Yo digo «sindicato» y lo que oigo alrededor es el mantra habitual: «vagos», «mafia», «liberados», etcétera; en realidad, lo que escucho es la voz de la hegemonía neoliberal hablando a través de las bocas poseídas de mis amigos para deslegitimar a los representantes de los trabajadores. Pensamos que los sindicalistas son ewoks decimonónicos adictos a las mariscadas, nos molesta que un estibador cobre más que nosotros, somos partidarios de la «solidaridad negativa»: que todo el mundo esté igual de mal que yo, o peor.
Es cierto que los sindicatos andan a contrapié en estos tiempos atomizados (¿por qué hay nuevos partidos y no nuevos sindicatos?), pero el sindicalismo, el juntarte con tus colegas para que no te pisoteen, porque tú solo no eres nada, es una de las ideas más hermosas. Al sindicalismo, compañeros y compañeras, ese que el neoliberalismo rampante ha jurado destruir (y le va bien), le debemos la jornada de ocho horas, las vacaciones pagadas, el subsidio de desempleo, los servicios públicos, millones de pegatinas y banderines gratis que ondear por las calles, y tantas otras cosas buenas en miles de pequeñas empresas y conflictos.
Hoy la clase obrera no es que no exista (existe como siempre, también fuera de las minas y las fábricas), es que nadie se apunta, y los sindicatos van en retroceso perseguidos por los mentecatos. ¿Qué fue de la vieja clase obrera consciente, sindicada y poderosa? Joven nacional: sindícate y prepárate para flipar.
4 de mayo de 2017 · 62 likes
Conocí a un tipo que solo podía hablar utilizando #hashtags. No digo que utilizase los #hashtags cuando quería llamar la atención sobre un concepto y que el resto de la humanidad interesada pudiera llegar a él, sino que #solo #podía #hablar #usando #hashtags. La vida de este tipo resultaba harto inquietante, y siempre tenía que tener cuidado con lo que decía, porque si decía, en petit comité, #megustamiculito, miles de millones de personas podrían llegar a conocer este orgullo secreto a través de mecanismos metafísicos aún por explicar.
Más tremendo aún es el caso de otra persona a quien pude entrevistar y que solo podía pensar usando #hashtags. No digo que utilizase los #hashtags cuando quería llamar la atención sobre uno de sus pensamientos, sino que #todo #lo #que #pensaba #lo #pensaba #en #hashtags, de tal manera que su mente era completamente transparente y su completo pensamiento era de dominio público: había perdido cualquier intimidad consigo mismo y #vivíasoloparafuera.
Era a la vez pura autenticidad y pura máscara, una cáscara vacía, una interfase entre dos eternidades, siempre aquí y ahora, pero nada más allá. La autocensura, la mentira piadosa, la compasión, toda esa arquitectura oculta que permite que la sociedad no implosione en ese estado de naturaleza que decía Hobbes, no tenía ningún sentido para él. Vivía asustado de existir. Por supuesto, nunca podría dedicarse ni a la #política ni al más verdadero #amor. Señoras y señores, cuídense de esto: #.
9 de mayo de 2017 · 123 likes
Shaza y Jimena: estas tipas son unas jefas, deberían convertirse en un símbolo en este tiempo propicio al odio, un soplo de aire fresco y lesbiano dentro de un mundo donde Arturo Pérez-Reverte hace arriesgados experimentos sociológicos.
Son varias las razones. 1. Porque su historia es una historia de aventuras, una huida a través de varios países, con retenciones en aeropuertos y comisarías, con fronteras lejanas cruzadas a pie, con perseguidores bloqueándoles el paso o pisándoles los talones, con riesgo, valentía y determinación. 2. Porque, aunque no nos guste ya, el amor romántico un poquito al año no hace daño, y sobre todo este, que es más romántico que Cumbres borrascosas: son tan jóvenes y tienen el corazón tronchado como un lirio. 3. Porque las he oído por ahí, en los medios, en su rueda de prensa, y tienen la locuacidad del trueno, son decididas e inteligentes, dentro de su feliz locura, saben lo que quieren, por qué lo quieren y cómo decirlo. Y 4. Por su imagen icónica y potente: Shaza es la dulzura cleopátrica que viene del delta del Nilo, Jimena tiene esa agresividad punk que le confieren el peinado asimétrico y la retahíla de piercings, como sacada del lavapiesero punto de partida del Orgullo Crítico. Por lo demás, podrían ser hermanas, es curioso.
Como digo, tendrían que convertirse en un símbolo indeleble de lo lesbiano (que siempre denuncia su falta de visibilidad) y de lo perseguido, un símbolo de esos con los que se estampan camisetas en el Rastro. Y un recuerdo de que no solo reina la intolerancia en los países más terribles, en lejanas montañas y desiertos poblados de talibanes y ayatolás de ceño fruncido, sino también en el lujosísimo e hipercapitalista Dubai o en la Gran Madre Rusia. Así que espero que les vaya muy bien y que alguien les haga una película, una mezcla de Mi nombre es Harvey Milk, Las mil y una noches, La vuelta al mundo en ochenta días y El fugitivo. Sea.
10 de mayo de 2017 · 59 likes
La media luna de nalga asoma bajo el short caliente. Se acerca el verano y las hordas antigentrificadoras de jipis, punks y otros morlocks van llegando a Lavapiés desde las frías tierras del norte. Con el torso descubierto y la rasta al viento se tumban sobre el asfalto recalentado: la luz, cada vez más blanca y más pesada, reverbera en la litrona de pis. La chinche local está alegre, y también yo: no hay días en el año más hermosos. El ángulo de inclinación del astro sobre el ecuador, desde el pasado equinoccio, es cada día mayor, y la frondosidad de los ramajes primaverales produce, filtrando la luz del sol, esas sombras móviles, como la espuma de la mar, como las disco lights, que los japoneses llaman komorebi. Todo es óptimo, todo es flex, todo anda aflamencao. Los vecinos, de aquí y de Anglosajonia, se arrojan como ropa abandonada por las terrazas de Argumosa, como si no les importase morir en este preciso momento. La basura comienza a oler mal. Pronto los días durarán hasta medianoche.
12 de mayo de 2017 · 138 likes
Ayer llegó Mamá Peligro para pasar unos días en la capital. Fui a buscarla a Atocha y cuando veníamos camino a casa, llevando yo muy amablemente su trolley, me di cuenta de que con el coñazo que estoy dando últimamente con la turistificación salvaje del barrio y con las maletas trolley, ahora alguien me podría confundir a mí mismo y a mi señora madre con turistas recién llegados caminando hacia su Airbnb. A vivir su auténtica experiencia lavapiesera.
Me dio vergüenza pasar por delante de todas esas terrazas de Argumosa, donde mis conciudadanos me reconocen y me admiran, donde ven en mí un referente moral, así que traté de poner cara de vecino, cara de «no es lo que parece, vivo aquí, puedo explicarlo: solo vengo de recoger a mi madre en Atocha», y me di cuenta de lo difícil que es poner cara de vecino, que es como una cara de tranquilidad, de satisfacción, de total falta de novedad, de esto ya me lo he visto yo muchas veces, todos los días, porque vivo aquí, aquí mismo, un poco más allá, en aquel portal, te lo juro.
Pensé en comprar el pan, o algo, o en hilvanar un chotis rapidito. En fin, no sé qué cara me habrá salido al final, seguro que una mezcla de terror y estreñimiento a juzgar por el asombro con el que me miraban mis conciudadanos desde las terrazas, y no sé si la cosa funcionó, porque un grupo de daneses nos hizo señas para que nos acercásemos a sentarnos con ellos, como compatriotas en tierra extraña, y eso que mi madre y yo somos agitanados, pero el trolley nos hacía parecer de Copenhague. Total, que corrimos a casa y decidimos no salir nunca más con la maleta, lo que hará que de ahora en adelante viajemos con lo puesto, y además le ahorrará al planeta recursos y energía. Enfilemos de una vez la necesaria senda del decrecimiento.
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