Francesc Cardona - La masonería

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La masonería ha sido hasta hace poco la sociedad secreta más numerosa e importante en su género, y por ello la más atractiva para profundizar en su estudio. Esta obra pretende sumergirse en el provechoso mar de su historia, desde sus raíces hasta la actualidad, a partir de su definición y de sus fines propuestos.Presenta su evolución desde las épocas mitológicas o legendarias y de sus vicisitudes, a través de los diversos periodos históricos, sus logros y fracasos en los diversos escenarios y países en donde actuó, deteniéndose en especial, en los acontecimientos de España y de la América Hispana, del advenimiento de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo.Aborda además temas tan atractivos como la masonería y la mujer, así como la riquísima simbología masónica y la importancia de la música en sus rituales. ¿Qué ha quedado del secretismo de antaño? ¿Siguen siendo vigentes los parámetros de una masonería nórdica fraternal y no violenta y otra latina o mediterránea al igual que en épocas precedentes? ¿Cuál es el estatus social de sus miembros?A todas estas y muchas más apasionantes preguntas intentamos dar cumplida respuesta valiéndonos de un estilo sencillo, claro y ameno al alcance de todos los lectores.

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Roma

A finales del siglo VIII a. C., a su segundo rey legendario Numa Pompilio, se le atribuye la organización religiosa y el reglamento de los colegios de oficios o artesanos en cuya cúspide colocó a los arquitectos (fabrorum), sociedades profesionales con una fuerza social comparable a nuestros sindicatos. Numa ordenó traer griegos como maestros para organizarlos, y con ellos el culto a Dionisos se transformó en el de Baco. Fue durante el Imperio cuando estas sociedades alcanzaron su mayor influencia, teniendo el privilegio para establecer sus propias leyes, poseer una jurisdicción propia, así como jueces y magistrados. El colegio de arquitectos consiguió la inmunidad constructiva, privilegio que continuó durante los tiempos medievales y que heredaron los denominados masones libres.

Ya entonces, las logias constituían los lugares de reunión con asambleas cerradas exclusivas de los miembros de su oficio. Al igual que en Grecia, en ellas se acordaban la distribución y ejecución de los trabajos, y se iniciaba a los neófitos en los secretos imprescindibles para el oficio constructor, revelando los signos especiales identificativos que se inspiraban en los útiles profesionales.

Los miembros de las logias tenían tres grados o niveles: aprendices, compañeros y maestros. Todos los miembros tenían la obligación de prestarse ayuda mutua, que ratificaban por juramento y se reconocían entre sí por signos herméticos. Tras el proceso de iniciación, eran admitidos como miembros de pleno derecho y se les daba un diploma en el que se consignaba su cualidad y grado para distinguirse de los de su collegium y del resto.

Ya durante la República destacaron tanto las asociaciones de constructores hasta el punto de que Julio César tuvo que reglamentarlos para mermar su poder a través de la Ley Julia. Sin embargo, las grandes obras realizadas durante el Imperio, provocaron su reclusión y durante el Bajo Imperio, los collegia recuperaban toda su importancia al necesitar expertos matemáticos y geómetras, indispensables para el arte de la construcción que desarrollaron los patagónicos y euclidianos. Las sinagogas judías se habían establecido en tiempos de César en Roma y expandido por el resto del Imperio. Con Octavio Augusto, algunos romanos se convirtieron al judaísmo, su influencia fue pues indudable en los collegia de los constructores. Este alcanzó un incontestable poder en el siglo III a. C. extendido por todas las ciudades del Imperio.

Existieron también otras corporaciones menores relacionadas con las de arquitectos, como las que agrupaban a los realizadores de planos para las operaciones militares, diseñadores de puentes, arcos, caminos. Tanto las unas como las otras, extendieron la vida, las costumbres romanas, los símbolos y el conocimiento desarrollado en las logias por todo el ámbito del Imperio. Tras su caída, los collegia sobrevivieron y aunque las invasiones bárbaras redujeron su impulso, con el establecimiento del cristianismo, resurgieron espoleados por las construcciones de iglesias y monasterios, así como su organización y tradiciones ancestrales.

Los primeros tiempos medievales

Las invasiones bárbaras no fueron tan traumáticas como cabría suponer porque no ocurrieron a la vez, y porque la mayoría de pueblos estaban romanizados en mayor o menor grado. La sociedad romana no fue del todo aniquilada y muchas de sus estructuras pervivieron a la vez que se produjo por la convivencia la lenta fusión en los pueblos invasores, que, por otra parte, su población estuvo en franca minoría, no llegando a superar el 5% de toda la del Imperio.

La caída del Imperio romano de occidente provocó que fuera la Iglesia cristiana la gran salvadora de las tradiciones romanas, mientras el sumo pontífice fue el nuevo rector de la vida política de Roma. Él y los obispos emprendieron la reconquista espiritual del Imperio. Los collegia de constructores sobrevivieron más o menos favorablemente, según los nuevos reinos. Así ocurrió con los de Borgoña y visigodo. Sin embargo, entre los francos y los anglosajones, tuvo que transcurrir el tiempo al compás del afianzamiento de la nueva Iglesia romana, mientras la reconstrucción de los collegia fue más lenta. En el norte de Italia, los lombardos respetaban a los maestros constructores transmisores de la geometría euclidiana, la aritmética y los secretos de la arquitectura de forma oral, de maestro a discípulos.

Los conventos cristianos de los siglos VI y VII fueron refugio seguro para ellos, en especial los benedictinos, que contribuirían al nacimiento del período románico y más tarde del gótico.

En sus viajes de evangelización entraron en contacto con los nueve pueblos y esto produjo unas formas organizativas nuevas, aunque sin abandonar la mayor parte de la tradición anterior. Así ocurrió en el ámbito de lo que luego sería Austria, Dinamarca o Bélgica, por ejemplo. La construcción de nuevos templos necesitó de conocimientos profundos que solo poseían los arquitectos. Arquitectura y geometría se catapultaron en la búsqueda de la verdad, meta final de la ciencia, en un periodo de decadencia política y de expansión del cristianismo por occidente.

El Imperio romano de oriente o Imperio bizantino, al subsistir durante diez siglos (395-1453) salvaguardó la cultura y civilización latina en su versión griega. Uno de los problemas a los que hubo de enfrentarse su cristianismo, fue el de las religiones mistéricas que pulularon entre la masa popular, muchas de ellas de origen oriental, Mitra, pero también Atis o el Sol, hasta el punto de que su cristianismo se contaminó en gran manera de sus misterios.

Con la recuperación de territorios occidentales (algunos efímeramente) por Justiniano, los collegia se salvaron pasando a llamarse escuelas (scholae) ligados a los collegia bizantinos.

Clérigos anglosajones, afianzado ya el cristianismo en sus tierras, viajaron a Roma y al sur de Francia en busca de constructores para sus iglesias. El sistema feudal impidió en muchos lugares el asentamiento definitivo de estos por considerar el trabajo artesano y constructor obra de siervos. Los maestros constructores se refugiaron en los monasterios, ya que su reglamentación les proporcionaba un escape para esta condición, cristianizado el reino lombardo de Italia, permitió la continuidad de las agrupaciones profesionales denominadas Ministerios. En el 643 el rey Rotario los reconoció por un edicto agrupados alrededor del lago de Como y sus proximidades, por lo que adoptaron el patronímico de comacini. Organizados libremente como predecesores, siguiendo las antiguas tradiciones de los colegios romanos, al multiplicarse, decidieron hacerse itinerantes reunidos en una gran sociedad. Los papas aplaudieron su idea, pues mientras se dedicarían a la construcción de iglesias y monasterios en los lugares que los necesitaran, reafirmarían la expansión del cristianismo. Obtuvieron así un monopolio de su trabajo, así como su protección concediendo los diplomas correspondientes y dependiendo directamente de la Sede de San Pedro, exentos de todas las cargas fiscales locales.

En el Imperio romano de oriente, los constructores se impregnaban de orientalismo persa y copto desde Santa Sofía a la veneciana San Marcos, las Galias, Europa Central y Oriental (Rusia). El románico español de algunos lugares (Toro, Zamora) tuvo su sello bizantino. Con ello llegó el sincretismo de tradiciones filosóficas que impregnaron las denominadas herejías como el gnosticismo del que ya hemos hablado y que ha llegado hasta la masonería actual.

La independencia de la Iglesia permitió la movilidad de las nuevas asociaciones de constructores que dependían de ella, aunque loicas, continuaron conservando su antiguo carácter sagrado. Al finalizar la Alta Edad Media y con el nacimiento de las ciudades, los constructores comenzaron a independizarse de los conventos e instituciones eclesiásticas, dispuestos a protagonizar en un futuro próximo el milagro de las catedrales góticas.

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