Pese a su insistencia y una cuantiosa donación para financiar la construcción de un navío de guerra, logró al menos que su padre recibiera el título emérito de “Lord”, un título menor que, con influencias, buenos contactos y mucho dinero se podía conseguir.
Para la historia Lord Stanfordd fue un varón que sirvió al país y fue un adelantado en las nuevas colonias, un pionero.
No hay nada que el todopoderoso dinero y los buenos contactos no puedan lograr, aun al más despiadado criminal lo pueden poner en un pedestal de bronce y catapultar como honorable y lleno de dignidad.
Eduard Stanfordd en poco tiempo se convirtió en un importante comerciante de especias, bienes manufactureros y metales.
Sus navíos surcaban todo el tiempo las rutas que unían gran Bretaña con las colonias de las Indias orientales.
No bien zarpamos, tenía sentimientos encontrados, por un lado la nostalgia y angustia de dejar Londres, la familia y amigos, pero también sentía una enorme felicidad por reencontrarme con mi futuro esposo que hacía dos años estaba en Bombay, por comenzar una familia y por descubrir esa tierra llena de contrastes, sabores, aromas, llena de carencias y dificultades, pero a la vez con muchas posibilidades.
Mi madre con lágrimas en los ojos me dijo que “la felicidad no está, ni es un lugar físico, la felicidad está donde el corazón encuentra amor, cobijo, cuidado y metas por las que luchar, por lo tanto, donde encuentres ello, encontrarás la felicidad”.
Fue el abrazo más intenso que sentí, me traspasó el alma, fue un instante eterno, aún hoy siento la fuerza, energía y frescura de su abrazo.
Mi padre me recordó que la vida es un camino sinuoso, lleno de dificultades, pero también de oportunidades y eso es lo maravilloso, ahí radica la energía vital para afrontar los desafíos, siempre recuerdo sus palabras. “Si tienes un día feliz o momentos buenos, disfrútalos intensamente, no durarán para siempre, si tienes un día o momentos malos, ten paciencia y fortaleza, tampoco durarán para siempre, en la vida tanto los buenos como los malos momentos son pasajeros, efímeros, por eso disfruta unos y sé fuerte en los otros”.
Estos consejos me han acompañado toda mi vida.
Fiel a nuestra tradición familiar, rezó por mí y me dio lo que consideraba su reliquia más preciada, una Biblia que tenía la firma de un tal Charles Spuergeon, mi padre dijo que este predicador fue el más importante de su tiempo . La personalidad más convocante e influyente de toda Inglaterra, muchos incluso dicen que llegó a rivalizar en popularidad con la misma monarquía, y esa Biblia se la había obsequiado personalmente a mi abuelo.
No bien dejamos el puerto navegamos con un mar muy calmo, aun esta serenidad no impidió que la mayoría durante toda la noche y madrugada, algunos incluso por días, tuvieran dolencias estomacales y náuseas, muchos experimentaron sudores fríos y hasta incluso hubo gente con cuadros febriles, cosas habituales —nos dijeron— para aquellos que no están habituados a la navegación, se llama “síndrome o mal de mala mar” y que con el correr de los días desaparecerían, yo no experimenté ni vómitos ni dolores, pero sí me costó conciliar durante muchas noches el sueño.
Las camas de los camarotes eran horriblemente incómodas y se mecían continuamente, las noches y los días se hacían eternos, la monotonía del azul del océano y del cielo hacía que pierdas la noción del espacio y el tiempo, solo eran perceptibles el día y la noche, por ello era muy común que la mayoría llevara diarios de viaje no solo para perpetrar en la memoria sus crónicas, sino también se anotaba el día de viaje y demás apreciaciones personales, la hora no tenía importancia, ya que, conforme avanzamos hacia aguas ecuatoriales, la hora variaba continuamente.
Mi forma de pasar el tiempo era imaginarme cómo sería Bombay, su gente, su tradición, cómo sería la nueva vida allí, tan lejos, con gente tan distinta, todos los días me creaba una historia diferente, una nueva fantasía. También por momentos me invadía una profunda angustia, experimentaba miedos y dudas terribles, sentía un vacío muy grande, y miedo, mucho miedo, trataba de no caer en esa tristeza protegiéndome en los mundos e historias fantásticas, grandes aventuras, personajes, que surgían de mi imaginación, todo lo que me alejara de angustias y temores era válido, la mente puede ser tu mejor aliada, pero también tu más grande enemiga.
Conforme navegábamos hacia aguas ecuatoriales, el calor era más intenso, esto, más las incomodidades, la monotonía del viaje y lo interminable que se hacía todo, muchas veces quebraba la voluntad.
Las ganas, las energías, los sueños y la moral caían por el suelo y es inevitable preguntarte, cuestionarte, si realmente valía la pena, si tenía sentido tal empresa, ahí venían a mi mente las palabras de mi padre: “la vida es un camino sinuoso, lleno de dificultades, pero también de oportunidades”, esto me traía calma, me cargaba nuevamente.
El capitán del barco era un hombre alto, de barba blanca con matices amarillentos probablemente de tanto sol, de contextura fuerte, de unos 50 años, su rostro tenía los surcos profundos y marcados, huellas que delataban las brisas salinas y el agua del mar, por sus venas seguramente corrían océanos enteros, historias infinitas.
Nunca comprendí a estas personas, a los hombres del mar, el mismo lugar que era su cielo, también era su infierno, su vida, pero también muchas veces su tumba.
Tenía una voz serena, pausada, en cada palabra denotaba muchos conocimientos de navegación y sabiduría de mar, nos reunió a todos los pasajeros una tarde y nos dijo: “Buenos días, espero que la navegación les esté siendo amena, los he reunido para informar que estamos ingresando a una zona de la derrota con aguas agitadas, les ruego que sepan mantener la calma y seguir todas las instrucciones según requieran los casos, muchas gracias”.
El capitán se llamaba Joseph Ruddol, los marineros de su tripulación decían que venía de familia de navegantes, su bisabuelo, abuelo y padre fueron marineros de la East Indian Company, empresa que por mucho tiempo tuvo el monopolio de la navegación y comercio entre Londres y las colonias de las Indias Orientales, todo bajo el amparo y protección de la Corona británica.
También decían a modo de orgullo y admiración que tanto su bisabuelo, como su abuelo y su padre yacían en las profundidades del océano, eso no me causaba para nada motivo ni de orgullo ni de admiración y hasta me generaba muchas dudas y miedos.
2- TEMPORAL EN ALTA MAR
Inopinadamente un fuerte y brusco movimiento sacudió el camarote, fue tan brusco que cuando abrí los ojos estaba en el suelo, el rugir histriónico del viento parecía que era la misma garganta del diablo que soplaba, las olas golpeaban con tanta ira los camarotes y el barco que nuestras pertenencias quedaron mojadas y desparramadas por todos lados, el barco no paraba de sacudirse hacia arriba y hacia abajo y en cada movimiento más y más agua.
Se escuchaban gritos sórdidos de desesperación, solo matizados en momentos por murmullos de personas que rezaban, yo también en ese momento me uní a ese murmullo, casi todo el tiempo pensé que de esa furia de la naturaleza no nos salvaríamos, que ese gigante azul, a veces manso, brillante, sereno, pero otras caprichoso, indomable, indomesticable, nos tragaría y guardaría eternamente en sus profundidades.
No recuerdo si fueron horas o días lo que llevó capear esa tempestad, lo cierto es que nunca olvidaré el nombre cabo de Buena Esperanza, me preguntaba qué irónico fue quien dio nombre a un lugar tan hostil, tan celoso de su camino, despiadado y lleno de una fuerza vehemencial. Paradójicamente la fuerza que impulsa estos vientos llenos de ira comienza como suaves brisas secas y calientes en el corazón del desierto del Sahara, ese gigante mar amarillo tan inabarcable, indomable, tan lleno de belleza, pero también de dolor intenso, desgarrador como este desierto azul.
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