José Carlos Bermejo indicó que sería necesario asociar el castigo de Layo con el hecho de que se hubiese enamorado del hijo de su huésped, Crisipo, inventando así la homosexualidad. Este amor le trae pesadas consecuencias para su familia en forma de maldición de Hera, castigando su falta sexual, por la que no podría tener normalmente sucesión, y del oráculo en el caso de Apolo [10]. El único matrimonio plenamente válido del rey Layo, cuyo mito se integra en los mitos políticos de la casa real de Tebas, es el que realiza con su prima Yocasta. Los otros cuatro que se le suelen atribuir serían producto, según Bermejo, de una combinación de madres y madrastras, creada para borrar el incesto de Edipo, eliminándolo como hijo de Yocasta [11]. Además, convendría tener en cuenta que el carácter incestuoso de la familia de Edipo no se terminaría con él, sino que se haría extensivo a su hija preferida, Antígona, que en un escolio a Estacio aparece uniéndose incestuosamente a Polínice.
El verdadero problema no es que Layo hubiese abandonado a su hijo, sino haberlo generado contra el consejo del oráculo. En el caso de García sucede lo mismo y la explicación de que se convierta al islam e intente después matar a quien lo acogió debemos buscarla antes de que naciese. Si seguimos este esquema García no tendría culpa alguna, porque era un ser que no contaba con la bendición del Señor; estaba condenado de antemano. La estructura no es totalmente análoga, pero sí comparte ciertos rasgos. García no yace con su madre, aunque es cierto que su concepción en situaciones nada deseables provoca en él la intención de matar no a su padre, sino al que lo adopta y consideraba como tal, es decir, el abad.
En la Edad Media dominó un episodio legendario similar que tenía que ver con los orígenes de Judas y al que dio pábulo Jacobo de la Vorágine, un autor italiano del siglo XIII muy conocido por sus compilaciones de las vidas de santos. En el capítulo dedicado a san Matías de la Leyenda dorada, Jacobo relata el nacimiento y origen de Judas, que se encuentra, según él, en una historia apócrifa [12]. La concepción de Judas se acompaña de funestos presagios producidos por un terrible sueño. Cuando nace, sus padres lo meten en un cesto y lo abandonan en la orilla del mar. La criatura, llevada por las olas, llega a la playa de una isla llamada Iscarioth, de donde deriva el sobrenombre de Iscariote. La reina de aquella isla lo adopta, lo entrega a una nodriza para que lo críe y simula que se encuentra embarazada para que todo el reino, incluido el rey, crea que Judas es hijo suyo. Después de ese presunto parto la reina se queda embarazada de verdad y tiene un hijo. Judas termina matando a su hermano y se refugia en Jerusalén, donde se pone al servicio de Poncio Pilatos, quien lo nombra administrador general de Judea. Un día, Pilatos ve desde su palacio un árbol frutal y Judas penetra en el jardín para coger una fruta y complacerlo, momento en que entra el dueño del jardín. Tras enzarzarse en una pelea, Judas coge una piedra y lo mata. Lo que no sabe es que está matando a su padre. Pilatos le da los bienes del muerto, entre los que se encuentra su mujer, es decir, la madre de Judas. Un día la mujer le cuenta que hace años se había deshecho de su único hijo metiéndolo en una cesta y dejándolo abandonado en el mar y, además, que su marido había muerto en el huerto de su casa repentinamente. De este modo sabe Judas la verdad sobre sí mismo y se une a Jesucristo, que lo recibe como discípulo y luego lo eleva a la categoría de apóstol.
El caso de Judas es interesante porque su protagonismo en época medieval no se limita exclusivamente al origen incestuoso dado por Jacobo de la Vorágine, sino que su figura también es relevante en tanto que modelo arquetípico de traidor, al haber entregado a Jesús a cambio de treinta monedas de plata. Si revisamos lo que los Evangelios dicen sobre el incesto, veremos que son taxativos. En el Levítico se puede leer: «La desnudez de tu hermana, hija de tu padre o hija de tu madre, nacida en casa o nacida fuera, su desnudez no descubrirás» (Lv 18:9). Y dos capítulos más adelante, «que cualquiera que tome a su hermana, hija de su padre o hija de su madre, y vea su desnudez, y ella vea la suya, es cosa execrable, por tanto, serán excomulgados de entre los hijos de su pueblo; descubrió la desnudez de su hermana; su pecado llevará» (Lv 20:17).
La dureza con la que debían ser castigados los incestuosos es evidente, aunque encontramos excepciones en algún padre de la Iglesia, como san Agustín. En su De civitate Dei recoge que los hombres, en los orígenes, tuvieron que tomar forzosamente por esposas a sus hermanas porque no cabía otra alternativa, al descender de Adán y Eva: «Y esto, cuanto más antiguamente se hizo a exigencias de la necesidad, tanto más condenable se trocó después con el veto de la religión» (De civ. Dei. XV, 16, 1). Dejó de suceder, de acuerdo con san Agustín, cuando los seres humanos fueron más numerosos y pudieron tomar por mujeres a personas que no fuesen hermanas. Entonces, quien siguiera cometiendo incesto, sería culpable de un crimen horrendo.
Menéndez Pidal realizó un paralelismo, aunque invertido, entre el episodio de García y otro contenido en el Cantar de los Infantes de Lara. Se trata del que tenía como protagonista a Mudarra, hijo bastardo de Gonzalo Gustioz, padre de los infantes, y de la dama de la corte de Almanzor. Menéndez Pidal toma lo que sucede entre García y el abad como una imitación porque, a su juicio, era imposible que el juglar que ideó la historia del abad desconociese la Gesta de los Infantes [13].
La expedición de Almanzor a Santiago de Compostela [14]fue otro punto clave en esta leyenda. Se narra que Zulema entró en la catedral y «mandó poner su cavallo cerca del altar de Santiago, e holgó con su muger encima del altar» [15]. Es claro que mantener relaciones sexuales sobre del altar significaba un acto de profanación. Las crónicas cristianas, que no debemos olvidar que son eclesiásticas y atienden a sus propios intereses, se preocupan por subrayar que los musulmanes no destruyeron el sepulcro del apóstol por intercesión divina, al caer un rayo. La crónica más cercana a los hechos, la escrita por el obispo Sampiro a comienzos del siglo XI, no dice nada acerca de ningún terror apocalíptico ligado a Almanzor [16]. El monje de Silos refiere que «destruyó la iglesia de Santiago y la de los santos mártires Facundo y Primitivo, y que también profanó con temeraria osadía cuanto hay de sagrado, y a lo último hizo tributario todo el reino, ya sometido a él» [17]. La Najerense, por su parte, menciona que Almanzor llegó a Santiago, saqueó la ciudad y no demolió la iglesia y el sepulcro, a pesar de que lo pretendía, gracias a Dios [18]. Lucas de Tuy nos remite que destruyó la «çibdad y la iglesia donde está enterrado el cuerpo de Santiago, y que se acercó osadamente al sepulchro de Santiago Apostol por quebrantarlo, mas espantado de vn relámpago, tornose, y quebrantó las yglesias y los monasterios y los palaçios y con fuego los quemó» [19]. Por supuesto, mucho menos recogen las crónicas el hecho, quizá fantasioso, de que un cristiano convertido al islam hubiese profanado el altar de la catedral. De hecho, la ofensa musulmana sobre Santiago sería castigada por Dios severamente con la disentería [20].
Este esquema, según el cual Almanzor no profana el sepulcro por un rayo divino, no fue seguido por la mayoría de historias generales de España. Mariana, por ejemplo, dice que no se sabe la razón de que Almanzor no lo mancillase. Juan de Ferreras cree la versión de las crónicas: «Queriendo pasar á profanar el sepulcro de el Santo Apostol, salió de él un desusado resplandor que le llenó de horror y miedo» [21]. En el texto de Modesto Lafuente observamos que el lugar del rayo enviado por Dios lo ocupa ahora un eclesiástico que se encontraba rezando al lado de la tumba del apóstol y al que Almanzor respeta:
Читать дальше