Por la puerta, seguido por una escolta armada, entró Siago quien miraba con una sonrisa en el rostro a los tres amigos. Poni escondió la daga bajo la manga de su camisola para que no se la quitaran y entorpecieran el plan de escape que había planeado durante los días de encierro. Varios ballesteros apuntaban desde afuera de las rejas al joven príncipe, quien desde adentro los miraba con odio.
—Veo que estar encerrados, les enseñó a todos a no abrir la boca en mi presencia –dijo Siago, mientras recibía la Furia del Sur que le era entregada por Sombra. –Envié un mensajero hace varios días, quien debía notificarle a Golbón de tu captura, y este debía enviar hombres para llevarse tu cabeza y darme la recompensa. Igualmente, la vida juega con nosotros, porque, lo único que recibí, fue una gran decepción por parte de mis queridos servidores.
—Lo único que aprendí del encierro, fue el valor de la ira y la venganza. –dijo Ponizok, clavando la mirada en el bandido –Se hacen llamar los Juramentados de la Ley, lo que me hace preguntar: ¿De qué ley están hablando? Ustedes son bandidos, violadores, ladrones y desertores que buscan la forma de ganarse el pan a través de los secuestros y asesinatos.
—Nuestro lema es “recibimos de la justicia” –dijo Sombra abriendo la puerta de la celda de Ponizok –por impartirla, somos recompensados, por lo que no nos importa lo que piensen los demás. Somos simples burgueses en esta tierra de mentiras y traiciones.
—No perdamos más tiempo, –dijo ansioso Siago entregándole la Furia a su compañero y consejero –tengo asuntos que atender, por lo que deberé dejarlos. Pero no teman, ellos se encargarán de terminar el trabajo con rapidez, por lo cual, no escucharán los gritos de dolor de su amigo. –El malhechor salió de los calabozos, dejando solamente a Sombra y cuatro bandidos, para que sostuvieran al príncipe mientras este último le rebanaba la cabeza.
Los ballesteros que apuntaban desde afuera, conservaban sus dedos en los gatillos, por si el prisionero intentaba escapar.
Sostuvieron de los brazos al príncipe para que no pudiera moverse, obligándolo a arrodillarse. Sombra colocó sobre el cuello de Ponizok el filoso acero del arma y calculó donde iba a producir el corte.
—Todos recordarán el día, en el que el último de los Greywolf murió. –dijo levantando el arma.
—No te importa si te digo uno mejor. –dijo Ponizok –Todos recordarán el día en que unos inútiles, trataron de mantener encerrado a un lobo.
Poni logrando librarse de los que lo sostenían, sacó de la manga de su camisola la daga que le había sido obsequiada por su amigo y con un movimiento rápido de manos, dio muerte a los dos que lo habían retenido. Los ballesteros, dispararon los virotes de sus armas, pero estos dieron contra las paredes rocosas del calabozo. Lanzó la daga contra uno de ellos, en el momento en que este recargaba nuevamente su ballesta.
Cara a cara quedaron el joven príncipe con Sombra, el cual quedó paralizado por la velocidad, con la que el fallstoriano dio muerte a sus secuaces.
—Creo que eso me pertenece –dijo Ponizok señalando la espada –pero no te preocupes, en unos segundos la tendré en mis manos.
Sombra atacó con todas sus ganas a Ponizok. Este lo tomó por el brazo y usó de escudo al bandido, contra el virote que había sido disparado. El ballestero, tiró el arma al suelo y se arrodilló ante el fallstoriano, quien decía algo al oído del difunto Sombra.
Tomando su espada y las llaves que se hallaban en el cinturón del muerto, salió por la puerta en dirección a donde estaba rendido uno de los malhechores, que rogaba por su vida y le pedía que lo perdonara porque él solo seguía órdenes. Pero Ponizok, lleno de rencor, decapitó sin piedad al sumiso enemigo. Luego, con las llaves en mano, fue liberando a sus amigos. Estos miraban impresionados los cadáveres que esparcían sangre sin cesar sobre el piso. Nimbar le entregó la daga a su amigo, para que la pudiera guardar nuevamente.
—No tardarán en darse cuenta que hemos escapado –dijo Ponizok, abriendo la puerta que llevaba a los salones superiores de la cueva –Primero deberíamos recuperar nuestras cosas. Las necesitaremos en el viaje de regreso, por si nos siguen.
—El único inconveniente, sería saber dónde las dejaron –dijo Nimbar –pero para un mago, encontrar su anillo, no es ninguna complicación. Nosotros formamos un vínculo con nuestro poder. El me conducirá hasta su paradero.
Nimbar los guio, por los oscuros y fríos senderos de la cueva de los juramentados. Cuando alguno de ellos escuchaba el sonido de alguien que se acercaba por los corredores, los fugitivos lo esperaban y lo asesinaban antes de que pudiera pedir ayuda a sus compañeros. Kira tomó de uno de estos una espada, para poder ayudar durante la recuperación de sus pertenecías.
Apartado de todo peligro, en una de las pequeñas salas junto a varios tesoros hurtados a viajeros, se encontraban los objetos pertenecientes a los tres amigos. Se colocaron sus armaduras y armas. Nimbar se puso en el dedo medio derecho su anillo rojo. Después de haber recuperado todo, salieron de la sala con dirección a la superficie. Tanto el mago como el príncipe, sabían que debían hacerlo rápido, para que, los Juramentados, no pudieran encontrarlos.
Ponizok deseaba con todo su corazón que, en el viaje hacia la salida, apareciera Siago, así él podría enfrentarlo y sacarle el corazón. Pero esto no ocurrió. Junto a la entrada, había una fila de arqueros los cuales vigilaban el ingreso de quien quisiera atacar la cueva o entrar en ella. Kira, al igual que Ponizok, desenvainaron sus espadas de forma lenta, para que no los descubrieran y alertaran a los guardianes de la entrada. Rápido y sin emitir sonido asesinaron a los cuatro bandidos, los cuales no supieron quien los estaba atravesando con sus espadas.
—Ahora debemos dirigirnos al Sur. –dijo Ponizok tomando de una mesa en el recinto de entrada, los cuatro panes, que según Nimbar debían ser la cena de los guardias –No dejaré este hecho en el olvido, por lo que tenemos que encontrar la forma de marcar la cueva, para que un batallón de mis mejores hombres, los encuentren y lleven a todos sus habitantes, ante la justicia.
—¡Los prisioneros han escapado! –se escuchó el grito de uno de los malhechores desde lo más profundo de las cavernas de la montaña.
—Debemos irnos. ¡corran! –gritó Ponizok mientras se dirigía hacia el Sur del bosque.
Nimbar hizo con sus poderes una marca en la montaña, para que cuando los hombres de Ponizok vinieran en la búsqueda de ese lugar, lograran encontrarlo.
La travesía por el bosque se volvió difícil y muy cansadora, debido a los montículos de tierra y pasto, los troncos volteados o los arroyos y ríos. Kira trastabilló con un pozo que había en su camino y cayó en el suelo. Poni, que la vio lastimada y dolorida, corrió en su ayuda. Se había torcido el tobillo con el agujero. El joven príncipe trató de ayudarla, pero cuando le tocaba la pierna, Kiri gritaba por el dolor.
Tras de ellos, venían los Juramentados de la Ley, a toda prisa, y con un deseo de venganza en sus cabezas por la muerte de sus compañeros a manos del príncipe y sus acompañantes. Kira no podía caminar, por lo que Ponizok la cargó en su espalda y la llevó de ese modo, hasta que encontraron un lugar escondido junto a uno de los ríos de Alarbón donde descansaron. El mago revisó el tobillo de la joven que estaba morado como la remolacha.
—Debemos inmovilizarlo para que no se empeore el daño –dijo Nimbar, tomando de su bolso, una venda de algodón con la cual enroscó la pierna de la niña, junto a dos cortezas de roble, las cuales le sirvieron como sostén. –Si lo dejamos así puede que sane en uno o dos días, no más que eso. Lo que si debemos hacer, cuando lleguemos a la ciudad, es poner sobre ella una pasta de dalbonas, actuará sobre la inflamación y la reparará.
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