—Todos los reyes vivieron. Todos ellos son reconocidos en toda Naraligian por sus hazañas y valor. –dijo Isnirir –¿O no recuerdas la historia de la toma de Afnargat? A Hignar y Pulerg trepando por los muros de la ciudad y dando muerte a la mayoría de las tropas algirianas, para que Alkardas tuviera tiempo de romper con un ariete el portón principal y entrar en la ciudad, dar muerte a la esposa del rey y también a sus hijos. El mundo entero sabrá que Isnirir de la casa Carminens, huyó como un perro apaleado.
El consejero dejó a su señor para que pudiera meditar a solas. En su corazón él sentía tristeza por no haber estado con los que había considerado sus amigos. También por haberse ocultado todos esos años sin enviar mensajes o noticias al reino sobre su tierra y la protección del Norte.
Varias horas meditó, hasta que uno de sus guardias, apareció corriendo hacia él. Las orbitas de sus ojos miraban en cualquier dirección, causa del cansancio o tal vez la preocupación.
—Mi señor –dijo cansado el guardia –vine tan rápido como pude. Ahhhh, unos visitantes lo esperan en la fortaleza principal. No sé quiénes son, pero están impacientes por verlo.
—Estandarte, blasón o alguna insignia –dijo el monarca –algo que los distinga. Vestimenta, color de tez, ojos o cabello.
—Nada mi rey. Visten ropaje negro y sus rostros están ocultos bajo capuchas –dijo el hombre, rascándose el cuello. –Mis hombres los custodian por si llegara a pasar algo.
Isnirir, seguido por su guardia, se dirigió al castillo, donde dos visitantes imprevistos lo esperaban ¿Quiénes serán? ¿Cuáles serán sus intenciones? ¿Amigos o enemigos? Estas preguntas daban vueltas por la cabeza del rey bestia. Lo que más le preocupaba era su esposa, quien estaba en el castillo con su segundo hijo en el vientre. Dagrelor, se llamaría.
Los portones del cerco del castillo se encontraban abiertos y sin protección. El guardia le explicó a su rey, que los hombres que debían encargarse, estaban en el salón del trono ismiraniano vigilando a los recién llegados. Todo estaba tranquilo, a excepción de la zona de práctica, donde entrenaban combate montados en Grafnorts, criaturas parecidas a lagartijas, pero muy grandes, de dientes y cuernos muy largos. Lanza iba y lanza venía. El combate se basaba en tratar de desmontar al oponente de su bestia. El que lograba derribarlo, era el ganador.
Isnirir recordaba sus días de infancia, cuando tuvo que elegir entre montar un Grafnort o un dragón escupe fuego. Su padre le había enseñado todo sobre estas criaturas. Él, tuvo un año para pensar su respuesta. Ahora Talkno tendría que decidir qué animal montaría el resto de su vida.
Los guardias de la fortaleza, abrieron las grandes puertas, para que su señor pudiera ingresar al salón principal. Algunos de estos, habían sido dispuestos para vigilar a los visitantes y no estaban en sus puestos. Más bien, se encontraban muertos en el suelo, como si una criatura los hubiera atacado y abierto a la mitad. Uno de los individuos, sentado en el trono de Ismiranoz, miraba al rey quien no comprendía lo sucedido.
—Salve Isnirir, señor de Lufnar y del magnífico reino de Ismiranoz –dijo el hombre sentado en el trono –Veo que después de años, nos volvemos a ver, pero ahora soy yo quien viene a tu reino, ¿no es así?
—Temo que no te conozco –dijo Isnirir –tal vez si te quitaras la capucha que cubre tu rostro, puede que logre conocerte.
El misterioso ser, se quitó el pesado manto con el cual se cubría. Bajo este llevaba una armadura negra como la oscuridad, con el emblema de una calavera coronada sobre llamas de fuego color verde. Alrededor de su cuello tenía una cicatriz, la cual no había cerrado totalmente, por lo cual un poco de sangre salía aun de ahí. Ojeras negras decoraban su rostro al igual que su pelo oscuro.
Isnirir no conocía al que estaba parado frente a él. Pensaba que debía de ser un sádico que disfrutaba haciéndose sufrir. El guardia del rey desenvainando su espada, le ordenó al hombre que bajara de allí, porque aquel no era su lugar, pertenecía al señor y protector del reino de las bestias.
—Nunca aprenderán a no amenazar a alguien que es más poderoso –dijo el hombre, moviendo su mano hacia arriba.
El soldado de Isnirir voló por los aires, hasta chocar con el techo del salón. Al caer, todos los huesos de su cuerpo estaban quebrados y su rostro todo manchado por la sangre que fluía de su nariz. El rey de Ismiranoz se agachó para ver más de cerca el destrozado cuerpo de su guardia más fiel.
—Su vida me pertenece –dijo el otro hombre, quien miraba desde un costado del salón –vinimos desde lejos para verte, Isnirir. Nuestras tropas están reuniendo a tu gente en la aldea. Tendrás que ir y decirles que claudicas tu reino a Golbón de la casa Lenger.
—No lo haré –dijo enojado el rey –no lograrás hacer que me rinda ante un tirano como él. Y no hay nada que puedas hacer, para lograrlo.
El compañero de Golbón se rio de la respuesta del ismiraniano. Este dejó caer también su manto dejando al descubierto una túnica negra con ribetes rojos. Colgado de su cuello llevaba un collar plateado con un pendiente con forma de cuervo sosteniendo por los hombros a un hombre. Sus ojos amarillo brillantes lo miraban con curiosidad como si supieran algo. Chasqueó sus dedos. De uno de los costados de la sala, apareció su esposa, la reina Malkani, quien en su vientre llevaba al segundo hijo del rey. Su rostro transfigurado por el miedo. Esta, flotaba por el aire, al igual que lo hace la bruma sobre el mar. Se detuvo a un costado de Golbón. El malévolo ser la miraba de pies a cabeza, pero centró su atención en el redondo vientre.
—Un niño hecho y derecho –dijo Golbón tocándolo –dime Isnirir, te revelarás ante mí, lo que llevará a la muerte de tu querida esposa e hijos. Por cierto, ¿dónde está el otro niño? Les dije que me lo trajeran de inmediato, o acaso no entienden que es de suma importancia que se encuentre aquí, junto a mí.
—Mis hombres lo fueron a buscar –dijo el consejero del rey, entrando en el gran salón seguido por varios algirianos. Llevaba puesta la armadura algiriana, con una larga capa roja. Por lo que Isnirir dedujo que era alguno de los capitanes de Algirón. –según lo último que se, Talkno se dirigía, por orden de su padre, hacia los muelles donde se encontraría con el maestro Khataron. Lo que hallará, será la cabeza del maestro en una pica, junto con una docena de algirianos, los cuales lo van a estar esperando.
—¡Traidor! –gritó el rey. Este se lanzó para estrangular a su antiguo consejero. Lo hubiera logrado de no ser porque dos guardias lo detuvieron.
—¡Estás enojado!, lo sé –dijo el traidor, tocándose el largo y blanco bigote –si haces lo que mi señor Halfindis te ordenó, y te rindes ante el poder de Algirón, tu familia vivirá en paz por el resto de sus vidas.
—No creo que él sea el dios de las tinieblas –dijo Isnirir –si lo fuera, significaría que toda Naraligian, los cinco reinos, serían dominados por el mal. Lo que no me permitiría vivir tranquilo con mi familia.
—Acéptalo Isnirir, –dijo Golbón tomando por la larga cabellera a la esposa del rey. Ella gritó por el tirón –tengo la vida de tu familia en mis manos. No seas idiota y piensa por un momento de lo que soy capaz.
Isnirir, de rodillas en el suelo, miró a su amada, quien lloraba del dolor. Esta le dijo moviendo los labios sin emitir sonido, que protegiera a Talkno. Malkani le dio una cachetada al algiriano. La reina corrió rápidamente hacia Isnirir, quien se enfrentaba en duelo de espadas contra su antiguo consejero. El rey logró dar muerte al hombre y tomando de la mano a Malka se dirigieron a los establos.
Читать дальше