Los que aquí se machacaban, en plan ficción, eran los profesionales de la escuela de especialistas Legend, de Villajoyosa, que cuenta entre sus filas con campeones de esgrima y lucha cuerpo a cuerpo con amplia experiencia en rodajes cinematográficos. Lanzaron lanzas contra dianas de mimbre, cortaron melones con sus gladius, se dieron unas buenas hostias a vida o muerte.
De hecho, solo quedó uno vivo, Andros, el alejandrino (tenía catorce versos, al parecer), y nos jodió bien, porque nuestro equipo era el blanco, el de Ursus y Titus. Este Andros, esclavo como los demás, partió victorioso de Toletum a Roma para que el César le concediese la libertad a través de una espada de madera firmada con su nombre, o eso nos contaron, porque luego lo vimos en un restaurante comiendo rabo de toro.
Nos reímos bastante en este show. Me encontré a un colega de la escena teatral que me preguntó qué demonios hacía en el Circus Maximus, mientras con la mirada buscaba a mi alrededor a mis inexistentes hijos. «Encantado de verte», me dijo al final. «Y sorprendido.» No se imaginaba que yo soy muy jabato, y que no me tiembla el pulso para esto y para más. Lo más inquietante del show es que cada vez que se le preguntó al público si vida o muerte, el respetable giraba el pulgar hacia abajo, en señal de kaputt. No hay compasión con los losers. Me duele Hispania.
31 de mayo de 2017 · 93 likes
Yo inventé el Spotify, lo que pasa es que los suecos Ek y Lorentzon robaron la idea de mi subconsciente igual que dijo Dalí que Walt Disney le había robado la de Mickey Mouse. Ese es el nivel. Así que, hace ya quince años, leyendo las sacrosantas listas del Rockdelux, imaginaba un ingenio tecnológico que permitiese escuchar al momento toda la música producida por la humanidad: con este sistema podría bucear a placer en los 100 Discos del Siglo xx que proponía la revista musical de referencia. Y, por tanto, ser feliz a ritmo de consejero delegado.
Ahora eso existe y mis índices de felicidad no han aumentado, más bien lo han hecho los de ansiedad. De hecho, mi melomanía rampante ha ido en franco decremento y cada vez escucho menos música, total, está toda ahí, en Spotify, a golpe de clic. A mí lo que me gustaba era imaginarme las canciones, desear los discos, robarlos en grandes superficies comerciales, ponerlos y escucharlos enteros, admirar los lomos de la colección en la estantería. En definitiva, lo que me gustaba era desear los discos para luego amarlos como se merecían, uno a uno, con el debido respeto y el merecido cariño.
La libertad tiene muy buena prensa, pero es una cosa bien jodida. Puedo poner casi cualquier canción que se me ocurra, lo mismo ocurre con las películas en Filmin, Netflix o HBO, puedo ver pornografía diversa en cualquier W.C., y contactar casi con cualquier persona mediante estas redes sociales. Hasta decir aquí lo que me dé la gana cuando me dé la gana, es decir, decir esto ahora mismo. Pero, en fin, no noto que estos avances me hagan más feliz que hace quince años, aquella época de deseos y misterios en la que conocer y disfrutar las cosas llevaba su camino y su esfuerzo. Ahora la exuberancia irracional abruma y paraliza.
Perseguimos sin freno la innovación cuando todavía no sabemos apañarnos con lo realmente existente. Y tampoco sabemos si con esto ya nos vale.
1 de junio de 2017 · 163 likes
Me he medio mudado por unos días a Usera para cuidarle el perro y la casita a una amiga. La casita, con su patio soleado y sus aires campestres, pertenece a una colonia que Franco construyó para los funcionarios del Estado, mientras que la marca del perro es perdiguero andaluz. Se llama Dako y está como una regadera. Paralelamente me han contratado para organizar un (aún misterioso) festival cultural, dentro de una oficina y durante los meses de verano, dada mi amplia experiencia en el mundo cultureta madrileño y, claro está, mi infalible olfato para estas movidas.
Total: que es como si me hubieran trasplantado de un día para otro en la vida de otra persona. Vivo en otro barrio, duermo en otra cama, hago de cuerpo en otro baño que no es mi baño. Asimismo, dejo momentáneamente mi vida freelance (aunque no autónoma, ojo) y me veo sujeto a horarios laborales establecidos, a madrugar, a coger el metro con el resto de los trabajadores de buena mañana. Ahí embutido, con otras decenas de zombis legañosos que discurren pesadamente por los pasillos, se hace más evidente que los currelas del sector terciario sí que somos parte de la supuestamente liquidada clase trabajadora.
Me ha sorprendido que las oficinas cumplan los tópicos de manera tan exacta y precisa: hay estrictas jerarquías (la gente «cuelga» de gente y «reporta» a gente), hay una máquina de café delante de la cual los oficinistas conspiran, hay tupperwares y gente que fuma fuera con notable desesperación. Hay compañeros con títulos como Pepe el de Marketing o Lola la de Recursos Humanos. Todo es idéntico a sí mismo y a lo que se podría esperar.
Al anochecer paseo a Dako por las desvencijadas calles de Usera, barrio popular y populachero, obrero y desvencijado, ampliamente poblado de ciudadanos chinos, y me pregunto quién soy yo, quién es Sergio el de Cultura (seguro que este perro también se lo pregunta), y si el universo me estará brindando la oportunidad de vivir muchas vidas en una. O para volverme loco.
5 de junio de 2017 · 110 likes
Usera, barrio de enigmático dragón y trenza afrolatina, paraíso ribereño de ladrillo visto y toldo verde botella. Usera, barrio de cadera ancha y sabrosura, laberinto de plazas de trap bachatero, con bitches y con gunis, y outfit de mercadillo. Las gitanas venden cerezas en la esquina, los currelas crepusculares se aprietan cubalibres en infinitos grasabares de delirio. Aquí no hay rollitos primavera, aquí reside la Verdad más gastronómica del Oriente más lejano. Usera, tus muros se cubren de grafitis malos y pósters arrancados de fiestas caribeñas. Oh, döner kebab lujurioso, oh, fósil de orgullo obrero, oh, ciudad de los currantes, introdúcete en mis céntricas entrañas.
Nosotros, Los Peligro, siempre hemos sido mucho de ir a patearnos los barrios periféricos, a ver si así nos proletarizábamos un poco, como aquellos jóvenes comunistas del antifranquismo que se venían por aquí y se metían en las fábricas a ver si encendían un foco de revuelta bolchevique. Ahora, decíamos ayer, nos hemos venido a vivir unos días, a cuidar al chucho, y la experiencia usereña cobra nuevas dimensiones, no por esperadas menos sugerentes.
Es cierto que los centralinos nos venimos del centro a los barrios obreros un poco como los viajeros románticos ingleses se iban a Andalucía, en busca del prodigio exótico y populachero, como gentrificadores con contrato temporal, y vaya si lo encontramos, porque en estas calles hay alegría, aires aventureros, abuelas icónicas apostadas como francotiradores en Sarajevo, color colorido, basura, litrona, porro y buenrollismo. Hay para ver lo que queremos ver. La humilde paz.
Además, ahora lo de los barrios como que está de moda: el amable Ayuntamiento anda con el asunto del reequilibrio territorial entre centro y periferia, tanto en lo económico como en lo cultural, la descentralización del mondongo, y diversos colectivos artísticos, arquitectónicos y así andan desarrollando iniciativas barriales. Curiosamente, casi toda la gente interesada en estas cosas que conozco no vive en los barrios destartalados del sur sino en las zonas turistificadas del centro (como nosotros mismos). Y no queremos mudarnos aquí y coger metros mañaneros.
Pero a mí me flipa la historia de las asociaciones de vecinos de estos distritos sureños que durante el desarrollismo franquista y la Transi lucharon heroicamente para adecentar estos sitios cuando eran barrizales de chabolas sin agua corriente ni luz eléctrica en plena Edad de Oro del capitalismo socialdemócrata. Y lo consiguieron. Sin embargo, nada es lo que era: yo he entrevistado a la gente de estas asociaciones de solera y de bravío y siguen siendo los de antes, pero ya viejitos: la juventud y la inmigración que ya conoció cierto bienestar decidió pasar de todo, como es natural en tiempos individualistas y conformes.
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