Ana María Suárez Piñeiro - Roma antigua

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Roma ha ejercido una influencia sin par, indeleble y duradera, en nuestras sociedades y, en paralelo, su historia y civilización no han dejado ni por un momento de cautivarnos, tanto en la esfera académica como en la cultura popular. Jamás ha perdido Roma un ápice de actualidad; además, la arqueología permite, con relativa frecuencia, descubrir nuevos hallazgos o completar hitos de una cultura que continúa deslumbrándonos.En verdad la historia de Roma aún nos importa y sentimos la necesidad de conocerla y comprenderla, ya que somos parte de ella. Su dificultad estriba, en buena medida, en su extensión cronológica y espacial: alrededor de 1.200 años y un territorio que abarca varios continentes. Proponemos aquí recorrer un largo viaje por los acontecimientos y procesos esenciales que determinan su historia, un itinerario que arranca, a mediados del siglo VIII a.C., en una simple aldea de pastores situada en el monte Palatino y culmina en el Imperio que, tras dominar todo el mar Mediterráneo, acabó sucumbiendo, solo en su mitad occidental, en el siglo V d.C.Desde unos orígenes tan humildes, nada hacía presagiar el futuro desarrollo de este Estado. Roma antigua desvela y detalla las claves de esta expansión extraordinariamente veloz y contundente, capaz de integrar en una nueva entidad política a las grandes culturas mediterráneas (el mundo heleno-macedónico, la cultura cartaginesa, Egipto, Siria…). Y veremos también cómo este éxito abrirá, en buena medida, el camino hacia su propia disolución.

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Servio Tulio (578-534 a.C.) es un personaje enigmático por cuanto su origen, ascenso al poder y reformas admiten versiones encontradas. Podemos admitir que fue un usurpador, pues no alcanzó el trono de la manera acostumbrada; se significó como gran impulsor de la Roma monumental y realizó reformas políticas primordiales para la evolución del Estado. Su reinado se señala como una época de esplendor para Roma, en la que esta consiguió que los latinos reconociesen su hegemonía, materializada en el templo de Diana en el Aventino, símbolo de la unidad latina. Según la tradición, este monarca era de origen servil, como indicaría su propio nombre, y como esclavo sería criado en el palacio real. Se ha cuestionado esta interpretación, aunque poco sentido tendría que las fuentes antiguas enturbiasen de manera intencionada la condición de uno de los monarcas más señalados por sus obras (mas lógico habría sido que ocultasen esta circunstancia). El relato establece que su madre, Ocresia, era originaria de Corniculum y fue hecha prisionera de guerra. Un hecho fantástico determinaría el futuro de Servio: siendo niño, mientras dormía su cabeza se cubrió de llamas pero no sufrió daño alguno. Este episodio le valió la protección de la familia real, en particular de la mujer del rey, Tanaquil, por considerarlo un presagio del futuro brillante que aguardaba a aquel muchacho. Con el tiempo se convirtió en un personaje clave en la corte de Tarquinio Prisco, asumiendo tareas políticas y militares de relevancia. A la muerte de este, desterró a sus asesinos y se hizo con el poder.

Más allá de la analística, para conocer su procedencia contamos con un testimonio epigráfico recogido en las pinturas murales de la tumba François de Vulci. Allí aparecen los nombres de varios personajes: Mastarna, quien lucha junto a los hermanos Vibenna frente a su víctima, Cneve Tarchunies Rumach (Cneo Tarquinio de Roma). Este epígrafe llamó la atención del emperador Claudio, para quien Servio Tulio sería en realidad el nombre latino del etrusco Mastarna. El sufijo -na significa pertenencia, por lo que Mastarna podríamos leerlo como hombre del Mastar/magister o jefe, y de ahí derivaría la forma latina Servius. No obstante, esta identificación de Mastarna con Servio Tulio no encajaría con el relato cronológico de la tradición romana; quizá fuesen dos personajes distintos o, como apunta T. J. Cornell, Mastarna sucediese a Prisco y Claudio lo identificase de forma errónea con Servio... Volvemos aquí a lo ya expresado al inicio de este apartado: puede haber monarcas cuyos nombres, sencillamen­te, desconocemos.

No obstante, el nombre de Servio no tiene que implicar por necesidad la condición de esclavo. Como praenomen es característico en época arcaica de una región del norte del Lacio, entre los ríos Aniene y Tíber. Y el gentilicio Tullius, derivado de Tullus, acabamos de verlo en el tercer monarca romano. Incluso el nombre de su madre, Ocrisia, es itálico (raíz ocr-), y podría llevarnos a considerarla una itálica más desplazada al Lacio. Por lo tanto, no estaríamos obligados a ver un origen servil y extraño en la figura de este monarca, ni siquiera una procedencia etrusca, tal y como apunta J. Martínez-Pinna (2009). Para este autor estaríamos ante un latino de origen noble. El nombre de Mastarna, dado en Etruria, confirmaría esta hipótesis: como magister en Roma, su presencia en Etruria, combatiendo del lado de Vibenna, podría responder a un exilio por su oposición a Tarquinio. En este contexto, el ascenso de Servio podría ser fruto de una crisis interna, de una conspiración aristocrática. Su llegada al trono también resulta confusa, y las versiones dadas por las fuentes son contradictorias. Livio (1, 41, 6) señala que asumió el poder primus iniussu populi, voluntate patrum regnavi; es decir, engañando al pueblo con el consentimiento del Senado. Por el contrario, Dionisio indica que fue aclamado por las curias. En cualquiera de los dos casos, Servio estaría rompiendo la ortodoxia del procedimiento electivo, razón por la que T. J. Cornell entiende que marcaría el declive del sistema monárquico, aupándose más ya como un magistrado protorrepublicano que como un rey al uso.

En cuanto a sus logros, a Servio se le atribuyen reformas de hondo calado y trascendencia como la reorganización del cuerpo ciudadano. Además, como reyes anteriores, impulsaría la construcción de templos, edificios públicos o fortificaciones y también desempeñaría un papel relevante en la expansión romana. Este monarca mantendría los resortes del poder de su predecesor; es decir, no rompería el marco establecido, aunque precisaría nuevos pilares sobre los que afianzar su posición y singularidad. En este sentido, parece que dos podrían ser los fundamentos simbólicos de su gobierno, a juicio de J. Martínez-Pinna (2009): las figuras de Fortuna y Diana, con los santuarios a ellas dedicados; a la primera divinidad, en el foro Boario, y a la segunda, en el Aventino. El templo de Diana se presenta en la tradición como centro confederal del pueblo latino, que además Servio instaura por la vía diplomática sin recurrir a las armas.

Pero, sin duda, este rey se distingue por la trascendencia que se concede a su política interna. A pesar de las dificultades existentes para conocer con detalle sus reformas, como seguidamente comentaremos, podemos establecer que dividió al pueblo romano en nuevas tribus, superando la vieja distribución original, y efectuó el primer censo, institución por la cual los ciudadanos eran contabilizados y, además, divididos en grupos en función de su riqueza. Las fuentes que nos informan de estas reformas son, en esencia, Livio, Dionisio y Cicerón, pero ellos describen la situación del sistema vigente en plena época republicana, por lo que hay que reconstruir y suponer cuál sería la contribución real de Servio.

Respecto a las tribus, existe un debate abierto sobre el alcance de la reforma serviana, y se cuestiona su número y origen. Hay quien considera que este monarca solo creó las cuatro tribus urbanas (Palatina, Esquilina, Colina y Suburana), que incluirían artesanos, comerciantes y proletarios. Esta división cuatripartita de la ciudad completaría los cambios físicos y organizativos que experimenta Roma en el siglo VI a.C. Por el contrario, otros autores le atribuyen, además de esas, las rústicas, aunque no hay acuerdo tampoco sobre su número. Estas rústicas estarían integradas por ciudadanos propietarios de tierras, adsidui, y las que se conocen (posiblemente de época posterior) responderían a nombres gentilicios. Resulta atractivo atribuir las nuevas tribus rústicas (al margen de su número) a Servio para asentar a los nuevos grupos de ciudadanos con el objeto de facilitar la integración de la población. A nivel político supondría una mayor cohesión interna de la comunidad, una fase clave en la afirmación de la civitas, ya que todos los ciudadanos se hallarían unidos bajo un mismo criterio, la pertenencia a la tribu, que define la condición de ciudadanía. Sin embargo, hay autores, como T. J. Cornell, que consideran excesivo atribuir a Servio una reforma tan compleja y entienden que únicamente organizó las zonas rurales en regiones o pagi; y solo más tarde se habría producido su distribución en tribus.

En suma, la opinión mayoritaria considera que la reforma global de las tribus sería obra de este rey, como marco organizativo del cuerpo cívico que determina el censo y el reclutamiento. Y dos datos se dan por seguros: a Servio le corresponden las cuatro tribus urbanas, y en el año 495 a.C. se testimonia la existencia de veintiuna tribus (dos de ellas republicanas, Claudia y Clustumina). De esta manera quedaría por fijar el origen de otras quince que aparecerían de forma progresiva: Camilia, Cornelia, Emilia, Fabia, Galeria, Horacia, Lemonia, Me­nenia, Papiria, Polia, Pupinia, Romilia, Sergia, Voltinia y Voturia.

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