Michael Azerrad - Nuestro grupo podría ser tu vida

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"Nuestro grupo podría ser tu vida" («Our Band Could Be Your Life»), que toma el título de un verso de un tema de The Minutemen y está considerado unánimemente como uno de los mejores libros sobre la música rock jamás escritos, relata la trayectoria musical de trece grupos norteamericanos capitales que dieron lo mejor de sí mismos en la década de los 80. Fueron años convulsos que coincidieron con el mandato del presidente Reagan y su política conservadora y nacionalista, y que, en lo musical, dieron lugar a la particular lectura del punk británico y su consigna del «hazlo tú mismo» por parte de algunos grupos del Nuevo Continente que produjeron un sonido agresivo y a un volumen y velocidad de vértigo.
Profusamente documentado a partir de entrevistas con los músicos y los principales actores de la escena musical, Azerrad narra con pulso y pasión los avatares de trece grupos cuyo sonido inauguró no solo una nueva tendencia musical que se consolidaría mundialmente con el encumbramiento de Nirvana y su álbum «Nevermind», sino también la eclosión de toda una red de sellos discográficos, distribuidoras independientes, fanzines, radios universitarias y underground, clubs, locales de conciertos y tiendas de discos, que nacieron para vehicular la urgencia generada por la nueva música. Pronto, abanderado por Black Flag, el germen del hardcore se extendió y permitió la aparición de nuevos grupos y una nueva comunidad de fans que los seguían y apoyaban en sus interminables giras. Las trece historias incluidas en este monumental libro son el relato inolvidable de cómo unos jóvenes sin apenas conocimientos musicales pero embebidos de la energía y urgencia del punk hicieron posible su sueño comunal de tocar en un grupo. Su periplo no estuvo exento de incomodidades y obstáculos vivían y viajaban en condiciones muy precarias y extremas, y algunos se arrojaron al abismo del consumo desaforado de alcohol y drogas (otros, como Minor Threat, optaron por una conducta diametralmente opuesta, el llamado «straight edge», que reivindicaba un estilo de vida «limpio» que les permitía acometer los intensos conciertos que daban).
Algunos de los discos que grabaron se encuentran entre los mejores de la historia del rock, y su influencia llega hasta nuestros días. Muchos grupos desaparecieron, otros se vendieron a multinacionales, algunos de sus miembros murieron, pero su música ha pervivido. Los trece grupos, en orden de aparición, son: BLACK FLAG, THE MINUTEMEN, MISSION OF BURMA, MINOR THREAT, HÜSKER DÜ, THE REPLACEMENTS, SONIC YOUTH, BUTTHOLE SURFERS, BIG BLACK, DINOSAUR JR, FUGAZI, MUDHONEY y BEAT HAPPENING.

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—Oh, Dios —se lamenta Prescott, esbozando una sonrisa y haciendo una mueca al recordarlo.

—Había como diez personas en el público y era noche de payasos, la gente iba disfrazada de payaso —cuenta Miller—. Y después de la tercera canción, una chica disfrazada de payaso viene y deja una nota en el escenario que dice: «¿Sabéis alguna de Loverboy?», y entonces yo me echo a reír y paso de ella. Tocamos la siguiente canción y alguien nos entrega una nota que dice: «¿Sabéis alguna de Devo?» «Ja-ja-ja.» Y tras la siguiente canción, una nota que dice: «¿Por favor, podríais parar?».

Mientras se preparaban para tocar la segunda parte del concierto, el propietario del club se plantó en el backstage y les dijo: «Tíos, sonáis de maravilla, pero no todo el mundo se lo está pasando bien… ¿Por qué no lo dejamos por esta noche? No tiene mucho sentido volver a salir, ¿no?».

—Había momentos en los que te dabas cuenta —explica Prescott— que cierto tipo de gente jamás aceptaría cierto tipo de música.

De gira, dormían en el suelo de casas de amigos y derrochaban ocasionalmente en un motel, salvo durante sus frecuentes viajes a Nueva York. La empresa para la que trabajaba el padre de Conley alquilaba suites en un par de hoteles del centro de la ciudad, de modo que a veces el grupo se alojaba en las lujosas Torres Waldorf.

—Vivíamos como auténticas estrellas de rock con muebles bar y todas esas cosas propias de las grandes suites —recuerda Conley mientras menea la cabeza—. Qué irónico.

Tras la gira, grabaron el EP Signals, Calls and Marches entre enero y marzo de 1981, concentrándose en el material que más gustaba a la gente. Como de costumbre, Harte y el grupo trabajaron a destajo en las grabaciones.

—Nos encantaba, estábamos muy metidos —explica Prescott—. No lo hacíamos al estilo punk rock. Queríamos que saliera fuego, aunque también era importante que quedara una buena grabación.

Signals empezaba con el himno de Conley «That’s When I Reach for My Revolver», que rápidamente se convirtió en una de las canciones más populares del grupo. Conley había visto aquella frase por primera vez en el título de un ensayo de Henry Miller, sin saber que era una referencia a la infame frase atribuida a menudo al líder nazi Hermann Göring. «Cuando oigo la palabra cultura, es cuando echo mano de mi revólver».

—No me alegró especialmente descubrir aquello porque no quiero que me relacionen con ese tipo de cosas —explica Conley—, pero era una frase que molaba, tenía poder, sonaba bien. A mi modo de ver, eso es simplemente parte de la magia de escribir canciones.

La canción enganchaba al instante, con versos tranquilos pero llenos de tensión que explotaban en un estribillo espectacular: esa fórmula se imitaría con un éxito mucho mayor diez años más tarde. Pero a partir de ahí, Signals se iba haciendo cada vez menos convencional, como si introdujera al oyente en reinos inexplorados: «Outlaw» recuerda a Gang of Four; «Fame and Fortune» comienza como un rock triunfal antes de divagar en una piscina plácida de ensoñación; «Red» alcanza una propulsión genial y entonces el loop de dos notas casi operístico de Swope, la armonía y los contrarritmos de Miller y las extrañas florituras de Prescott la convierten en una canción desmesurada. El tema extenso e instrumental «All World Cowboy Romance» cierra el EP de forma magistral.

A pesar de su diversidad, Signals era un disco compacto y bueno de principio a fin. Burma todavía no había conseguido capturar todo el carácter físico ni el estruendo sónico de sus conciertos, pero la sucesión de himnos que se abría paso en el álbum parecía decir que, haciendo honor a su nombre, esos tipos realmente estaban en una misión.

Swope diseñó la hoja de las letras de Signals, Calls and Marches , cogiendo todas las palabras y ordenándolas alfabéticamente. Tenías que reordenar las letras tú mismo, lo que, según el experto en Burma Eric Van, era una metáfora de cómo había que escuchar la música del grupo. Pero sobre todo era una metáfora de la dificultad de conocer cosas sobre el grupo. Nada era sencillo.

—Para la gente de ahora, cuesta entender lo marginal que era esa música —explica Conley—. Ahuyentábamos al ochenta por ciento de la gente frente a la que tocábamos simplemente porque éramos ruidosos y rápidos y dolorosos, muy duros. Pero la gente a la que gustábamos era muy intensa y siempre volvía.

Cuando finalmente editaron Signals en la muy adecuada fecha del 4 de julio de ese año, la popularidad local de Burma era tan grande que el disco —un EP de seis canciones— entró en las listas de la WBCN, la importantísima emisora local de FM, en el top seis, aunque el grupo era, en gran medida, desconocido para el resto del país. Pero como el EP se editó en la calma del verano, cuando la radio universitaria entraba en un estado de hibernación, no obtuvo ni siquiera la modesta exposición que podría haber obtenido si hubieran esperado hasta otoño. Aun así, Signals entró en el top cinco de las listas de música avanzada de Rockpool, justo al lado de Siouxsie and the Banshees y The Pretenders, y agotó la primera tirada de diez mil copias al cabo de un año.

Mission of Burma no tenía interés en hacer carrera en el mundo de la música.

—Dudo que ninguno de nosotros quisiera ser una estrella de rock —confiesa Miller—. Eso es lo que creo que el punk había pretendido hacer: deshacerse de las estrellas de rock.

En ese momento, el rock aún se consideraba una música exclusivamente popular; si tocabas música rock, es que querías ser una estrella. El rechazo de Burma a esa idea era extraordinario.

—Exactamente —comenta Prescott—. Todo el mundo nos decía: «¿No queréis ser populares, no queréis ser famosos? ¿Qué problema tenéis?».

Pero cuando X fichó por Elektra en 1982, los ánimos cambiaron… durante un instante.

—Realmente pensamos, ¡eh!, hay otros grupos que están fichando por grandes sellos, quizá es posible —admite Prescott—. Pero luego nos miramos y dijimos: «¡Qué va!».

Coffman conocía a alguna gente de PolyGram, pero el sello entonces tenía incluso dificultades para consolidar a The Jam, que eran muy famosos en su Inglaterra natal y presumían de hacer canciones melodiosas y bien grabadas con raíces evidentes en el rock clásico. «Si no podemos conseguir que pongan a The Jam en la radio», le dijeron a Coffman, «no conseguiremos que pongan a Mission of Burma.»

Viendo que el sello era lo bastante enrollado como para fichar a Gang of Four, enviaron una copia de Signals a Warner Brothers y recibieron una nota de respuesta que decía que solo les gustaba «That’s When I Reach for My Revolver».

—Así que nos dijimos: «Que se vayan a tomar por culo» —comenta Miller—. Lógicamente, fueron ellos quienes nos mandaron antes a tomar por culo. Si hubiéramos tenido seis canciones como «Revolver», nos habrían fichado. Aunque nos hubiesen dejado tirados un año más tarde.

Artísticamente (y en muchos otros sentidos), el grupo se sintió liberado al saber que ninguna major los ficharía jamás.

—En cierto modo, hacíamos trampa porque no teníamos esa luz al final del túnel —explica Prescott—. Y ¿quién sabe? Éramos humanos, si esa luz hubiera estado allí, nos habríamos vuelto una mierda antes. Es difícil de saber. Ahora estoy contento de que las cosas fueran así.

En 1981, las giras de tres semanas por el Medio Oeste, Sur y Oeste de Estados Unidos hicieron que se hablara mucho del grupo. Ese otoño dieron un gran concierto en Hollywood con Circle Jerks y Dead Kennedys, pero el público hardcore y punk no se mostró nada impresionado.

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