Simplemente debí haberlo sabido. Una buena madre sabría si era real de inmediato.
—Llegamos —dijo Ray en voz baja, sacándola de sus pensamientos.
Keri levantó la vista y se dio cuenta que habían estacionado justo calle arriba después de la casa de Lanie Joseph. Los Caldwell tenían razón. Esta zona, aunque a menos de ocho kilómetros de su hogar, era de un aspecto bastante hostil.
Todavía eran solo las 5:30, pero el sol ya casi se había puesto y la temperatura estaba descendiendo. Pequeños grupos de jóvenes con atuendo de pandilla se estaban juntando en las bocacalles y las escalinatas de entrada, bebiendo cerveza y fumando cosas que no parecían cigarrillos. La mayoría de los céspedes estaban más marrones que verdes, y en todas partes las aceras estaban agrietadas, con la maleza abriéndose paso por entre los espacios. La mayoría de las residencias de la cuadra se veían como casas adosadas o dúplex, y todas tenían rejas en las ventanas y robustas puertas con tela metálica.
—¿Qué piensas, debemos llamar y pedir respaldo al Departamento de Policía de Culver City? —preguntó Ray—. Técnicamente, estamos fuera de nuestra jurisdicción.
—No... Tomará demasiado tiempo y quiero permanecer de bajo perfil, al entrar y al salir. Mientras más formal hagamos esto, más tiempo nos tomará. Si algo le pasó a Sarah, no tenemos tiempo que perder.
—Okey, entonces vamos —dijo él.
Salieron del vehículo y caminaron con presteza a la dirección que Mariela Caldwell les había proporcionado. Lanie vivía en el frente de una townhouse de dos unidades en Corinth, justo al sur de Culver Boulevard. La autopista 405 estaba tan cerca que Keri podía distinguir el color del cabello de los conductores que pasaban.
Mientras Ray tocaba la puerta exterior de metal, Keri miró, dos casas más allá, a cinco hombres apiñados en torno al motor de un Corvette, sentados sobre bloques en la carretera. Algunos de ellos lanzaban miradas de desconfianza a los intrusos, pero nadie dijo nada.
El sonido de varios niños chillando salía del interior. Al cabo de un minuto, la puerta de madera fue abierta por un pequeño niño rubio que no tendría más de cinco. Llevaba unos jeans llenos de agujeros y una camiseta blanca con una “S” tipo Supermán garabateada en casa.
Contempló a Ray, echando la cabeza hacia atrás todo lo posible. Luego miró a Keri, y pareciéndole menos temible, le habló.
—¿Qué quiere, señora?
Keri sintió que el chico no había recibido mucha luz y dulzura en su vida, así que se arrodilló hasta quedar a su nivel y le habló con la voz más gentil que pudo adoptar.
—Somos oficiales de policía. Necesitamos hablar un minuto con tu mami.
El niño, sin inmutarse, se volteó y gritó hacia el fondo de la casa.
—Mamá. Los policías están aquí. Quieren hablar contigo —aparentemente esta no era la primera vez que había recibido la visita de la ley.
Keri vio que Ray echaba un vistazo a los hombres que rodeaban el Corvette y sin mirar ella misma, le preguntó en voz baja: —¿Tenemos un problema por allá?
—Todavía no —contestó Ray por lo bajo—, pero podríamos tenerlo dentro de un rato. Debemos hacer esto rápido.
—¿Qué clase de policías son ustedes? —exigió saber el pequeño— No llevan uniformes. ¿Están encubiertos? ¿Son detectives?
—Detectives —le dijo Ray y aparentemente decidiendo que el chico no necesitaba ser consentido, le hizo a su vez una pregunta—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a Lanie?
—Oh, Lanie está en problemas de nuevo —dijo, con una sonrisa que abarcaba su rostro—. Nada sorprendente. Se fue a la hora del almuerzo para ver a su inteligente amiga. Supongo que esperaba que algo se le pegara. No apuesten a eso.
Justo entonces una mujer que vestía pantalones de chándal y una gruesa sudadera gris que decía “Continúa caminando”, apareció al final del vestíbulo. Mientras se aproximaba con pesadez hacia ellos, Keri la examinó. Era como de la estatura de Keri pero pesaba muy por encima de los noventa kilos.
Su pálida piel parecía fundirse con la sudadera gris, haciendo imposible asegurar dónde terminaba una y empezaba la otra. Su cabello rubio-grisáceo estaba recogido hacia atrás en una floja coleta, que estaba a punto de soltarse por completo.
Keri supuso que tenía menos de cuarenta, pero su cara agotada y desgastada la podía hacer ver como de cincuenta. Tenía bolsas bajo sus ojos y su rostro abotagado estaba cubierto de zonas enrojecidas, posiblemente debidas al alcohol. Estaba claro que alguna vez había sido atractiva, pero el peso de la vida la había consumido y ahora solo se podían entrever destellos de belleza.
—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó la mujer, menos sorprendida que su hijo de ver a la policía en su puerta.
—¿Es usted la Sra. Joseph? —preguntó Keri.
—No he sido la Sra. Joseph en siete años. Fue cuando el Sr. Joseph me dejó por una terapista de masajes llamada Kayley. Ahora soy la Sra. Hart, aunque el Sr. Hart se fue sin despedirse apropiadamente hace unos dieciocho meses. Pero es demasiado complicado cambiar el nombre de nuevo, así que me he quedado con él por ahora.
—Así que usted es la madre de Lanie Joseph —dijo Ray, tratando de encarrilarla de nuevo—, pero, ¿su nombre es…?
—Joanie Hart. Soy la madre de cinco vándalos, incluyendo ésa por la que están aquí. ¿Y qué fue exactamente lo que hizo esta vez?
—No estamos seguros de que haya hecho nada, Sra. Hart —afirmó Keri, que no quería crear un conflicto innecesario con una mujer que claramente vivía cómoda con él—, pero los padres de su amiga Sarah Caldwell no han podido contactarla y están preocupados. ¿Ha sabido de Lanie desde el mediodía de hoy?
Joanie Hart la miró como si fuera de otro planeta.
—No estoy pendiente de eso —dijo—. Estuve trabajando todo el día; 7-Eleven no cierra solo porque ayer fue Acción de Gracias, ¿saben? Regresé hace apenas media hora. Así que no sé dónde está. Pero eso no es especial. Ella está fuera la mitad del tiempo y nunca me dice adónde va. A ésa le encanta guardar secretos. Creo que tiene un chico, pero no quiere que yo lo sepa.
—¿Alguna vez mencionó el nombre de este chico?
—Como dije, ni siquiera sé si existe. Solo estoy diciendo que no me sorprendería. A ella le gusta hacer cosas para cabrearme. Pero estoy demasiado cansada u ocupada para enfadarme para que sea ella la que se cabree. Ya sabe cómo es —dijo, mirando a Keri, que no tenía idea de cómo era.
Keri sintió crecer su molestia con respecto a esta mujer, que no parecía saber ni importarle dónde estaba su hija. Joanie no había preguntado sobre su bienestar ni había expresado preocupación alguna. Ray pareció captar lo que estaba sintiendo y habló antes que ella.
—¿Nos puede dar el número de teléfono de Lanie y una foto reciente de ella, por favor? —preguntó.
Joanie lució sorprendida pero no lo expresó.
—Deme un segundo —dijo, y regresó por el corredor.
Keri miró a Ray, que sacudió su cabeza para compartir su disgusto.
—¿Te importa si espero en el auto? —dijo Keri— Me preocupa que vaya a decir algo… improductivo para Joanie.
—Ve. Yo me encargo de esto. Quizás puedas llamar a Edgerton y ver que él pueda saltarse las reglas para accesar las cuentas de sus redes sociales.
—Raymond Sands, por todos los dioses —dijo ella, recuperando un poco su sentido del humor—. Parece que estás adoptando algunos de mis más cuestionables métodos policiales. Creo que eso me gusta.
Se dio la vuelta y se alejó antes de que él pudiera responder. Por el rabillo del ojo, vio que los hombres dos puertas más abajo la estaban observando. Se subió el cierre de su chaqueta, consciente de pronto del frío. El final de noviembre en Los Ángeles era bastante suave, pero cuando el sol ya no estaba, la temperatura se mantenía un poco por encima de los diez grados. Y todos esos ojos sobre ella añadían un escalofrío extra.
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