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En poco tiempo, grandes organizaciones con problemas semejantes de cálculo o impresión masiva comenzaron a adquirir estos equipos: otras oficinas censales, compañías de luz, teléfono, aseguradoras, financieras, petroleras y grandes bancos los utilizaron para calcular intereses, primas de seguros, cuentas de consumo de luz, gas, y generar la impresión masiva y rápida de decenas de miles de recibos, facturas, pólizas, nóminas, etcétera.
La empresa IBM, también dedicada entonces a la fabricación de equipos electromecánicos de oficina, desarrolló y puso a la venta en 1954 su primera computadora comercial, la IBM 650, la cual fabricó durante ocho años con gran éxito comercial, lo que le valió un nuevo prestigio como empresa de cómputo, pues fabricaron y vendieron dos mil equipos en ese lapso, algo inusitado e inesperado para la época. En abril de 1964, lanzó su segundo modelo exitoso, la IBM 360, la cual llevaría a las universidades, y poco después a las bibliotecas en la unión americana, a “la gran corriente” de la computación en forma definitiva, y se empezó a darle otros usos más allá de la física o la ingeniería.
Durante la segunda mitad de los cincuenta, las universidades comenzaron a darse cuenta del potencial de estos equipos en apoyo a sus tareas científicas, que requerían cálculo numérico, en especial las matemáticas, la física y la astronomía, además de los campos de las ingenierías y la administración. Las universidades con cierto poder económico comenzaron a adquirir estos equipos para estos propósitos. No cualquiera podía comprar una máquina de este tipo: dado su complejo desarrollo y construcción y su todavía baja producción, eran sumamente caras. Como ya se ha mencionado, comprar una UNIVAC I costaba en ese entonces alrededor de un millón de dólares, equivalentes actualmente a diez millones de dólares. Si se rentaba, su costo era de dieciséis mil dólares mensuales —ciento sesenta mil dólares actuales—. En un comunicado de prensa de la Compañía IBM de 1959, se anunciaba que la consola de su mejorado modelo 4 de la IBM 650 se vendía por ciento cincuenta mil dólares —millón y medio actual— o se podía rentar por tres mil doscientos cincuenta dólares mensuales —veintisiete mil quinientos dólares de hoy—. Los accesorios (lectores de tarjetas, impresoras, memoria, etcétera) se vendían o rentaban aparte (IBM Archives 1959). Como puede deducirse, sólo organizaciones con considerables recursos económicos podían adquirir en ese entonces esos equipos, cuyo rendimiento además era muy incipiente. No obstante, un buen número de universidades en el mundo hicieron el esfuerzo y empezaron a adquirir cada vez más ese tipo de máquinas ya que eran sumamente útiles para sus cálculos numéricos científicos.
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) inició sus estudios acerca de la conveniencia de adquirir uno de estos equipos en la temprana fecha de 1956. El ingeniero Sergio Beltrán, entusiasta promotor de la idea, consigna que antes de esos años
[…] el doctor Nabor Carrillo dirigía […] a un grupo de asistentes en investigación científica dedicado a la resolución de diversos problemas en matemáticas aplicadas y mecánica de suelos […] En México, la resolución de un caso práctico había tomado al grupo de asistentes varios meses de cálculo tedioso en calculadoras electromecánicas. Poco después, con la asesoría del doctor Carrillo fue resuelto en Estados Unidos y en menor tiempo, otro caso que implicaba la resolución de un sistema de ecuaciones integro-diferenciales simultáneas, sustancialmente mayor que aquel por nosotros resuelto[…] Al indagar el cómo había sido posible acortar los procedimientos de cálculo exigidos por las integraciones numéricas requeridas, se tuvo la primera noción de la existencia de los ingenios que auxiliaban en las tareas de esta naturaleza (Beltrán 1988, 1741-1743).
Garduño (2005, 90) consigna también que en 1956 el ingeniero Sergio Beltrán planteó al entonces rector, el doctor Nabor Carrillo, la adquisición de un equipo de cómputo para la UNAM. Pérez (1999, 27) señala que el rector, quien era ingeniero geotécnico de origen con doctorado en Ciencias
[…] Tenía aptitudes sobresalientes para las matemáticas aplicadas […] se inclinaba por la aplicación de la física a problemas de ingeniería civil, sobre todo si éstos caían en el ámbito de la mecánica de suelos. Mediante su teoría de centros de tensión, logró explicar las causas del hundimiento de la Ciudad de México […] Fue Jefe de la Sección de Física de Suelos de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica (CICIC) de 1943 a 1951 y coordinador de la Investigación Científica de la UNAM de 1945 a 1952.
En 1948, hizo un estudio del hundimiento de Long Beach, California, a petición del Stanford Research Institute. Debido a su especialidad y a su experiencia, el doctor Carrillo comprendió perfectamente la importancia del procesamiento automatizado de datos, y por ello envió al ingeniero Beltrán a la Universidad de California en los Ángeles (UCLA) a averiguar más del uso de esos equipos en la academia. Adler-Lomnitz y Cházaro (1999,115-116) y Ortiz et. al. (2015,149) afirman que el motivo de escoger a UCLA para ello fue que ésa era la universidad que un poco antes les había informado de los rápidos cálculos de las ecuaciones gracias a su equipo IBM-650, hecho que había causado aquí gran impresión. Si bien ningún autor lo menciona, muy probablemente otra razón contundente consistió en que desde 1956, la ucla había instalado en su campus en unión con IBM un gran centro de cómputo denominado Western Data Processing Center (Centro Occidental de Procesamiento de Datos), precisamente para dotar de esos recursos de cálculo a su recién creado Instituto de Geofísica y al Instituto Scripps de Oceanografía. Al parecer, al igual que en México, los estudios de geofísica habían sido el detonador para que la ucla adquiriera la IBM-650 y tuviera el interés, el recurso y la experiencia para la adquisición.
El doctor Carrillo pidió al coordinador de la Investigación Científica de la UNAM, el doctor Alberto Barajas, y al doctor Carlos Graef, ambos físico-matemáticos, que iniciaran una estructura académica encaminada a realizar un estudio más profundo al respecto. El doctor Graef, entonces director del Instituto de Física de la UNAM, se convirtió en 1957 en el director de la Facultad de Ciencias. Ellos crearon el primer centro para la enseñanza, investigación y servicios en el campo de la computación en México con el nombre de Departamento Electrónico de Cálculo, que se alojaba en la Facultad de Ciencias, y se nombró al ingeniero Beltrán como su director. El estudio —que duró más de dos años— consideró, entre varios aspectos, la posible adquisición de una computadora (Soriano y Lemaitre 1985, 133).
[…] La primera idea fue el de tener una computadora IBM-704, predecesora de la IBM 709 y de toda la línea 7000, pero debido al costo tan elevado, a pesar del descuento del 60 por ciento que ofrecía IBM, solo se pudo pensar en la IBM-650 […] dicho equipo había pertenecido a la Universidad de California en Los Ángeles […] al llegar la computadora el 8 de junio de 1958 al Departamento de la Facultad de Ciencias, cambia su nombre a Centro de Cálculo Electrónico (CCE) (Soriano y Lemaitre 1985, 133-134). 8
Éste fue el primer equipo de cómputo dedicado a enseñanza, investigación y servicios instalado en una institución académica en toda Iberoamérica. Las siguientes computadoras llegaron a las universidades o institutos en América Latina o España hasta principios de los sesenta. Esta máquina IBM fue rentada, pues no había suficiente presupuesto para comprarla. Nueva costaba medio millón de dólares y su renta mensual estándar era de 3,500 dólares, pero a la UNAM se la rebajaron a 2,000 dólares mensuales –25,000 pesos–, equivalentes a unos 17,000 dólares actuales de 2018 (Soriano y Lemaitre 1985, 134). El Centro de Cálculo Electrónico de la UNAM fue trasladado en 1963 a su nuevo edificio, la denominada entonces Torre de Ciencias Aplicadas, en lo que hoy es el edificio del Instituto de Investigaciones en Matématicas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS), junto al invernadero. Este nombre puede observarse en la Gaceta UNAM (15-3-1965, 6) y 12-7-1965, 3).
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