Rebecca Winters
Una pasión prohibida
Una pasión prohibida (1997)
Título Original: Three little miracles (1996)
Multiserie: 4º Baby boom / 19º Niños y besos
– Buenos días, Tracey. ¿Qué tal está hoy nuestra paciente milagrosa?
– Buenos días, Louise -saludó Tracey dejando de escribir.
– Me alegra que me llames simplemente por mi nombre.
– ¿No te molesta? -preguntó Tracey con una leve sonrisa.
– En absoluto -respondió. Luego la examinó superficialmente-. Parece que estás bien.
– Y me siento bien. Tan bien que, en realidad, me gustaría salir fuera a pasear.
– Todo a su tiempo -comentó Louise mientras echaba un vistazo a las últimas anotaciones del diario de Tracey-. Perfecto: tu escritura es perfectamente lógica y coherente. Te voy a dar una sorpresa. Te lo mereces.
– ¡Me encantan las sorpresas!
– Muy bien. Entonces, la tendrás; pero, antes, me gustaría que me hicieras otro dibujo.
– Preferiría que echáramos una partida a las cartas o a las damas -propuso Tracey.
– Esto es como un juego.
– ¿Qué tengo que dibujar?
– Todavía sigues soñando con cierto animal que te tiene aterrorizada. Siento curiosidad por saber qué aspecto tiene -dijo Louise mirándola con compasión-. Vamos, Tracey. Puedes hacerlo -insistió al ver que su paciente denegaba con la cabeza-. Es importante. Si te enseño algunas fotos, quizá puedas decirme si alguna te recuerda al animal del que hablas en tus sueños.
Louise abrió un libró y pasó sus hojas lentamente. Tracey, a pesar de estar asustada, parecía fascinada por aquellas fotos de animales; por los enormes rinocerontes y las ágiles gacelas de África.
– Ninguno se parece -dijo Tracey cuando terminó de ver las fotos.
– Lo suponía. Por eso quiero que me lo dibujes. Recuerda que sólo sería un trozo de papel: no podría hacerte daño -la animó Louise mientras le ofrecía una hoja y un lápiz.
– Si lo hago, ¿me dejarás pasear un rato por los alrededores? -preguntó Tracey después de vacilar unos segundos.
– Tracey, estoy haciendo lo posible para darte de alta y que lleves una vida totalmente normal. Pero, ¿cómo quieres que te deje salir fuera, donde hay todo tipo de animales, si le tienes tanto miedo a uno de ellos?
– Tienes razón. No puedes -admitió suspirando-. Está bien… Lo haré; pero conste que no me agrada en absoluto.
Le temblaban las manos, pero, aun así, empezó a dibujar aquella criatura terrible que la amenazaba constantemente cada vez que cerraba los ojos y se dormía; sólo podía librarse de ella despertándose y, entonces, se sorprendía gritando y con un río de sudor corriéndole por todo el cuerpo.
– ¡Ya está! -exclamó entregándole el dibujo a Louise. Ésta lo recogió sin mirarlo. Luego sacó una chocolatina y se la ofreció a Tracey-. La Maison Chappelle. Fabrique en Suisse -leyó el envoltorio en voz alta.
– Chocolates «Chapelle House» -explicó Louise-. ¿Te suena haber probado esta marca antes?
– Sí -contestó convencida. Frunció el ceño-. Ese nombre, Chapelle…
– Tu padre fue el representante de Chapelle House en los Estados Unidos hasta que se murió.
– Es la segunda vez que nombras a mi padre. El otro día…
– ¿Te acuerdas de él? -la interrumpió Louise.
– No. Pero el nombre Chapelle me resulta familiar.
– Puede que sea porque se trata de los chocolates más ricos y famosos de todo el mundo. Chapelle House tiene más de cien años. Es una compañía de mucho prestigio. Vamos, prueba.
Tracey se metió uno de los cuadraditos en la boca y tuvo la sensación de haber vivido esa situación con anterioridad.
– ¡Qué rico! Es de avellana; el que más me gusta. ¿Cómo lo sabías?
– Tengo poderes.
– ¿Ah, sí? -sonrió Tracey-. Pues adivina qué otro chocolate me encanta.
– Pues… espera un momento… Chocolate blanco con nueces.
– ¿De verdad tienes poderes? -preguntó Tracey asombrada.
– No. Cuestión de suerte. Simplemente, a mí me gustan las nueces, eso es todo. Te traeré una tableta la próxima vez -Louise se levantó y la miró unos segundos-. Y ahora tengo otra sorpresa para ti. Fuera hay una mujer que tiene muchas ganas de verte. Claro que si no te sientes preparada para ver a nadie, basta con que lo digas.
– ¿La conozco? -preguntó Tracey con curiosidad.
– Sí. No ha dejado de preguntar por ti y te quiere mucho. Mira: una foto suya -dijo Louise.
Al principio, Tracey no reconocía a aquella elegante mujer; pero, después de mirarla con detenimiento, sus rasgos faciales parecieron despertar algún tipo de recuerdo en ella.
– ¡Es mi tía Rose! -exclamó cuando por fin la identificó.
– Exacto -corroboró la doctora con satisfacción-. Pronto recuperarás toda la memoria. Sí, esa mujer es tu tía Rose Harris. Estabas viviendo con ella cuando sufriste el accidente. ¿No te acuerdas?
– No. No me acuerdo de nada. Pero la cara sí me suena vagamente -respondió. Luego empezó a acariciar la foto de su tía, cuya expresión se parecía muchísimo a la de su propia madre. De pronto, la imagen de su padre se le vino también a la cabeza-. ¡Papá! -exclamó sin poder evitar que se le saltaran las lágrimas: acababa de recuperar un sinfín de recuerdos de su juventud, de su hermana y de sus padres, de un verano feliz en el campo…
Algunos recuerdos eran tan dolorosos, llevaban tanto tiempo reprimidos, que Tracey no podía asimilarlos, de modo que, de repente, se sumió en una tristeza profunda e inconsolable, que no podía expresar con palabras.
– Quiero ver a mi tía. Tengo que verla -afirmó finalmente-. Déjame salir contigo -le suplicó Tracey, ansiosa por reencontrarse con Rose Harris, que la había acogido, al igual que a su hermana Isabelle, después del accidente aéreo en el que habían muerto sus padres.
– Está en la sala de espera -le dijo Louise mientras le abría la puerta.
– ¡Rose! -exclamó Tracey cuando la vio al salir al pasillo.
– ¡Tracey, cariño! -replicó su tía mientras se daban un caluroso abrazo entre sollozos emocionados-. ¡Por fin! ¡Recuerdas como me llamo!
– Louise me acaba de enseñar una foto tuya y te he reconocido en seguida -dijo Tracey. Luego se separaron para secarse las lágrimas.
– Hace cuatro meses los médicos decían que no había esperanzas; pero estás aquí, viva, más sana y guapa que nunca. Es un milagro.
– Al paso que está recuperando la memoria, podrá volver a casa dentro de nada -terció Louise-. Y ahora, os dejo a solas para que habléis con tranquilidad.
– Gracias -dijo Rose mientras Tracey miraba a su tía: tenía sesenta años, pelo moreno y se parecía mucho a su madre y a su hermana; sin embargo, mientras que las dos mujeres mayores tenían ojos marrones, los de Isabelle eran azules. Los de Tracey eran verdes y, bajo unas cejas muy negras, armonizaban con su cara ovalada de rasgos clásicos y con su rubio cabello-. Vamos a tu habitación. Allí podremos hablar en privado. Tenemos que recuperar cuatro meses de silencios.
– ¿Qué tal está Isabelle? ¿Cómo están Bruce y Alex? Acabo de recordar que tengo una hermana casada y un sobrino.
– ¿Qué quieres que conteste antes? -preguntó Rose no bien hubo cerrado la puerta de su habitación.
– Las dos cosas. Ven, siéntate a mi lado -dijo eufórica mientras reforzaba su invitación con un gesto de la mano hacia el sofá. Parecía que estaban en un lujoso hotel en vez de un hospital-. Venga, cuéntamelo todo.
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