiero compañía, no quiero comodidades. -Empezó a llorar amargamente-. ¿Cómo vamos a vivir sin él?

¡Cómo, sí! ¿Era esto vida? Tú eras de Dios, y volviste a Dios. El polvo vuelve al polvo. La vida és para los que fracasamos. Dios es ambicioso; se lleva a los buenos y deja que ios demás nos pudramos en el mundo.

– Nadie puede saber el tiempo que va a vivir -dijo Meggie-. Gracias, Justine, por habérmelo dicho tü misma, por haber telefoneado.

– No podía soportar que un extraño te diese la noticia, mamá. No, tratándose de una cosa así. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué puedes hacer?

Meggie trataba, con todas sus fuerzas, de consolar a su afligida hija que estaba en Londres, a miles de millas de ella. Su hijo había muerto; su hija vivía. Debía hacer que se repusiera. Si era posible. En toda su vida, Justine parecía haber amado sólo a Dane. A nadie más, ni siquiera a ella misma.

– No llores, Justine, querida. Trata de no afligirte. A él no le habría gustado, ¿verdad? Ven a casa, y procura olvidar. Traeremos a Dane a Drogheda. Le-galmente, vuelve a ser mío; ya no pertenece a la Iglesia, y no podrán impedírmelo. Llamaré inmediatamente a la Casa de Australia, y a la Embajada en Atenas, si puedo comunicar con ella. ¡Él tiene que volver a casa! Sería insoportable pensar que yace lejos de Drogheda. Éste es su hogar, y tiene que volver a él. Ven tú también, Justine.

Pero Justine, acurrucada en el suelo, meneaba la cabeza como si su madre pudiese verla. ¿Volver a casa? Nunca podría hacerlo. Si hubiese acompañado a Dane, éste no estaría muerto. ¿Volver a casa, y tener que contemplar diariamente el rostro de su madre durante el resto de sus días? No; ni pensarlo.

– No, mamá -dijo, mientras unas lágrimas ardientes como metal rundido surcaban sus mejillas. ¿Quién había dicho que las personas realmente afligidas no lloran? Quien lo hubiese dicho era un ignorante-. Continuaré trabajando aquí. Iré a casa con Dane, pero volveré aquí. No podría vivir en Drogheda.

Durante tres días, esperaron en una especie de vacío; Justine, en Londres; Meggie y la familia, en Drogheda; extrayendo del silencio oficial una débil esperanza. ¡Oh! Tal vez había sido un error; de haber sido verdad, ¡sin duda les habrían confirmado ya la noticia! Dane aparecería sonriente en la puerta de Justine, y diría que todo había sido una estúpida equivocación. Dane, plantado en la puerta, se reiría de que hubiesen podido creerle muerto; permanecería allí, alto, fuerte, vivo, y reiría. La esperanza aumentó, creció con cada minuto de espera. Traidora, horrible esperanza. No estaba muerto, ¡no! No se había ahogado; Dane era tan buen nadador que podía desafiar al mar más embravecida y triunfar. Por consiguiente, esperaron, negándose a aceptar lo sucedido, en la esperanza de que todo hubiese sido un error. En otro caso, ya habría tiempo de comunicarlo a la gente, de notificarlo a Roma.

El cuarto día, por la mañana, Justine recibió el mensaje. Como una vieja, cogió una vez más el te léfono y pidió una conferencia con Australia.

– ¿Mamá?

– ¿Justine?

– ¡Oh, mamá! Ya lo han enterrado, ¡no podemos llevarlo a casa! ¿Qué vamos a hacer? Todo lo que han sabido decirme es que Creta es un lugar muy grande, que no saben el nombre del pueblo, que, cuando llegó el cablegrama, había sido ya enviado a alguna parte y enterrado. ¡Ahora yace en una tumba anónima, no sabemos dónde! No puedo conseguir el visado para ir a Grecia; nadie quiere ayudarme; es un caos. ¿Qué vamos a hacer, mamá?

– Reúnete conmigo en Roma, Justine -dijo Meggie.

Todos, salvo Anne Mueller, estaban alrededor del teléfono, todavía anonadados. Los hombres parecían haber envejecido veinte años en tres días, y Fee, encogida como un pájaro, blanca y ceñuda, vagaba por la casa, repitiendo una y otra vez: «¿Por qué no había de ser yo? ¿Por qué tuvieron que llevárselo a él? ¡Yo soy tan vieja, tan vieja! No me habría importado marcharme. ¿Por qué tenía que ser él? ¿Por qué no podía ser yo? ¡Soy tan vieja!» Anne se había derrumbado, y la señora Smith, Minnie y Cat, no cesaban de llorar.

Meggie les miró en silencio y colgó el teléfono. Esto era cuanto quedaba en Drogheda. Un grupHo de viejos y viejas, estériles y destrozados.

– Dane se ha perdido -dijo-. No pueden encontrarle; está enterrado en algún lugar de Creta. ¡Y Creta está tan lejos! ¿Cómo podría descansar tan lejos de Drogheda? Iré a Roma, a ver a Ralph de Bricassart. Es el único que puede ayudarnos.

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