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Para todos los seres que conviven con un síndrome,
en especial, con el síndrome de Sjögren.
Para mis hijos, Miranda y Lorenzo, siempre.
La lluvia se detendrá, la noche terminará,
el dolor se desvanecerá.
La esperanza nunca está tan perdida
que no se puede encontrar.
Somos más fuertes en los lugares
en los que nos hemos roto.
Ernest Hemingway
Ser diferente y capaz de desafiar los límites para vivir con las consecuencias.
Sentir que falta algo y no saber qué es.
Convivir con la sensación de capítulos en blanco en mi historia.
Intentar a diario ponerle palabras al silencio para que otros puedan comprender lo que yo misma, a veces, no entiendo.
Mirar el mundo y no poder evitar sentir que no sé quién soy ni adónde pertenezco.
Recordar mi niñez y las lágrimas derramadas. Verme pequeña con mis kilos de más y mi pelo erizado. Mi madre, lejos. Siempre cerca de rechazarme y a gran distancia de un abrazo. Yo era un pequeño ángel. ¡Tan solitario y anónimo! Solo mi abuela me amaba por quien yo era. Como ahora.
Tolerar, desde entonces, la injusticia que amenaza la vida en forma constante y actuar en favor de revertirla. No sucumbir ante lo inevitable. Sufrir y romperme en el trayecto. Juntar las piezas de mi ser. Volver a comenzar. Reconstruirme.
Perder la capacidad de llorar. Vivir ahogada en lágrimas que no son ni de emoción, ni de angustia, ni de felicidad. No ser capaz de exteriorizar mi sensibilidad como el resto de las personas y saber que hacerlo es la esencia de mi corazón cansado de latir al ritmo de lo que le es negado sin razón. Buscar otro modo. Aceptar mi vida.
Encontrar a alguien que entienda los colores de mi silencio y pueda ver a través de mis ojos quién soy.
Ser testigo de la manera en que avanza mi oponente. ¿Es mi adversario? ¿Soy víctima de mi pasado y mis decisiones? ¿O acaso es mi destino que me enfrenta a lo mejor y a lo peor de mí para transformarme en una mujer más fuerte? ¿Es mi culpa? ¿Podemos cambiar lo irreversible? Creer que sí es mi respuesta.
Alguna vez, todos hemos estado convencidos de que nada tiene sentido en el exacto momento en que el presente no es bienvenido. Querer huir de su escenario por ausencia, por dolor, por amor, por vacío, por presiones.
Enredarnos por la noche atosigados por un problema que parece tan grave y urgente que nos mantiene despiertos, y luego pierde esa gran importancia al amanecer.
Querer escapar de uno mismo, por tristeza, porque rendirse es la mejor opción, cuando en verdad la respuesta es resistir y dar batalla, porque todo lo que necesitamos para ser felices está esperando la oportunidad de mostrar que nada es lo que parece y que, allí donde vemos oscuridad, hay también siempre una estrella junto a la luna que ilumina la noche de los sueños cansados pero vivos.
Mi nombre es Elina Fablet y esta es mi historia. Decidí contarla el 16 de abril de 2019, día en que se incendió parte de la Catedral de Notre Dame y, con ella, el arte lloró una jornada de angustia y llamas. La misma noche en que los recuerdos no me entraban en la memoria y mi cuerpo parecía estallar. Entonces, comencé a pintar el cuadro que revelaría las respuestas que le faltaban a mi vida, guiada por los ecos del fuego.
capítulo 1
En un incendio sin explicación,
hay un silencio del tamaño del cielo.
Oswald de Andrade
Junio de 2006. Montevideo, Uruguay.
La mirada de la ciudad dormía. La madrugada inmersa en el silencio de la soledad. Aire convertido en viento fuerte. El perfecto sonido de las ramas de los árboles moviéndose. La calle fría y el asfalto algo húmedo por la helada nocturna. La tierra sobrevolando los límites del clima y metiéndose fastidiosa en los rincones de esa víspera fatal. En el interior de la casa, el abrigo de las mantas y los ojos cerrados en cada habitación. El insomnio de los pensamientos. El estruendo mudo de las preguntas sin respuestas golpeándose contra la nada.
–¿Por qué no me quieres, mamá? –preguntó levantando la voz. Tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas contenidas.
–Nunca dije que no te quiero –se ofendió.
–¡Claro que no me quieres! Lo que no entiendo es por qué no lo reconoces de una vez por todas –replicó. Como si el hecho de poder escucharlo de su boca cambiara en algo la dolorosa realidad.
–Eres difícil, todo lo cuestionas, vivir contigo es un conflicto permanente –respondió. No dejaba de caminar por la casa, como si el desplazarse por los ambientes le permitiera escapar de la situación. No miraba a su hija directamente a los ojos.
–Solo una vez me has dicho que me quieres. ¡Una sola vez! –recordó–. A mis trece. Desde niña espero esas palabras, y no llegan. ¿Por qué? ¿Qué te he hecho? Me aferro a tu único abrazo y trato de averiguar qué hice mal… –se quedó en silencio un instante buscando en su memoria la sensación una vez más. La joven insistía convencida de que tenía que haber un motivo.
El pasado atropelló brutalmente a la mujer. No quería escucharla más. Sus emociones paralizadas frente a la verdad que no era capaz de pronunciar. Los pies sobre la tierra cruda, el elemento que lo sostiene todo. La estabilidad que da un secreto bien guardado. Tenía presente en su memoria el único abrazo al que se refería Elina. Lamentaba lo ocurrido ese día. Se arrepentía de su decisión.
–Me haces sentir todo el tiempo como si me faltara el aire. Me ahogas con tus reclamos. Eres sinónimo de problemas y me agotas. ¡Siempre! Desde… –empezó a decir y no concluyó. Eligió cambiar el rumbo de sus palabras–: Ya tengo demasiado conmigo como para seguir discutiendo contigo –respondió enojada–. Me asfixia tu manera de ser.
–¿Desde qué? ¡Dilo!
–Desde que tienes ese carácter de mierda –improvisó.
–¡Mentira! Puede que ahora te moleste “mi carácter de mierda”, como dices. Pero esto no empezó ahora, a mis casi diecisiete años. Siempre me has hecho sentir que te hubiera gustado no tenerme. Esconderme del mundo. ¿Por qué? ¡¿Porque era gordita o tenía el pelo erizado?! ¡¿Porque no me parezco a ti en nada?! –su tono oscilaba entre extrema angustia al borde del llanto y una furia contenida durante años–. ¿O porque me parezco a un padre que no conocí?
–No sabes lo que dices. Eres quejosa y vives disconforme. ¡Te lo he dado todo! ¡Me he sacrificado por ti! Y tú siempre con reproches –respondió eludiendo las referencias concretas de su hija.
–No me diste lo único que necesitaba: tu aprobación y tu cariño. El amor de una madre es esencial para vivir. No se niega. ¡Es como un vaso de agua! Es lo que da paz y cura todos los males. Lo sabes, porque la abuela siempre está para ti; pero tú, nunca para mí. Solo quiero saber por qué –exigió.
Una vez más, la disputa originada en la convivencia había quedado atrás. Poco importaba si juntaba las toallas del baño, ordenaba su ropa o el modo en que apretaba el pomo de la pasta dental. Si ponía música fuerte o si no lavaba los trastos sucios. Si se vestía de una manera o de otra. La cuestión de fondo, lo que no se decía, renacía cada vez con más fuerza, porque el amor cuando falta grita por su ausencia. Necesita razones, imagina motivos y deja marcas de dolor.
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