Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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La habitación se había llenado de pequeños susurros, de murmullos; el reloj seguía marcando su tictac al compás del corazón de Ralph. Y de pronto, éste dejó de andar acompasadamente con aquél. Había perdido el ritmo. Meggie y Fee parecían nadar sobre sus pies, oscilar de un lado a otro, con caras espantadas, entre una niebla acuosa é insustancial, dicféndole cosas que él no podía oír.

– ¡Aaaaaaah! -gritó comprendiendo al fin. Apenas si tenía conciencia del dolor, atento únicamente a los brazos de Meggie, que le rodeaban, y a la manera en que su propia cabeza se apoyaba en ella. Pero consiguió volverse hasta que pudo ver sus ojos, y 'la miró intensamente. Quiso decirle: «Perdóname», y vio que ella le había perdonado hacía tiempo. Supo que ella se había llevado lo mejor. Entonces, quiso decir algo tan perfecto que ella se sintiese consolada para siempre, y comprendió que tampoco era necesario. Fuera ella lo que fuese, era capaz de soportarlo todo. ¡Todo! Y cerró los ojos, y, por última vez, se sumió en Meggie en el olvido.

SIETE

1965-1969

JUSTINE

19

Sentado en su despacho de Bonn, ante la taza de café de la mañana, Rainer se enteró por el periódico de la muerte del cardenal De Bricassart. La tormenta política de las pasadas semanas estaba amainando al fin; por consiguiente, se había sentado a leer tranquilamente, con la perspectiva de ver pronto a Justine para sentirse mejor, y nada preocupado por su reciente silencio. Esto era muy propio de ella, y Justine no estaba todavía dispuesta a reconocer hasta qué punto se hallaba comprometida con él.

Pero la noticia de la muerte del cardenal hizo que dejara de pensar en Justine. Diez minutos después, estaba detrás del volante de un «Mercedes 280 SL» y se dirigía a la autopista. El pobre y viejo Vittorio debía sentirse muy solo, y su carga era pesada incluso en los mejores tiempos. El automóvil era lo más rápido; entre el tiempo que pasaría esperando un vuelo y el que emplearía yendo y viniendo de los aeropuertos, tardaría má,s que yendo en coche al Vaticano. Y así tendría algo que hacer, algo que podría controlar, consideración siempre importante para un hombre como él.

El cardenal Vittorio le contó toda la historia, sin darle tiempo a preguntarse por qué no se habría puesto Justine en contacto con él.

– Él vino a verme y me preguntó si sabía que Dane era hijo suyo -dijo aquella voz amable, mientras las suaves manos acariciaban el lomo gris azul de Natacha.

– ¿Y qué le dijo usted?

– Le dije que lo sospechaba. No pude decirle más. Pero, ¡oh, su cara! ¡Su cara! Me hizo llorar.

– Esto le mató, sin duda alguna. La última vez que le vi, pensé que no se encontraba bien, pero él se echó a reír cuando le aconsejé que se hiciese reconocer por un médico.

– Ha sido voluntad de Dios. Creo que Ralph de Bricassart era el hombre más atormentado que he conocido en mi vida. En la muerte, encontrará la paz que nunca conoció en el mundo.

– Y el hijo, Vittorio. ¡Qué tragedia!

– ¿De veras lo cree así? Yo prefiero pensar que fue una muerte hermosa. Creo que Dane debió de recibirla de buen grado, y no es de extrañar que Nuestro Señor quisiera llamarte pronto a Su seno. Lo siento, sí, pero no por él. Lo siento por su madre, ¡que debe sufrir tanto! Y por su hermana, por sus tíos, por su abuela. No, no lloro por él. El padre O'Neill vivió en una pureza casi total de mente y de espíritu. ¿Qué pudo ser la muerte para él, si no la entrada a la vida eterna? Para nosotros, el paso no es tan fácil.

Desde su hotel, Rainer envió un telegrama a Londres, disimulando todo enojo, resentimiento o disgusto. Sólo decía: DEBO VOLVER A BONN PERO ESTARÉ FIN DE SEMANA EN LONDRES STOP POR QUÉ NO ME LO DIJISTE STOP CON TODO MI AMOR RAIN.

Sobre la mesa de su despacho de Bonn, había una carta urgente de Jüstine y un paquete certificado que, según le informó su secretaria, procedía de los abogados del cardenal De Bricassart en Roma. Abrió primero éste y se enteró de que, según el testamento de Ralph de Bricassart tendría que añadir otra compañía a la larga lista de aquellas cuya dirección ejercía. «Michar Limited». Y Drogheda. Contrariado, pero curiosamente conmovido, comprendió que de esta manera quería decirle el cardenal que, en definitiva, confiaba en él, y que las oraciones de los años de guerra habían dado fruto. Ponía en manos de Rainer el futuro bienestar de Meggie O'Neill y su familia. Al menos, así lo interpretó Rainer, porque los términos del testamento del cardenal eran muy impersonales. No podían ser de otra manera.

Dejó el paquete en la cesta de correspondencia no secreta, para su contestación inmediata, y abrió la carta de Jüstine. Ésta empezaba mal, sin ninguna clase de saludo.

Gracias por el telegrama. No tienes idea de lo mucho que me alegré de que no estuviésemos en contacto estas dos últimas semanas, pues no habría podido soportar tenerte cerca de mí. Lo único que se me ocurría pensar, cuando me acordaba de ti, era que debía dar gracias a Dios de que no lo supieses. Tal vez te cueste comprenderlo, pero no quiero que estés conmigo. El dolor no tiene nada de agradable. Rain, y el hecho de que presenciases el mío no podría aliviarlo. Desde luego, tal vez dirás que esto demuestra lo poco que te amo. Porque, si te amase de veras, me volvería instintivamente a ti, ¿no es cierto? En cambio, lo que hago es apartarme.

Por consiguiente, quisiera que lo dejásemos correr de una vez para siempre, Rain. No tengo nada que darte, ni quiero nada de ti. Esto me ha enseñado lo que significa una persona con la que se ha convivido durante veintiséis años. No podría soportarlo otra vez, y tú mismo lo dijiste, ¿recuerdas? O matrimonio, o nada. Pues bien, yo elijo nada.

Mi madre me dice que el viejo cardenal murió a las pocas horas de salir yo de Drogheda. Es curioso. Mamá está muy trastornada por su muerte. No es que me lo haya dicho, pero yo la conozco. No entiendo por qué ella y Dane y tú le apreciabais tanto. Yo nunca pude hacerlo. Pensaba que se pasaba de listo. Y no voy a cambiar de opinión porque se ha muerto.

Y esto es todo. Te lo digo en serio, Rain. Puesta a elegir, me quedo con nada. Cuídate mucho.

Firmaba como siempre: «Justine», en trazos negros y firmes, y había escrito la carta con la nueva pluma de punta de fieltro que había recibido con tanta satisfacción cuando él se la había regalado, como instrumento grueso, negro y lo bastante rotundo para ella.

No dobló la carta ni la metió en la cartera, ni la quemó; hÍ2o con ella lo que hacía con toda la correspondencia que no requería contestación: rasgarla en cuanto acabó de leerla y tirarla al cesto de los papeles. Mientras tanto, pensaba que la muerte de Dane había interrumpido definitivamente su despertar emocional, y se sentía muy desgraciado. No había derecho. Aunque quizás él había esperado demasiado.

De todos modos voló a Londres el fin de semana, pero no para verla, aunque la vio. En el escenario, como Desdémona, la adorada esposa del Moro. Formidable. Nada podía hacer por ella que no pudiese hacerlo el escenario, al menos por ahora. ¡Buena chica! Viértelo todo en la escena.

Sólo que ella no podía verterlo todo en la escena, porque era demasiado joven para representar a Hécuba. El escenario era simplemente el único lugar que la brindaba paz y olvido. Sólo podía decirse: «El tiempo cura todas las heridas»; pero no lo creía. Y se preguntaba por qué seguían doliéndoie tanto. Cuando Dane vivía, no había pensado realmente mucho en él, salvo cuando estaban juntos, y, cuando se habían hecho mayores, estos momentos se habían visto limitados por sus vocaciones casi opuestas. Pero la muerte de él había creado un vacío tan enorme que desesperaba de poder llenarlo algún día.

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