Laura Miranda - Ecos del fuego

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¿Es posible pintar la FELICIDAD como un nuevo Norte? ¿Acaso encontramos el AMOR cuando nos animamos a ser? ¿En qué momento SOLTAR el pasado para comprender el presente? Ecos del fuego narra la vida de una mujer diferente, signada por lo inesperado, que resiste su destino sin resignarse. Descubrir las señales puede significar cambiar su vida para siempre. A veces, los sentimientos desordenados son la clave.

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–No. ¡No voy a meter una extraña en la casa! –gruñó Frankie–. Lo único bueno de la vejez es que, con suerte, dura poco –renegó.

–¡Calma! No es algo que tengamos que resolver ahora. Estamos bien. Yo estoy aquí. Papá no tardará en recuperarse y tú, tío, eres de gran ayuda.

–Hablas lindo –dijo una vez más porque eso pensaba–, pero la verdad es que cargas con tres viejos –insistió–. ¿De verdad crees que soy de gran ayuda? –preguntó como un niño.

–De verdad –respondió mientras su padre le hacía señas para que se lo dijera otra vez.

–Mientes, pero está bien. Ahora regresa a la posada. Nosotros vamos a mirar una película –ordenó. Una vez más, el tío Frankie ponía fin a la conversación.

Gonzalo pensó en esa tríada que lo había criado. En el desgaste que los años habían provocado en ellos y en esa esencia que permanecía.

Desde la lucidez no querían que él postergara su vida. Eso fortalecía su amor por ellos y lo alejaba de toda posibilidad de no permanecer cuidándolos hasta el último día. Se llamaba gratitud y definía a las personas.

Al pasar por la sala, vio que Teresa estaba leyendo, y se acercó.

–Hoy no vendrá Gabriel a almorzar –dijo su tía.

–Quizá lo haga mañana –respondió siguiendo el curso de la conversación. Gonzalo sabía de quién hablaba porque toda la vida había leído su obra.

–Tal vez… –en sus manos, un libro mostraba verdades. Cien años de soledad , de Gabriel García Márquez. Había una frase marcada: El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad .

capítulo 10 Batman Sabes por qué nos caemos Bruce Para aprender a - фото 8

capítulo 10

Batman

¿Sabes por qué nos caemos, Bruce?

Para aprender a levantarnos.

Michael Caine – Batman inicia

Montevideo, Uruguay.

Caer, levantarse, poner la otra mejilla, perder, pensar, andar en bicicleta, comprender, soltar, pintar un cuadro, ayudar, sumergirse en la música. Ir adonde no estaba y quedarse en el lugar del que había partido. Ganar, sentir, no llorar, perdonar. Leer a Hemingway… Imaginar las respuestas que no tenía y de tanto hacerlo, perderse.

No comprender, estallar, morir. Renacer como si fuera posible escapar del dolor al sentir el cansancio de pedalear hacia ninguna parte. ¿Cómo podría recuperar el tiempo perdido en idear malogrados planes? ¿Por qué la vida tenía el poder de desintegrarse en una realidad inesperada, en un amor imposible, en el sinsabor de una estocada en el centro del alma? ¿Existía un destino que juntara las partes rotas de su vida y pudiera unirlas sin huellas? Deseaba que algo así la sorprendiera.

Delante del atril donde había comenzado a pintar la fatídica tarde que Notre Dame se incendiaba, le daba paso a un enorme sentimiento. ¿Cómo pintar solo dos palabras? “Te extraño”. De pronto, supo que su modo de echar de menos era de color azul. Pintaba con sus manos y marcaba los bordes que quería más finos con una tarjeta de crédito vencida que utilizaba para ese fin. Se detenía y respiraba el olor concreto de los acrílicos que se adueñaba del espacio. Su habitación era también el taller que no tenía, porque todo estaba allí. Sus sentidos lo sabían y lo disfrutaban, no era solo el lienzo, era el escenario que la abrazaba en ese momento. Paradójicamente, sumergida en su desorden, se acomodaba emocionalmente por breves lapsos de tiempo. Casi siempre descalza.

Se abstrajo por un instante como si la buena suerte golpeara las puertas de su alma. A veces, los mismos momentos no son iguales y son las intenciones las que los modifican. Solo es cuestión de comprender el valor de lo que se tiene y entender por qué la mirada encuentra únicamente “nada” para observar. Porque, definitivamente, la nada significa el “todo” desde donde hay que comenzar a escribir la historia. Exactamente en el lugar donde el vacío escribe su nombre, se encuentra el punto de partida. Justo allí, Elina se había detenido a sentir, a observar y a inspirar el aire que la rodeaba.

Reaccionó cuando escuchó un ruido en la ventana. Miró y lo vio. No pudo evitar salir del hechizo de creación y sonreír. Un gato parecía querer entrar. Se afilaba las garras contra el vidrio. Recordó el cuento Gato bajo la lluvia . Había sol, pero sintió las mismas ganas de protegerlo que la protagonista de Hemingway. Abrió la ventana y el felino ingresó de un salto desde el techo del vecino y tiró el atril al suelo.

–¡Ey, amigo, vaya forma de entrar a mi vida! –el animal ronroneó como si estuviera respondiendo–. ¿De quién eres? –dijo–. Tienes identificación…

Elina se limpió las manos con un trapo viejo lleno de manchas de colores, y levantó el atril del suelo. Acomodó el cuadro en su lugar. Tomó al gato entre sus brazos. Tenía un collar azul brillante y una medallita con forma de pez. De un lado había un número de teléfono y del otro decía: “Batman”. Alguien tenía sentido del humor o pertenecía a un niño al que le gustaban los superhéroes. Lo acarició y sintió que su pequeña lengua áspera le rozaba la mano.

–Eres precioso. Algo impetuoso, pero lindo –le susurró.

Se distraía con tanta facilidad que ya había dejado la pintura otra vez para centrarse en la mascota que no parecía querer abandonarla. Lo observó con cariño. Negro con una línea entre sus ojos, su hocico y parte del pecho blanca. Gordito pero muy ágil a juzgar por su manera de entrar a la casa.

Elina, para quien los días transcurrían empujándose unos a otros, evitando detenerse en su nueva condición, estaba riendo y disfrutaba el momento. Olvidó los consejos médicos y el famoso kit que la obligaba a improvisar para aliviar los síntomas. No pensaba en Renata, su madre, ni en las preguntas de la noche anterior. ¿Acaso sería hereditario? ¿Era posible que además de un gran vacío y muchas preguntas le hubiera dejado una enfermedad como legado? Nada de eso ocurría porque estaba embelesada con la dulzura de ese gatito. Le dio leche en un recipiente y mientras la bebía, llamó al número de la placa. ¡Qué pena que debía devolverlo!

–Hola –atendió una agradable voz masculina–. ¿En qué puedo ayudarle?

–Hola… Creo que yo puedo ayudarlo a usted. Batman irrumpió en mi habitación y, aunque me lo quedaría sin pensarlo, él… bueno, tiene una identificación con este número.

–¡¿Batman?! Discúlpeme. Debe habérsele escapado a mi hijo. ¿Dónde vive? Iré por él.

–No hay prisa, está bebiendo leche y no parece incómodo –dijo con simpatía después de haberle dado su dirección.

–Estamos a pocas cuadras de distancia. Enseguida voy para allá. Mi nombre es Lisandro.

–Elina, soy Elina Fablet. Lo espero.

***

Un rato después sonaba el timbre. Ita bajó las escaleras y abrió la puerta.

–Hola. ¿Es usted Elina? Vengo a buscar a Batman –dijo amablemente.

–Joven, me han pasado muchas cosas en mis ochenta años, pero tener a Batman en mi casa no ha sido una de ellas –respondió con humor–. Elina es mi nieta. Pase, está arriba.

Bernarda no sabía quién era ni por qué estaba allí, solo miró su mano y no vio alianza. ¿Por qué había mirado eso? Ella no era una vieja celestina.

Batman dormía en el sofá, justo al lado del atril, como si fuera suyo. Elina seguía pintando. Lisandro la observó de espaldas. No era demasiado alta, vestía un jean manchado con pinturas de colores y una camisa blanca suelta que no dejaba ver la forma real de su cuerpo. Su cabello estaba recogido en un rodete improvisado con un broche negro que intentaba sujetar una catarata de rizos rebeldes.

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