—Está bien, Sra. Caldwell —dijo Keri, armándose de valor para no perderlo.
—Solo siento tanto lo de su pequeña hija…
—No se preocupe ahora de eso. Mi atención está en encontrar a su hija. Y le prometo que voy a invertir en esto cada gramo de energía de que dispongo. Solo intente permanecer calmada. Vea cualquier cosa en la tele, tome una siesta, haga lo que pueda para seguir cuerda. Entretanto, nosotros estamos en esto.
—Gracias, Detective —susurró Mariela Caldwell, con una voz apenas audible.
Keri colgó y miró a Ray, que lucía una expresión preocupada.
—No te preocupes, pareja —le aseguró ella—. No voy a perderme aún. Ahora, consigamos a esta chica.
—¿Qué propones que hagamos?
—Creo que es hora de que llamemos a Edgerton. Ha tenido bastante tiempo para revisar los datos de los teléfonos de las chicas. Y ahora tenemos un nombre para el sujeto de la plaza de comidas: Dean. Quizás Lanie lo mencione en una de sus publicaciones. Su mamá puede que no sepa nada acerca de él, pero creo que puede ser más bien debido a una falta de interés que a que Lanie lo esté ocultando.
Mientras caminaban por el centro comercial en dirección al estacionamiento y el auto de Ray, Keri llamó a Edgerton y lo puso en el altavoz para que Ray pudiera escuchar también. Edgerton contestó después del primer repique.
—Dean Chisolm —dijo, saltándonse los saludos.
—¿Qué?
—El sujeto de las tomas que me has enviado se llama Dean Chisolm. Ni siquiera tuve que usar el reconocimiento facial. Está etiquetado en una pila de fotos de Facebook de la chica Joseph. Siempre tiene puesta una gorra con la visera bajada o gafas de sol como si tratara de ocultar su identidad. Pero no es muy bueno en eso. Siempre viste el mismo tipo de camiseta negra y los tatuajes son bastante peculiares.
—Buen trabajo, Kevin —dijo Keri, una vez más impresionada por el sabio en tecnología de la unidad—. ¿Y qué tienes entonces acerca de él?
—Un respetable montón de datos. Tiene varios arrestos por drogas. Algunos son por posesión, un par por distribución, y uno por ser un correo. Cumplió cuatro meses por ese.
—Suena como un ciudadano en verdad recto —musitó Ray.
—Eso no es todo. Se sospecha que está involucrado en la operación de una red de tráfico sexual que usa a chicas menores de edad. Pero nadie ha sido capaz de relacionarlo con eso.
Keri miró a Ray y vio que algo cambiaba en su expresión. Hasta ahora, él claramente había pensado que había más que una sólida probabilidad de que estas chicas estuvieran solo por ahí de juerga. Pero con las noticias acerca de Dean, era obvio que había pasado de ligeramente interesado a totalmente preocupado.
—¿Qué sabemos acerca de esta red de tráfico sexual? —preguntó Keri.
—La opera un tipo de aspecto encantador llamado Ernesto ‘Chiqy’ Ramírez.
—¿Chiqy? —preguntó Ray.
—Creo que podría ser un apodo —un apócope de chiquito. O sea, un pequeñito. Y como este sujeto parece estar por encima de los ciento cuarenta kilos, supongo que es un chiste.
—¿Sabes dónde podemos encontrar a Chiqy? —preguntó Keri, nada divertida.
—Desafortunadamente, no. No tiene dirección conocida. Habitualmente, parece que se mueve entre bodegas abandonadas, donde monta burdeles improvisados que funcionan hasta que son objetos de redadas. Pero tengo algunas buenas noticias.
—Tomaremos lo que tengas —dijo Ray mientras subían a su auto.
—Tengo una dirección de Dean Chisolm. Y resulta ser que es la localización exacta donde el GPS de ambas chicas fue apagado. Se las estoy enviando ahora mismo, junto con una foto de Chiqy.
—Gracias, Kevin —dijo Keri—. Por cierto, puede que hayamos encontrado un mini-Kevin trabajando como guardia de seguridad en el centro comercial; muy entendido en tecnología. Quiere ser policía. Podría ponerlo en contacto contigo si te parece bien.
—Seguro. Como siempre digo: ¡Nerds del mundo, uníos!
—¿Es eso lo que siempre dices? —se burló Keri.
—Generalmente lo pienso —admitió él, y colgó antes de que ellos pudieran decirle más necedades.
—Pareces extremadamente centrada para ser alguien que acaba de enterarse de que las chicas que estamos buscando pueden haber sido atrapadas por una red de tráfico sexual —comentó Ray con sorpresa en su voz.
—Estoy tratando de llevarlo con suavidad hasta donde pueda —dijo Keri—. No creo que haya probabilidad de que dure mucho más. Pero no te preocupes. Cuando encontremos a Chisolm, hay una respetable probabilidad de que realice una remoción amateur de tatuajes usando mi navaja suiza. Es algo lindo y aburrido.
—Bueno saber que no has perdido tu lado extremo —dijo Ray.
—Nunca.
Keri trató que el corazón no se saliera de su pecho mientras se hallaba agazapada detrás de un arbusto al lado de la casa de Dean Chisolm. Se forzó a sí misma a respirar más despacio y en silencio, con el arma agarrada entre sus manos mientras aguardaba a que los oficiales uniformados tocaran la puerta principal. Ray estaba en un sitio parecido al de ella al otro lado de la casa. Había otros dos oficiales en el callejón de atrás.
A pesar del fresco que hacía, Keri sintió que una gota de sudor corría por su columna, justo bajo su chaleco antibalas, y trató de ignorarla. Eran pasadas las 7 p.m. y la temperatura estaba por debajo de los diez grados, pero ella había dejado su chaqueta en el carro a fin de tener una mayor libertad de movimiento. Podía imaginar lo pegajosa de sudor que estaría si se la hubiera dejado puesta.
El golpe dado a la puerta por uno de los oficiales sacudió todo su cuerpo. Se dobló un poco más para asegurarse que nadie que atisbase por una de las ventanas pudiera verla detrás del arbusto. El movimiento le produjo una ligera punzada en su costilla. Se había roto varias en un altercado con un secuestrador de niñas hacía dos meses. Y aunque técnicamente estaba completamente restablecida, ciertas posturas todavía hacían que la costilla protestara.
Alguien abrió la puerta y ella se forzó a hacer oídos sordos al ruido de la calle para escuchar con atención.
—¿Es usted Dean Chisolm? —oyó que preguntaba uno de los oficiales. Podía sentir los nervios en su voz y esperaba que quienquiera a quien le estuviese hablando no estuviera en las mismas.
—No. Él ahora no está aquí —contestó una voz muy joven, pero sorprendentemente llena de confianza.
—¿Quién eres?
—Soy su hermano, Sammy.
—¿Qué edad tienes Sammy? —preguntó el oficial.
—Dieciséis.
—¿Estás armado, Sammy?
—No.
—¿Hay alguien más en la casa, Sammy? ¿Tus padres, quizás?
Sammy rió ante la pregunta antes de recobrar la compostura.
—No he visto a mis padres en mucho tiempo —dijo en tono de burla—. Esta es la casa de Dean. La compró con su propio dinero.
Keri había aguantado bastante y salió de detrás del arbusto. Sammy miró en esa dirección justo en el momento en que ella enfundaba su pistola. Ella vio que sus ojos se agrandaban brevemente a pesar de sus mejores esfuerzos por conducirse de manera displicente.
Sammy se veía como la copia al carbón de su hermano mayor, incluyendo la piel pálida y los múltiples tatuajes. Su cabello era también negro, pero demasiado rizado para ponerlo en puntas. Aún así, vestía el obligado uniforme punk —camiseta negra, jeans ajustados con una innecesaria cadena colgando de ellos, y botas de trabajo negras.
—¿Cómo se las arregló Dean para comprar su propia casa con solo veinticuatro años? —preguntó ella sin presentarse.
Sammy la contempló, tratando de decidir si podía o no ignorarla.
Читать дальше