Buscó abajo y rasgó una tira de unos cinco centímetros de la costura cercana a la cintura, donde era menos elaborada. Debatía consigo misma dónde dejarla cuando escuchó dos voces masculinas que se aproximaban. Justo cuando la cortina se abría de nuevo, ella metió la tela bajo el colchón, de tal manera que solo un pequeño fragmento fuese visible.
Tratando de actuar lo más natural posible, examinó a los dos hombres. Uno era Chiqy. El otro era tipo blanco, cuarentón y bajo de estatura, que vestía traje y corbata. Llevaba gafas, que se quitó y colocó encima de sus zapatos, luego de descalzarse y ponerlos cerca de la cortina.
—¿Qué edad tiene? —preguntó.
—Dieciséis —contestó Chiqy.
—Un poco madura para mi gusto, pero ella definitivamente servirá —dijo, mientras se aproximaba al colchón.
—Recuerda lo que te dije —le advirtió Chiqy.
Ella asintió. Pareció satisfecho y comenzó a alejarse cuando el hombre dijo: —Un poco de privacidad, por favor.
Chiqy, cerró, algo reacio, la cortina. El hombre permaneció de pie delante de ella y la contempló, sus ojos vagaban por todas partes. Ella se sintió mal.
Comenzó a desvestirse y Sarah usó el tiempo para decidir su próxima movida. Ella no iba a dejar que esto pasara. De eso estaba segura. Si ellos la asesinaban que así fuese. Pero ella no iba a terminar como una esclava sexual. Solo tenía que aguardar por una brecha.
No tomó mucho tiempo.
El hombre se había quitado sus pantalones y bóxer y gateaba hacia ella. Bizqueaba un poco y ella podía asegurar que sin sus gafas, él estaba ligeramente inseguro. Enseguida ya estuvo él encima de ella, sobre sus manos y rodillas.
Nada como el presente.
En un solo y rápido movimiento, Sarah trajo su pierna derecha hasta la altura de su pecho y lanzó el pie hacia delante, golpeando con la punta de su zapato la entrepierna del hombre. Él de inmediato gruñó y se desplomó sobre ella.
Ella había previsto eso e hizo rodar el cuerpo en ovillo. Entonces, se apresuró a ponerse de pie y se dio prisa para llegar a la cortina. Atrás, el hombre gemía y trataba de hablar. Ella asomó su cabeza y miró en derredor.
En el extremo opuesto de la bodega , vio el portón principal. Pero entre el sitio donde se hallaba y la libertad había incontables colchones ocupados y al menos media docena de hombres caminando por allí, pendientes de todo. No había forma de que llegara tan lejos.
Pero quizás podría encontrar una puerta trasera si se mantenía en las sombras cerca de la pared. Estaba a punto de salir cuando escuchó la voz del hombre, estrangulada y dolorida, pero muy clara.
—¡Ayuda!
Se le acababa el tiempo. Saliendo de detrás de la cortina, corrió hacia la izquierda, buscando cualquier cosa que se pareciera a una puerta. Logró cubrir seis metros antes de que un tipo apareciera, bloqueando el camino.
Giró y emprendió la carrera en otra dirección, pero cayó directamente en manos de Chiqy, que puso su robusto brazo en torno de ella. Apenas podía moverse.
Varios metros más allá, vio al hombre que había venido de traje. Estaba doblado de dolor, pero ya se estaba incorporando. Seguía sin los pantalones. Levantando el brazo, apuntó hacia ella.
—Después de esto la quiero a mitad de precio.
Sarah vio que Chiqy sacaba algo de su bolsillo y se dio cuenta de lo que era —una jeringa. Trató de liberarse pero fue inútil. Sintió un agudo pinchazo en su brazo.
—Te advertí que tendría que usar la dosis de sueño si eras mala —dijo, casi como si se disculpara.
Sintió que el agarre se aflojaba, pero se dio cuenta que era solo porque ella estaba perdiendo todo control muscular. Chiqy lo sintió también y la dejó ir. Para cuando llegó al piso, estaba completamente inconsciente.
Keri se hallaba intranquila y nerviosa, sentada en la sala de espera de la oficina de seguridad de Fox Hills Mall. Por cuarta vez en los últimos quince minutos el mismo pensamiento pasó por su cabeza: esto se está llevando demasiado tiempo.
Uno de los guardias de seguridad estaba buscando el vídeo de la plaza de comida desde las 2 p.m. más o menos, cuando Lanie había publicado su última foto en Instagram. Se estaba llevando todo el tiempo del mundo, ya fuese porque el sistema era obsoleto o porque el guardia era un inepto.
Ray se hallaba sentado en la silla que estaba junto a ella, masticando un arrollado de pollo que se había llevado cuando visitaron la plaza de comida. El arrollado de Keri descansaba en su regazo, casi sin ser tocado.
A pesar del hecho de que eran las 6:30, y las chicas solo había estado fuera de contacto por unas cuatro horas y media, a Keri la rondaba la sensación de que había algo nada bueno con este caso, aunque todavía no tenía la evidencia para probarlo.
—¿Tienes que tragarte esa cosa de un tirón? —le preguntó a Ray con desagrado.
Él se detuvo a medio masticar y le lanzó una mirada perpleja antes de preguntarle, con la boca llena: —¿Qué te está devorando?
—Lo siento. No debería estarte gritando. Solo estoy frustrada porque esta cosa esta tomando demasiado tiempo. Si estas chicas fueron secuestradas, toda esta rebusca está desperdiciando tiempo valioso.
—Démosle al tipo dos minutos más. Si no sale con nada para entonces, haremos caer el martillo. ¿Te parece bien?
—Me parece bien —replicó Keri y le dio un pequeño mordisco a su rollo.
—Sé que te fastidia esto —dijo Ray—, pero claramente algo está pasando contigo. Pienso que tiene que ver con lo que fuese que estabas ocultando en la estación. Ahora tenemos un poco de tiempo. Conque ponme al día.
Keri le miró y podía afirmar que incluso con el pedacito de lechuga que tenía en los dientes y le hacía ver ridículo, él no estaba bromeando.
Eres más cercana a este hombre que a nadie más en el mundo. Él merece saber. Solo dile.
—Okey —dijo—, pero espera.
Sacó el pequeño detector de cámaras y micrófonos que llevaba en su bolso y le hizo un ademán a Ray para que la siguiera hasta el corredor.
El aparato se lo había recomendado un experto en seguridad y vigilancia a quien una vez había ayudado en un caso. Él dijo que era una buena combinación de portabilidad, confiabilidad y precio adecuado, y hasta ahora, parecía estar en lo correcto.
En las semanas que habían pasado desde que el abogado Jackson Cave le había insinuado que la vigilaría muy de cerca, ella había hallado varios dispositivos de escucha. Un micrófono había sido colocado en la lámpara del escritorio de su oficina. Sospechaba que un miembro del equipo de limpieza había sido sobornado para que lo colocara allí.
También había hallado una cámara y un micrófono en su nuevo apartamento. El micrófono estaba en el recibidor, y la cámara había sido instalada en el dormitorio. También había encontrado un micrófono dentro del volante de su auto y otro en la visera del auto de Ray.
Edgerton había añadido protecciones extra a su computadora de oficina para detectar específicamente programas de seguimiento. Hasta ahora, ninguno había sido descubierto. Pero ella iba sobre seguro y evitaba usarla para nada que no fueran asuntos oficiales.
Su teléfono celular estaba limpio hasta ahora, probablemente porque nunca lo apartaba de su lado. Era el único dispositivo a través del cual se comunicaba con el Coleccionista y era en consecuencia el que más protegía.
Cuando llegaron al corredor, Keri se revisó a sí misma con el aparato, luego hizo lo propio con Ray. Señaló el teléfono de Ray. Él se lo extendió y también fue revisado.
Ray ya había pasado por esta rutina muchas veces en las últimas semanas. Se resistió al inicio, pero después que Keri descubrió el micrófono en su auto, dejó de oponerse. De hecho, él había querido arrancarlo, al igual que todos los demás de los sitios donde estaban.
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